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Estudios sobre la historia del movimiento comunista en España

Dos valoraciones heterodoxas sobre el final de la guerra: José del Barrio y Jesús Hernández

El caótico final de la guerra civil en el bando republicano, con la sublevación del coronel Casado y la ruptura entre los antiguos aliados del Frente Popular, unido al equívoco papel jugado por los dirigentes del PCE durante aquellos turbulentos días, fue motivo de largas controversias entre los propios cuadros comunistas durante los años siguientes. Algunos de ellos, como José del Barrio y Jesús Hernández , acentuaron sus críticas hacia el aparato dirigente a raíz de su expulsión del PSUC y del PCE, respectivamente. Cuando la ruptura entre la Kominform y la Liga de los Comunistas Yugoslavos de Tito, en 1948, posibilitó la formación de grupos disidentes potenciados por Yugoslavia, Del Barrio y Hernández coincidieron en el proyecto de fundación del Movimiento de Acción Socialista. En el impulso de un debate para atraer a la militancia a miembros desencantados de los partidos tradicionales , tanto Del Barrio como Hernández promovieron una reflexión sobre la línea comunista durante la guerra y sobre el papel que el estalinismo había jugado durante el conflicto español.
La valoración que Acción Socialista hacía de la política del PCE durante los últimos tiempos de la guerra de civil española era sumamente crítica. Del Barrio publicó en “Borba” (“La lucha”, órgano oficial del PC yugoslavo) en 1951 una serie de artículos en los que afirmaba “que el PC es el culpable de la pérdida de la guerra”; “que el traslado del Gobierno del Centro a Cataluña fue un desastre”; “que Del Barrio, recomendó al Gobierno algunas cuestiones y no le hicieron caso”, al tiempo que emitía una severa condena del pacto germano-soviético. Del Barrio acusaba al PCE de realizar una práctica derrotista desde el corte de la zona republicana en 1938. Dicha línea política, materializada en el abandono de la zona centro y sur por la mayor parte de los cuadros del PC, y en el rechazo a considerar la posibilidad de concentrar la defensa en un área de los Pirineos que ofrecer como territorio liberado al gobierno de la República mientras estallaba el próximo conflicto mundial, respondía –según Del Barrio- a la voluntad liquidadora de la guerra de España por parte de Stalin, expresada en directrices enviadas a través de los delegados de la Komintern en España, Togliatti y Stepanov.

“Propusimos – afirmaba Del Barrio- organizar la defensa a toda costa de una cabeza de frontera en la región comprendida por los sectores de Seo de Urgel, Puigcerdá y Camprodón, y avanzada hasta Ripio y el norte de Berga (…) Se trataba de proseguir la resistencia a ultranza en todos los demás sectores en nuestra posición, orientando los repliegues –cuando fueran inevitables- hacia la cabeza de frontera (…) De haber podido resistir en esa cabeza de frontera durante el verano de 1939 nadie hubiera sido capaz de desalojarnos de ella en el invierno siguiente”.

La respuesta del Buró Político del PCE, que estaba aprovechando la situación para “bolchevizar” al PSUC y convertirlo en su apéndice catalán, cortando de raíz cualquier vestigio de autonomía, fue que semejante plan solo tenía como objetivo “la constitución de una República independiente (la “República Perea-Del Barrio”, como decían ellos), como un baluarte contra el PC de España. La tal cabeza de frontera, decía el BP del PCE sería la República de los aventureros” .
Jesús Hernández, por su parte, remitió al mismo “Borba” sus reflexiones, con el título “Apuntes para la Historia” . Los artículos tenían como base la ponencia impartida por Hernández en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista Yugoslavo, ante cuyos alumnos impartió la conferencia titulada “La URSS en la guerra del pueblo español”. En ella, Hernández desarrolló las líneas generales de lo que se iba a convertir en la tesis central de su próximo libro, Yo fui ministro de Stalin.
La República española había sido un peón más en el juego de ajedrez global que la URSS estaba jugando a finales de los años 30. En un contexto de temor generalizado a la pujanza de las potencias fascistas, la URSS desplegaba un “juego maquiavélico” consistente “no desligarse de las potencias democráticas a fin de no ofrecer un fácil blanco a los fascistas, y coquetear con los fascistas para asegurarse el apoyo de las democracias. Era el juego que había de culminar, años después, en el pacto germano-soviético”. Hernández atribuía a las intenciones de Stalin la siguiente lectura:

“ « La guerra en España puede servirnos de dos maneras: una, utilizarla como un fantasma que agitaremos ante los ojos de las potencias fascistas haciéndolas ver que los pueblos están dispuestos a empuñar las armas y a batirse por la libertad y la democracia, y así obtener ciertas ventajas de las mismas, y otra, que se funde y confunde con la primera formando un todo, la de cotizar la sangre del pueblo español en el mercado de sus conveniencias exteriores ante las asustadas democracias, demostrando que en las manos de la URSS está la llave que puede avivar o apagar las llamas que se han encendido en España y cuyas chispas pueden hacer estallar el polvorín de la temida guerra mundial ».
Es decir, el “caso español” se lo planteó el Kremlin no desde un punto de vista socialista, sino fría y calculadamente, como un asunto de política exterior, desprovisto de todo contenido o sentimentalismo revolucionario.
La ayuda soviética, supuestamente motivada por la solidaridad con la causa de la Democracia y el Progreso, había sido en realidad una forma de poner en valor la cotización del potencial ruso a fin de atraer a las potencias occidentales intimidadas por la pujanza nazi-fascista. El suministro de armas no fue ni suficiente ni desinteresado y, frente a la propaganda apologética posterior, se inscribiría en el marco de la “no intervención” tanto como las reticencias de las potencias occidentales, impidiendo al gobierno legítimo de la República defenderse frente a la agresión italo-alemana.

“¿Era posible burlar el bloqueo de la “no intervención”? – se preguntaba Hernández-. ¡Claro que era posible! Lo burlaban Hitler y Mussolini descaradamente y lo burlaban nuestros barcos que iban a recoger las escasas mercancías que se nos facilitaban en los puertos soviéticos. Estos mismos barcos tenían capacidad para traer, y el Gobierno republicano suficiente dinero para pagar, mil veces más cantidad de armamento que lo que transportaban hasta la España leal. Luego era una solemne mentira lo de las dificultades “técnicas”.

La cuestión era que las prioridades soviéticas se encontraban en otros ámbitos: Stalin no enviaba armas suficientes, pero en cambio “nos mandaba abundantes «consejeros» militares, políticos, y policiacos”. La conclusión era que a Stalin

“no le interesaba la victoria [de la República española]. La Unión Soviética estaba interesada en prolongar la lucha, del pueblo español sin permitirle lograr una victoria decisiva que pudiera crearle a ella dificultades en el orden internacional. En la prolongada agonía del pueblo español, en su sangre y en su sacrificio, tenía la Unión Soviética una moneda de cambio de alta cotización en las cancillerías extranjeras”.

El PCE, cuya fuerza e influencia habían ido en aumento desde el comienzo de la guerra, no se había demostrado capaz de desarrollar una política autónoma y netamente nacional. De hecho, estaba dirigido por los “consejeros” soviéticos que determinaban el sentido de las alianzas, la táctica y la línea política en virtud de los intereses geoestratégicos de Stalin y no de las realidades españolas de cada momento. Muestra de tal seguidismo fue la aceptación por parte del PCE de los impedimentos puestos por los “consejeros” para la obtención de mejores posiciones de poder, porque semejante aspiración perjudicaba el interés de Stalin de tranquilizar a Gran Bretaña.

“Creo poder afirmar sin exageración alguna,-afirmaba el ex ministro comunista- que el PC pudo tomar el poder sin grandes dificultades y con muy pocas oposiciones, [pero] en Moscú se llegó a temer que los comunistas españoles nos decidiéramos a adueñarnos del poder. Debemos declarar que nunca pensamos hacerlo, pues estábamos más que nadie interesados en mantener el carácter de origen de nuestra guerra, que era la defensa de la República democrática agredida y asaltada por la reacción nacional y por el fascismo extranjero. Pero si esto es cierto, también lo es que sentíamos la necesidad de tener en nuestras manos algunos de los puntos claves de la dirección política, y de la guerra” .

Mas, al tiempo que se impedía a los comunistas españoles la consecución de mayores cuotas de poder, se les dictaba una línea política que les enfrentaba con el resto de fuerzas aliadas. Un sectarismo implacable condujo a derribar el gobierno de Largo Caballero, a enfrentarse violentamente al anarco-sindicalismo, a apoyar la liquidación física del comunismo heterodoxo, a plantear la retirada de los ministros comunistas del gobierno Negrín, con el resultado paradójico de otorgar pretextos a los anticomunistas y a los derrotistas que terminarían por coaligarse en la Junta de Defensa en marzo de 1939. La exaltación retórica de la “unidad” con un sello férreamente sectario había conducido al resultado paradójico de la articulación, efectivamente, de “una unidad: la de todos (...) contra el PC”.
El colofón de esta línea de subordinación a los dictados soviéticos fue la propia liquidación de la guerra a partir del golpe del coronel Casado, al que el partido opuso escasa y confusa resistencia porque, para Stalin, la cuestión española era ya un proceso liquidado cuya dramática resolución resultaba más conveniente imputar en la cuenta de otros. Con la falta de respuesta a la conspiración y al golpe, y su huida en los primeros momentos, la cúspide del PCE se había plegado a las directrices estalinistas que, desde Munich, tenían como guía la aproximación a la Alemania nazi que culminaría en el pacto Molotov-Ribbentrop. El catastrófico final de la guerra de España desmentía en la práctica la retórica de la “resistencia” sostenida por el partido, con apoyo soviético, desde 1938. La estrategia del PC y de Negrín había consistido en prolongar la resistencia ante el inminente estallido de una conflagración europea, en la que quedaría subsumido el conflicto español. Pero ahora era evidente que la propia URSS había hecho todo lo posible por evitar la aproximación a una situación crítica irreversible:

“Si nuestra razón de prolongar la guerra se basa en que el progresivo agravamiento de la situación internacional puede provocar en cualquier momento el choque entre gobiernos democráticos y fascistas, y en tales circunstancias las potencias democráticas no tendrán interés en que un aliado de Hitler y de Mussolini domine en la Península Ibérica y deberán lógicamente ayudar a la República Española a derrotar a Franco, si la verdad verdadera de nuestra política de resistencia es esa, ¿por qué la URSS nos quiere obligar a que impidamos la llegada de ese momento mundial del cual depende la vida de nuestro pueblo ? ¿Qué objeto tiene nuestra política de resistencia si la privamos de una perspectiva o si nosotros mismos se la negamos? ¿Morir como numantinos, salvar el honor? Eso es muy romántico y muy digno, pero queremos además de todo eso algo más: queremos la vida, la libertad y la independencia de España” .

El debate se prolongó en el tiempo hasta el periodo de la desestalinización. Del Barrio fue partidario de no pasar página sobre el final de la guerra, y de convocar la formación de una “Comisión Organizadora del Congreso Extraordinario de todos los comunistas”, una de cuyas funciones sería el nombramiento de una Comisión de Responsabilidades “compuesta de comunistas de reconocido criterio propio, imparcialidad y honorabilidad”, ante la que tendrían obligación de comparecer todos los miembros del Comité Central nombrado en 1937 y cuantos otros militantes comunistas hubieran ejercido cargos de responsabilidad desde entonces hasta la fecha. Fracasada esta última opción, José del Barrio se aproximó comienzos de los 60 a las tendencias que postulaban la insurgencia, al estilo de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo . Con Juan Perea Capulino y Vicente López Tovar formó el Movimiento por la IIIª República y por la reconstitución del Ejército Republicano, con sede en Argel. Jesús Hernández, por su parte, acabó refugiándose en el oscuro trabajo de asesor de la embajada yugoslava en México, mientras daba a publicar sus divergencias en forma autobiográfica.

Óscar Pérez Solís (Bello, Asturias, 1882-Valladolid, 1951)

Óscar Pérez Solís (Bello, Asturias, 1882-Valladolid, 1951) fue en su juventud militar de carrera, alcanzando el grado de capitán de artillería. Su conversión al obrerismo fue consecuencia de la relación sentimental con un recluta de su regimiento, un joven anarquista andaluz. A su muerte, Pérez Solís comenzó a interesarse por el marxismo, y se afilió al PSOE en Valladolid, entrando a dirigir el semanario “Adelante” en los ratos que le dejaban libres sus deberes militares. Fue expulsado del ejército en 1913, por organizar mítines socialistas. En sus inicios políticos se situó en el ala derecha del partido, donde actuaba por libre al margen de otros significados representantes de este sector, como Indalecio Prieto. Fue el más franco y a menudo el único portavoz de las posiciones reformistas. Se había relacionado con Ortega y Gasset y con Francesc Cambó, con quienes compartía el proyecto de un partido socialista “nacional”, más vinculado a las clases medias y compatible con la regeneración del país desde el gobierno. Defendió la postura proaliada durante la Primera Guerra Mundial. Al principio fue partidario de la alianza con los republicanos, pero poco a poco el ambiente de su distrito, Valladolid, ciudad provinciana y agraria, fue dominando su discurso y acabó criticando el antimonarquismo del partido. Sostenía que el PSOE debía ocuparse ante todo de medidas prácticas, tratar de comprender y capitalizar los sentimientos nacionalistas y no meterse en cuestiones de régimen. Él se definía a sí mismo como un tipo romántico, solterón, que habiendo perdido la fe en Dios, buscaba a este en el pueblo. A pesar de su reformismo accidentalista, acabó enfrentándose al caciquismo local, personificado en la provincia por el duque de Alba. Este lo hizo desterrar de la ciudad, y Prieto le llevó a Bilbao. En principio, la revolución rusa no le atrajo, y fue uno de los que defendieron la adhesión del PSOE a la Internacional Socialista. En el Congreso de 1919 afirmó que los bolcheviques eran más nacionalistas que socialistas, y que las posibilidades del triunfo del socialismo en Rusia estaban en un futuro lejano. La revolución de octubre había sido una "aberración", resultado del descontento y el hambre, un "gesto de rabia contra la tiranía zarista". Preguntó si los obreros rusos eran capaces de controlar la producción, y al grito afirmativo de los asistentes contestó con un estentóreo "no". Después de leer unos fragmentos de Engels en que este decía que la revolución política no puede llevar a la revolución económica, afirmó que en España no habría condiciones para una revolución hasta que los obreros estuvieran capacitados para sustituir a los capitalistas. "Pertenezco a la Segunda Internacional- terminó- y quiero que mi partido continue en ella". Fue autor, junto a Fabra Ribas, de una resolución transaccional en la que se afirmaba que solo debía haber una Internacional, y que por eso el congreso resolvía que el PSOE siguiera adherido a la IS y enviara una delegación a su próximo congreso de Ginebra, con misión de pedir que se adoptaran medidas para llegar a la fusión de la II y la III Internacionales. A ella se añadió una enmienda de Isidoro Acevedo proponiendo que si no se alcazaba la unificación, el PSOE pediría su ingreso en la IC. La resolución fue aprobada por 14.010 votos contra 12.497. En el congreso de 1920 afirmó que los bolcheviques no eran en Rusia más que los jacobinos en la Revolución francesa. La adhesión a la IC "no entrañaría automáticamente la revolución en España". Los "terceristas" eran revolucionarios verbales, pero no de acción. Se opuso abiertamente a la decisión adoptada por las Juventudes Socialistas de convertirse en Partido Comunista Español. En el tercer congreso extraordinario (1921) se mostró, de forma sorpresiva, partidario de los terceristas. Siempre había afirmado que los españoles eran abúlicos, que la clase obrera no estaba preparada para la revolución y que por esto era reformista. Pero en un artículo, poco antes del congreso extraordinario, se mostró abiertamente voluntarista. Quería, escribía, que el PSOE fuera más blanquista; y los blanquistas de aquel momento eran los bolcheviques. Sin duda su permanencia en el País Vasco lo había radicalizado. Puede suponerse también que empezaba a perder la paciencia ante la "inconsciencia del pueblo español" y que encontraba en los bolcheviques un modelo para salir del pozo de esta indiferencia colectiva. Bien adaptado al ambiente obrerista bilbaíno, en el que encontró la audiencia favorable que nunca tuvo en su región, abandonó la influencia templada de Prieto y se puso al lado de Facundo Perezagua, un histórico socialista tercerista, en la lucha contra el prietismo, para finalmente adquirir más importancia que el propio Perezagua. La transformación radical de Pérez Solís concordaba, en el fondo, con sus concepciones y su temperamento elitistas. La élite bolchevique le ofrecía mayores posibilidades para desplegar su gusto por la acción y su afán de liderazgo que la reformista.Fue el encargado de dar lectura al manifiesto de escisión del grupo tercerista fundador del PCOE en el congreso socialista extraordinario de 1921 que debía decidir la adopción de las “21 condiciones” exigidas por la IC. Esto, y ser uno de los protagonistas de la escisión, le valió el rechazo de la Federación Vicaína socialista, a la que representaba en el congreso, y desde entonces el grupo comunista de Bilbao mantuvo relaciones sumamente hostiles con los socialistas. La unificación del PCOE con el PC, impuesta por la Internacional, supuso su separación de la dirección del periódico comunista vizcaíno Bandera Roja, pero no fue expulsado, como solicitaban los radicalizados jóvenes del PC. Por el contrario, el abandono por parte de los dirigentes procedentes del socialismo (como Núñez Arenas o César González) y las continuas caídas policiales de otros (como Maurín) le elevaron al puesto de Secretario general del Partido Comunista de España en julio de 1923, siendo cooptado como miembro del ejecutivo de la Internacional Comunista en julio de 1924. Su estrategia para compensar la debilidad relativa de los comunistas frente a los socialistas consistió en la creación de un núcleo de “hombres de acción” (al estilo anarquista), entre los que pronto destacó un jovencísimo Jesús Hernández. Ambos se vieron implicados en violentos altercados durante la convocatoria comunista en solitario de huelgas generales en Vizcaya en protesta contra el embarque de tropas para Marruecos, o como el intento de atentado contra la sede del periódico bilbaíno “El Liberal” y contra su principal inspirador, Indalecio Prieto, en 1923. Detenido tras resultar herido en el tiroteo subsiguiente a esta última acción, durante su estancia en prisión se convirtió al catolicismo por mediación de sus charlas con el padre Gafo. En 1928 abjuró de su pasado de militancia izquierdista, viéndose recompensado por la Dictadura de Primo de Rivera con un empleo en la CAMPSA de Valladolid –probablemente gracias al conocimiento del ramo que algunos antiguos dirigentes comunistas tenían, debido a los contactos secretos mantenidos entre la Dictadura y la Unión Soviética para el aprovisionamiento español de petróleo del Mar Negro; negociaciones en las que la contrapartida rusa consistiría en convencer al PCE de comparecer a la farsa de elecciones convocadas para la formación de la Asamblea corporativa primorriverista, tentativa fracasada por la negativa indignada de Bullejos y Trilla-. Durante la República se afilió a la Falange Española, uniéndose a la sublevación facciosa de julio del 36 y participando en la defensa de Oviedo bajo el mando de Aranda. Tras la caída del Norte parece que contribuyó a facilitar la huida de algunos antiguos correligionarios. Durante el franquismo fue designado Gobernador Civil de Valladolid. Escribió Memorias de mi amigo Óscar Perea (1931) y Sitio y defensa de Oviedo (1937).

La tendencia "titista" en los años 50

En febrero de 1948 Santiago Carrillo y Enrique Líster viajaron a Belgrado en representación del Buró Político (BP) del PCE para solicitar de Tito el lanzamiento en paracaídas de hombres y armas sobre el Levante español en apoyo de la lucha guerrillera. Ambos percibieron una actitud recelosa en sus interlocutores yugoslavos. Tito pretextó que sus aviones no tenían suficiente autonomía para ejecutar la operación y retornar con seguridad a Yugoslavia. Su ayuda se limitó a la entrega de 30.000 dólares. Años después el propio Tito confió a Carrillo que su actitud de entonces se explicaba por la sospecha de que la petición del PCE fuese una celada tendida por los soviéticos para colocar a Yugoslavia en una situación internacional comprometida, dado que estaba a punto de consumarse el cisma en el bloque socialista surgido de la Segunda Guerra Mundial .
Seis meses después la Cominform, reunida en Bucarest, condenó al PC de Yugoslavia y sus dirigentes fueron acusados de “traidores, agentes del imperialismo angloamericano y camarilla fascista”. El PCY fue excluido del movimiento comunista internacional por oponerse a las directrices de Stalin. La imputación de titismo fue enarbolada para proceder a una brutal redistribución del poder en el interior de los PPCC, con la purga de los dirigentes que habían encabezado la resistencia antifascista y su sustitución por funcionarios de acreditada fidelidad estalinista. En el ámbito exterior, los delegados yugoslavos, recibidos hasta entonces con entusiasmo por su destacado papel en la derrota del hitlerismo, fueron expulsados de las organizaciones internacionales dirigidas por los prosoviéticos. Desde el campo socialista cesó el suministro de petróleo albanés y rumano, la exportación de maquinaria checoslovaca y de algodón ruso. Los expertos y consejeros soviéticos fueron retirados y menudearon los incidentes fronterizos.
Buscando romper el cerco que sobre él se cernía, el régimen yugoslavo recabó el apoyo de los disidentes del comunismo ortodoxo, muchos de ellos ex-militantes que se definían a sí mismos como “comunistas sin partido”. Yugoslavia estaba dispuesta a ayudarles a constituir uno propio, alternativo al modelo soviético. Este fue el caso de Jesús Hernández y la explicación de su aproximación a la experiencia yugoslava en los años 50.
Jesús Hernández Tomás (1907-1971) había pasado de brillante candidato a la secretaria general a “renegado” y “enemigo del pueblo” en el breve plazo de un par de años. Es muy probable que su compromiso de favorecer la salida de la URSS de todos los refugiados españoles que lo pretendiesen, así como su enfrentamiento con los dirigentes instalados en México, no le favoreciese en la carrera sucesoria para sustituir a José Díaz . En 1944 Hernández fue expulsado del partido por “actividad fraccional” y “propaganda antisoviética”. En 1946 publicó una revista, “Horizontes”, de la que aparecieron solo un par de números. Tras décadas de entrega exclusiva a la militancia política, intentó integrarse en la vida civil: tuvo un negocio de venta de coches usados en Nuevo León y abrió una tienda de café en México D.F. Su vida pública parecía pertenecer definitivamente al pasado cuando el cisma titista le dio de nuevo la oportunidad de dedicarse a lo que era su auténtica pasión: la política .
Yugoslavia había instado a sus agentes diplomáticos a captar a posibles simpatizantes de su causa entre los excluidos de los partidos comunistas ortodoxos . En México, el secretario de la embajada reunió a un grupo de exiliados españoles que tenían en común su antigua militancia en el PCE y haber sido separados de él: el propio Hernández, Enrique Castro Delgado, Antonio Hierro, Ramón Pontones y Vicente Pueyo . La reactivación política de antiguos destacados militantes alertó a la dirección del PCE, que se movilizó para neutralizar cualquier intentona escisionista. Santiago Álvarez fue comisionado por el BP en 1954 para seguir de cerca los pasos de Hernández e impedir que pudiesen repercutir en el partido. Pero la labor más destacada fue desarrollada en 1951 por un infiltrado que proporcionó al PCE informes detalladísimos de las actividades llevadas a cabo por el grupo de Hernández -“Horizontes”- el de José del Barrio- “Acción Socialista”- y el Círculo Jaime Vera (de los socialistas de izquierda) .
La prolijidad con que están redactados los documentos muestra la escrupulosa profesionalidad del “topo”. A falta de medios electrónicos de escucha, se trata de una reproducción fiel –a veces taquigráfica- de lo que ocurría en su presencia. El espionaje de los grupos titistas formaba parte sin duda de la actitud de “vigilancia revolucionaria” que Santiago Carrillo encomendaba a los militantes en 1951: "La vista de los procesos contra los espías y agentes policíacos descubiertos en las democracias populares, así como el desenmascaramiento del verdugo del pueblo yugoslavo, el repugnante Tito, como viejo provocador al servicio de la burguesía imperialista, ponen sobre el tapete, ante la clase obrera, y especialmente ante los comunistas, el problema siempre actual y candente de la vigilancia política de la lucha contra la provocación" .
Las actividades de Hernández fueron atribuidas por la propaganda prosoviética a su traición al servicio de las potencias imperialistas. Del exhaustivo seguimiento realizado por el espía del PCE no cabe deducir que “trabajar para el enemigo” resultara muy lucrativo. La mayoría de los miembros de “Horizontes” tenía modestos medios de vida. Hernández gestionaba un despacho de café con su mujer, y su vocación por la política no le llevó a olvidar que no debía prolongar sus viajes al extranjero si eso suponía descuidar su negocio familiar, a pesar de las acusaciones que se le hacían en los medios prosoviéticos .
La excepción a esta austeridad era Enrique Castro Delgado. Su fulgurante progresión económica corrió paralela a su distanciamiento del grupo hernandista. Castro obtuvo elevados ingresos en concepto de derechos de autor por su libro La vida secreta de la Komintern: Cómo perdí la fe en Moscú (1950), traducido al inglés y al francés, y rápidamente publicado en la España franquista. El libro cayó mal no solo entre los comunistas ortodoxos, sino incluso entre aquellos que habían sido expulsados del partido . Indiferente a ello, Castro empleó los réditos en la adquisición de maquinaria para montar una imprenta, y en la compra de un coche y de una casa nueva. Llevaba un tren de vida ostentoso que contrastaba con la precariedad en que se desenvolvían sus antiguos camaradas. Su negocio funcionaba a pleno rendimiento y los encargos le llovían desde el aparato institucional del PRI y la poderosa Central de Trabajadores de México (CTM) . El propio Castro confesó sin pudor a Hernández que Julián Gorkín, primero, y la embajada americana, después, le cortejaban continuamente. Gorkín le hizo una oferta para que se fuera con él a Francia –donde ya había publicado el testimonio de Valentín González, “El Campesino”- . La embajada norteamericana le compró en menos de un mes 2.500 ejemplares de su libro para distribuirlos por toda América Latina, además de encargarle la redacción de artículos sobre las relaciones hispano-norteamericanas para una nueva revista sufragada probablemente con fondos del Departamento de Estado . Pero a pesar de su distanciamiento político, ya fuera por su antiguo vínculo con Hernández, ya por acceder a una información interesante que poder rentabilizar en un momento determinado, Castro contribuiría posteriormente, desde un punto de vista estrictamente material, a la publicación de un periódico para el nuevo partido de Hernández .
El rechazo que suscitaba la figura de Castro entre otros exiliados era un reflejo del clima de hostilidad –e incluso de violencia- que regía en el campo de las divergencias políticas. El precedente del asesinato de Trotski lastraba el libre desenvolvimiento de las actividades políticas de los disidentes. Una de las razones que retraían a Hernández de viajar a Europa era tener que atravesar necesariamente Francia, donde el PCF podía atentar contra él . En México se sentía algo más seguro: tras el escándalo internacional por el crimen de Mercader, las autoridades no iban a tolerar la repetición de un ajuste de cuentas entre emigrados políticos: “El Partido, sabe que en esta situación no pueden hacer ninguna represalia porque sería lo mismo que condenarse a desaparecer y que sería la mejor oportunidad para los americanos que tantas ganas les tienen; lo menos que ocurriría sería que los militantes serían metidos en las Islas Marías. Aparte de que los que quedásemos de nosotros nos cargaríamos a toda la dirección de aquí y en primer lugar a Arconada, Roces y Castellote” .
La incorporación de una personalidad de peso que permaneciera aún dentro del PCE fue considerada como una forma de potenciar el atractivo del nuevo partido en ciernes. Los yugoslavos creyeron, erróneamente, que esa figura podía ser la de Enrique Líster. La creencia en que Líster sostenía una postura de oposición en el seno del PCE se remontaba a la época de la sucesión de José Díaz, cuando él y Modesto profirieron virulentas críticas contra Francisco Antón y Dolores Ibárruri. Pero cuando Hernández fue separado del partido, ambos rectificaron totalmente sus posiciones e incluso solicitaron a los militantes de base que confesaran lo que supieran sobre un supuesto complot fraccional . Aun así, en 1947 Carrillo volvería a insistir sobre la existencia de un pretendido “complot de Moscú” montado por Hernández, Modesto y Líster. Los imputados solo reconocieron sus profundas discrepancias con “los métodos intolerables de dirección [empleados por Antón] y con su conducta inmoral”. Pero coincidir con las acusaciones de Hernández, decía Líster, no significaba necesariamente estar conspirando a su lado .
La posibilidad de sondear a Líster le fue sugerida a Hernández por el secretario de la embajada . Unos días más tarde, Hernández le remitió una carta que el “topo” tuvo buen cuidado en memorizar. En ella se presentaba como un “comunista fuera del partido” que se dirigía a él consciente de su honradez y su independencia de criterio; independencia que le invitaba a ejercer abandonando los privilegios de la burocracia para poder apreciar sin mediaciones la degeneración de la democracia socialista en la URSS y en el Partido. Concluía invitando a Líster a continuar la lucha por el socialismo pero desde otro campo, el del socialismo democrático que se inspiraba en el ejemplo yugoslavo .
No hubo respuesta. Durante un tiempo se mantuvo la falsa idea de que Líster estuviera desterrado en Praga o intentando llegar a Belgrado. Su prolongado silencio dio la medida de su capacidad para disentir del estalinismo. Mientras la diplomacia yugoslava perseveraba en una labor inútil, los grupos interesados en crear un nuevo partido seguían trabajando. El secretario de la embajada yugoslava, en aplicación de las directrices de Djilas, proporcionaba todo el apoyo a su alcance. A costa de la sede consular se publicaba un Boletín con una tirada de unos 6.500 ejemplares, de los que 3.000 se difundían en México y el resto se enviaba a los otros países latinoamericanos. En él se daba cabida a los artículos favorables a las tesis yugoslavas que Hernández y Hierro, fundamentalmente, elaboraban por encargo de la propia embajada. En otras ocasiones, los artículos eran insertados, mediante pago, en periódicos de la capital, como “Novedades” y “Excelsior” . La retribución de estos artículos era una de las escasas fuentes de ingresos con que contaban algunos de los exiliados españoles en México.
La embajada también prestó sus instalaciones para cenas y celebración de reuniones políticas. El objetivo último era la organización del viaje de una delegación española al Congreso por la Paz de Zagreb en octubre de 1951, alternativo al Consejo Mundial por la Paz controlado por el movimiento prosoviético. De esta visita se esperaba el acuerdo entre los grupos y personalidades protitistas dispersas entre Latinoamérica y Francia, y la constitución de un partido filoyugoslavo que difundiera los logros del socialismo nacional y autogestionario balcánico. Como la situación de algunos exiliados era muy precaria, la embajada llegó a hacerse cargo de los gastos de vestido y desplazamiento. En el caso de Hernández, los cuidados que le prodigaba el secretario de la embajada revelan la importancia que el ex–dirigente del PCE tenía para los yugoslavos: no solo le invitaba al fútbol, los espectáculos de lucha y los toros (“paga el yugoslavo y van a entradas caras”), sino que le cuidaba cuando estaba enfermo . Su participación en el proceso era considerada crucial, tanto por su capacidad organizativa como por ser conocido de la plana mayor de la dirigencia yugoslava, comenzado por el propio Tito .
En los intentos de constitución del nuevo partido iban a intervenir tres grupos: el de Hernández – -“Horizontes”-; Acción Socialista, movimiento impulsado por los ex miembros del PSUC y del PCE José del Barrio y Félix Montiel ; y el Círculo “Jaime Vera”, que agrupaba en México a los socialistas de izquierda de la tendencia encabezada por Negrín y Álvarez del Vayo. Los primeros contactos tuvieron lugar en el marco de una doble convocatoria: la de una convención de las fuerzas republicanas en el exilio para definir una nueva estrategia de la lucha antifranquista, y la del ya citado Congreso por la Paz en Yugoslavia
El proyecto de convocatoria de una convención de fuerzas antifranquistas surgía de la necesidad de replantear el proyecto de la lucha contra la dictadura una vez liquidado el sueño de una intervención aliada para derrocar al aliado más antiguo del Eje. Las fuerzas políticas del exilio se debatían entre la parálisis desorientada de un socialismo dividido, la carencia de base militante de las personalidades republicanas y el aislamiento de los comunitas. Lo único que se consiguió fue la firma de un comunicado conjunto a favor de la convención, firmado en París el 10 de febrero de 1951, sin resultado posterior. A efectos de la izquierda no prosoviética, la frustrada convocatoria sirvió para la toma de contacto entre los grupos partidarios de crear una fuerza política de nuevo tipo.
La primera reunión tuvo lugar el 15 de mayo de 1951 en la embajada de Yugoslavia. Acudieron a este primer encuentro Angulo, Arana, Carretero y Garcés –socialistas del “Jaime Vera” y de la revista “Las Españas”- y Hernández, Pueyo y Hierro –del grupo comunista disidente “Horizontes”-. Con ellos participaron en la reunión, aunque sin intervenir, el Secretario de la embajada y el Agregado Comercial . Los socialistas pretendían que el grupo “Horizontes” ingresara en el Círculo Jaime Vera y que desde él saliera el manifiesto para la constitución del nuevo partido, a lo que Hernández, en principio, no estaba dispuesto . Tras este primer encuentro, quedaron en volver a reunirse diez días más tarde, el 25, en el local de “Las Españas” para continuar la discusión y proceder, si había acuerdo, a la constitución del nuevo partido.
Para entonces, Hernández y Hierro habían diseñado lo que debería ser el programa del nuevo partido. El documento se titulaba “Problema de la clase obrera española. La tarea actual”. Fracasados, por estériles, los intentos de “regenerar el PCE desde dentro y desde fuera”, en adelante se fijaba el objetivo de “aglutinar a la clase obrera española en un partido potente, nuevo y renovador, auténticamente nacional, popular y democrático, marxista en su teoría, proletario en su composición e ideología y español en su política”. El nuevo partido se planteaba un objetivo muy ambicioso: la refundación global de la izquierda, reuniendo en su seno las tradiciones de las tres principales corrientes del movimiento obrero español: “el profundo sentimiento democrático y el elevado concepto de la personalidad humana del socialismo español. La combatividad y el arraigado españolismo del anarquismo; las normas de organización, la disciplina consciente, la audacia revolucionaria, del ejercicio de la crítica y la autocrítica del primitivo movimiento comunista”. El nuevo partido estaría eximido de cualquier tipo de obediencia internacional, respondiendo exclusivamente ante las “realidades nacionales en lo político, en lo social, en lo económico, en lo cultural, en lo psicológico (…) Somos ante todo revolucionarios españoles hijos de la clase obrera española y debemos colocar por encima de cualquier otra consideración nuestra felicidad y nuestros deberes hacia nuestro pueblo”. Eso no significaba renunciar al internacionalismo, pero siempre que ello no menoscabara “la libertad e independencia de nuestra Patria, que no presuponga supeditación u obediencia a ningún otro Partido o país o grupo de partidos o países”. Respecto a la organización interna, el partido propugnaba una “verdadera democracia interna (…) en el que todos los dirigentes sean elegidos y puedan ser depuestos por sus electores”, pero al mismo tiempo “cohesionado, unido por una disciplina rigurosa”. La combinación de ambos rasgos sería la conjunción entre la pluralidad y la libertad de ideas características del los movimientos socialista y libertario, y la disciplina en la aplicación de las decisiones propia del centralismo democrático comunista. La ideología del nuevo partido sería inequívocamente marxista, sin más añadidos, instrumento de análisis dinámico y no repertorio codificado de jaculatorias. El manifiesto terminaba con la voluntad ir más allá de la mera constitución de “un grupo más en las divididas y dispersas fuerzas de la emigración. Queremos, por el contrario INTEGRARNOS o DILUIRNOS en un movimiento de unidad que de vida a un solo y gran partido del proletariado español” . Este documento fue enviado a Del Barrio, adjuntándole los nombres de socialistas de Negrín para que lo discutieran. Según el “topo” del PCE, el escrito había sido redactado por Hierro con las indicaciones de Hernández.
En la segunda reunión con el colectivo “Jaime Vera” los socialistas, más que un programa para debatir, traían era un diseño táctico para hacerse con el control de su organización y dotar de una plataforma al nuevo partido. Coexistían dentro de este Círculo dos fracciones, una conservadora, encabezada por Lamoneda en México y Negrín en Francia, y la otra revolucionaria, encabezada por los jóvenes. El plan consistía en conseguir una mayoría suficiente en la organización mediante una infiltración paulatina del grupo “Horizontes” para de esta forma desplazar de la Ejecutiva a Lamoneda y sus partidarios, instar la incorporación de Hierro y Hernández y, como culminación del proceso, lanzar el llamamiento a la constitución del nuevo partido . La cuestión era urgente pues Lamoneda era partidario de la formación de un nuevo partido llamado Unión Nacional Socialista, que contaba con el apoyo de Negrín y del Vayo. Hernández se mostró receloso y preguntó en qué condiciones se haría el ingreso, si por la base o por la dirección. Pueyo se negó a considerar el ingreso en el “Jaime Vera” solo como parte de una maniobra para desbancar a una fracción y aupar a otra. Hernández cerró la reunión diciendo que su grupo debería considerar la propuesta del “Jaime Vera” antes de dar una respuesta, y se convocó una nueva reunión para unos días después. El único acuerdo alcanzado fue que Hernández, al dar cuenta a Del Barrio, le solicitara que su grupo dejara de denominarse de momento Acción Socialista, porque eso podía dar la sensación de que los demás iban a limitarse a ser absorbidos. Hernández salió defraudado de este encuentro, y así se lo manifestó a su grupo: “nos quieren emplear como instrumentos y luego se quedarían con los cargos de dirección” .
En la tercera y última reunión, el 1 de junio, Hernández comunicó a los socialistas la negativa de su grupo a ingresar en el “Jaime Vera”. Los jóvenes socialsitas debían intentar tomar el control de la Ejecutiva por sus propios medios, y luego se haría el llamamiento a las otras organizaciones “sin que puedan ver maniobras”. Angulo se avino a la posición de Hernández, y se manifestó dispuesto a presionar a la actual Ejecutiva para aprobar el llamamiento lo antes posible. Pero a continuación expuso paladinamente que esto “no podría ser antes de unos tres meses ya que antes de salir a la luz ha de ir a Francia a la aprobación de sus compañeros de dirección”. Uno de los asistentes manifestó en voz alta lo que ya todos debían estar pensando: “Como siempre tres meses de consultas, un año para el programa y tres años para reunir el Congreso; total nada, ya lo sabía yo”.
La única posibilidad de salvar la negociación era recabar el apoyo de los negrinistas de Francia. Para ello, Hernández, que partiría en septiembre al Congreso de la Paz en Zagreb, llevaría el encargo de Angulo de entregar a sus correligionarios el llamamiento a engrosar las filas de una nueva organización, la Unión Socialista Española , desde la que se entablarían las negociaciones unificadoras definitivas con los grupos de Del Barrio y Hernández. Hernández se mostró conforme con la declaración.
La crisis definitiva con los negrinistas tuvo lugar en Francia. Hierro y Hernández, en tránsito hacia Zagreb, se entrevistaron con algunos individuos pertenecientes al grupo de Lamoneda, que en principio afirmaron que iban a acudir al Congreso. Pero en el momento de disponerse a salir para Yugoslavia, absolutamente todos se negaron a emprender el viaje. Una intervención personal de Álvarez del Vayo había bastado para impedir que fuesen. Del Barrio ya se lo había advertido: “los amigos de Angulo son unos cualquier cosa porque figurar y dar opiniones muy bien pero que en cuanto se trata de firmar algo concreto o hacer algo práctico no hay manera de moverlos y que con esa gente no se puede hacer nada” . Hernández, indignado, planteó que, de reunirse alguna vez con socialistas, solo lo haría con Lamoneda, porque Angulo “ni tiene personalidad política ni representa nada ni a nadie”. Los socialistas del “Jaime Vera” habían quedado amortizados como socios del proyecto de partido. Como era habitual, ambas partes acabarían echándose mutuamente la culpa y abundando en las diferencias personales .
Los contactos con “Acción Socialista”, que publicaba en París una revista quincenal con el mismo nombre desde agosto de 1950, se habían iniciado en el contexto de la fallida convocatoria de la convención de fuerzas antifranquistas. Del Barrio escribió a Hernández solicitándole el envío de artículos y, si le era posible, de ayuda económica para mantener la publicación .
La concordancia en el proyecto de partido era mucho mayor entre Hernández y Del Barrio que entre aquél y los socialistas. Si estos habían planteado casi exclusivamente una maniobra táctica, Del Barrio se acercaba a la concepción estratégica de partido que Hernández y Hierro habían concebido. “Estamos de acuerdo –escribía Del Barrio- [que hemos] de ir a la constitución de algo de tipo nuevo, mucho mas amplio y ambicioso que la reconstitución de nada de lo viejo. No se trata, ni se puede tratar, de salvar al partido comunista de España, ni de constituir, sobre la base de los comunistas disidentes, un partido comunista nuevo (…) Lo que hay que hacer es acentuar todavía mas nuestra visión de reunificación de las corrientes socialistas sobre bases nuevas. Hay que orientarse hacia un partido obrero independiente, o un partido de los trabajadores independientes” .
Pero si bien había coincidencia en lo organizativo, las divergencias ideológicas no tardaron en aparecer. Hernández escribió un artículo en el que valoraba el alcance de la huelga general de Barcelona, discutiendo la atribución del éxito al PCE en lugar de al PSUC de Comorera . Del Barrio le respondió que no iba a publicar jamás ningún tipo de llamamientos a Comorera , que había sido el responsable de su expulsión del PSUC en 1943. Las discrepancias siguieron con las valoraciones que “Acción Socialista” hacía de la política del PCE durante el último periodo de la guerra de civil. Del Barrio había publicado en “Borba” (“La lucha”, órgano del PC yugoslavo) una serie de artículos que Hernández calificaba como falsedades, “como “que el PC es el culpable de la pérdida de la guerra”; “que el traslado del Gobierno del Centro a Cataluña fue un desastre”; “que él, del Barrio, recomendó al Gobierno algunas cuestiones y no le hicieron caso”; “la condena del pacto germano-soviético”. Hernández se manifestaba indignado y sorprendido, pues “le parece mentira que los camaradas de Belgrado que estuvieron en España y conocen las verdad permitan que se publiquen tales cosas (…) y se enfada cuando habla de ello, llamando [a Del Barrio] pedante y tonto pues nada pudo recomendar al Gobierno porque ni estuvo junto a él y si lo dice es por darse importancia y hacer ver que fue algo” . Hernández solicitó la entrega por la embajada de Yugoslavia de todo el material publicado por “Borba” y escrito por del Barrio, a fin de elaborar una serie de artículos en los que realizó un análisis desde 1933 hasta el fin de la guerra, artículos que envió a Belgrado para que los publicara el propio “Borba” con el título “Apuntes para la Historia”.
Desde entonces, Hernández no ocultaba su creciente descontento a sus inmediatos interlocutores. Dejó de leer e incluso de distribuir los ejemplares de “Acción Socialista” que le remitía Del Barrio. En otras ocasiones decía a sus contertulios :"Ya da órdenes como si fuera el jefe y formó, por su cuenta, sin consultar a nadie, el Comité Ejecutivo del Partido" . Pocos días antes de partir hacia Yugoslavia, comentó a su grupo que Del Barrio "es un estúpido (…) Me ha enviado una carta con ocho cuartillas exponiéndome el programa de gobierno para el gobierno republicano que debe formarse (…) No se conforma con erigirse en Ejecutiva, por su cuenta, de los grupos de Acción Socialista sino que ya quiere dar normas hasta para formar gobierno". "Lo que vamos a decirle –concluyó- es que se quede con sus grupos de Francia y a nosotros nos deje tranquilos que ya sabremos qué hacer". Castro solo dijo: "con ese tipo no iba yo ni a la puerta de la calle" .
La estrategia de Del Barrio, sin embargo, era paciente. Invitó a Hernández a reunirse con motivo del Congreso de Zagreb – que se celebraría la última semana de octubre de 1951-, expresando su seguridad de que llegarían a un acuerdo. El viaje de la delegación española residente en México corrió a costa de la embajada yugoslava.
Hernández, que había partido al Congreso con reservas , volvió entusiasmado. En el viaje de vuelta Hernández y Del Barrio se reunieron en París para limar sus discrepancias. Hernández insistió en sus críticas a Del Barrio sobre la culpabilidad del PC en la pérdida de la guerra, y sobre el excesivo cariz titista que quería imprimir al nuevo partido, lo que “perjudicaba mucho para sus planes políticos de cara a la emigración y España”. Del Barrio obvió el debate ideológico y planteó directamente el peso de cada organización con vistas a la fusión. Dijo disponer de cuatrocientos militantes –Hierro rebajaba el número a la mitad- “que valen más que todos los partidos juntos de la emigración; todos ellos tienen medallas y han sido jefes en la Resistencia; han estado en España en el valle de Arán, y en todas partes” . Hernández no podía competir: a pesar de decir que podía aportar unos setenta –el número de suscriptores que atribuía a “Horizontes” mientras se publicó- lo cierto es que contaba a lo sumo con ocho o diez simpatizantes .
Hernández y Hierro hubieron de aparcar sus reticencias y rendirse a la superioridad numérica y material de Acción Socialista: “No tuvimos otro remedio que ponernos de acuerdo con Del Barrio no por sus argumentos sino por la calidad de la gente que le sigue. Además, el único periódico serio y decente que se publica en Francia y que se encuentra en todas partes es el suyo”. Acordaron no formar una dirección central sino trabajar como grupos independientes, cada cual con arreglo a su ambiente, aunque con los mismos objetivos: conseguir el mayor número de adeptos entre socialistas, anarquistas y comunistas expulsados o no del PCE, y cuando consiguieran una fuerza respetable presentarse como un partido. Acordaron también trasladar la dirección del periódico a Toulouse. Allí existía un núcleo fuerte de la emigración y, de cara a una posible incidencia en el interior, estaban más cerca de España, lo que adquiría gran importancia si, como apuntaba Hernández, Tito reconocía al gobierno de Franco, lo que “sería muy bueno (…) porque así nos permitiría trabajar en el interior del país a través de las delegaciones yugoslavas” .
Los informes del “topo” infiltrado por el PCE, que resultó ser Cuello, terminan aquí. Sabemos que el partido de Hernández y Del Barrio fracasó al no poder abrirse un espacio propio entre la dividida familia socialista y el comunismo hegemónico del PCE. A mediados de los años cincuenta Del Barrio intentó impulsar una Comisión Central Pro-Congreso de todos los comunistas españoles, con base en Toulouse y el periódico “La Verdad” como portavoz, cuyo objetivo era convocar un congreso extraordinario que revisara la actuación del partido desde el final de la guerra civil . De Hernández, por su parte, tenemos referencias dispersas de que impartió conferencias en Yugoslavia y que en 1953 fundó en Belgrado un Partido Comunista Español (independiente) . Grupo de vida efímera, pues la muerte de Stalin y la visita de Jruschev a Belgrado el 27 de mayo de 1955 pusieron fin a cinco años de cisma y sentaron las bases de la reconciliación entre Yugoslavia y el bloque soviético. Cuando Álvarez del Vayo pensó unir, en 1956, el grupo socialista expulsado de su partido con el grupo de Hernández, llegó demasiado tarde . En el mundo de la coexistencia pacífica no habría cabida, por el momento, para experimentos alternativos.

La política de Unión Nacional

Un análisis sobre la política de Unión Nacional, propugnada por el PCE desde agosto de 1941, que quizás contribuya a explicar la salida del partido de la Nelken, como la de otros destacados militantes, en esas fechas:

"Tras el desencadenamiento de la “operación Barbarroja”, en junio de 1941, la Internacional Comunista enunció la línea política de “Unión Nacional” (UN), consistente en la creación de amplios frentes interclasistas donde se coaligaran todas las fuerzas cuyo objetivo principal fuera la derrota del fascismo. La adaptación a la situación española por parte del PCE apareció expuesta por primera vez en un manifiesto del Comité Central publicado en agosto de 1941, y elaborado por José Díaz, Dolores Ibárruri y Jesús Hernández. El objetivo era unir a toda la nación -desde la clase obrera a la "burguesía nacional"- para evitar que Franco entrara en la guerra al lado de Hitler. Para ello, no se dudaba en hacer un llamamiento a sectores que, habiendo figurado en las filas del franquismo (carlistas, jefes, oficiales y clases del ejército, sectores conservadores y católicos, grupos capitalistas españoles ligados al capital anglo-americano) estuviesen dispuestos a defender la causa de la independencia nacional. Se partía del supuesto de que

“la gama de las fuerzas opuestas a la política franquista de apoyo al hitlerismo, era más amplia que la de las fuerzas que habían luchado por la República. Existía la posibilidad de un reagrupamiento de las fuerzas políticas que, poniendo fin a la división abierta por la guerra civil, incorporase a la acción contra la dictadura a sectores que antes la habían apoyado, pero que en 1942 se pronunciaban en favor de la coalición antihitleriana y de la neutralidad española”.

La mano tendida a los enemigos de ayer excluía, sin embargo, a los implicados en la sublevación casadista, los “espías nazi-trostkistas agentes de la GESTAPO” –es decir, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM)-, y a líderes como los socialistas Prieto y Araquistáin y el anarcosindicalista Abad de Santillán, a los que se ubicaba, de hecho, en la misma trinchera que los “falangistas germanizados”. Los puntos de esta primera versión del programa de la UN consistían en impedir la entrada de Franco en la guerra junto al Eje, el reconocimiento de la legalidad republicana de 1931, la constitución de un gobierno de Unión Nacional bajo la jefatura del doctor Negrín, el restablecimiento de las libertades básicas en España y la alianza con la URSS y con las democracias contra Hitler.

Cuando en la primavera-verano de 1942 se produjo la ofensiva alemana en la región del Caúcaso que llevaría a sus tropas ante las puertas de Stalingrado, los rumores sobre una posible paz por separado entre Alemania y Gran Bretaña movilizaron a la diplomacia soviética. Molotov viajó a Londres y Washington para disipar los temores de Occidente sobre las intenciones de la URSS tras la guerra. Como muestra de buena voluntad, se procedió a la disolución de la Komintern en 1943. La revolución desaparecía del horizonte político del movimiento comunista a corto y medio plazo. En consecuencia, la línea política de UN dio una nueva vuelta de tuerca hacia posiciones aún más próximas a la alianza con los sectores conservadores. El 5 de septiembre de 1942 un nuevo “llamamiento del Comité Central del PCE", sentó las bases de la política de UN para los siguientes años. El escenario dibujado por el partido trazaba una línea de confrontación a uno de cuyos lados se encontraban Franco y los falangistas germanófilos, y al otro, el resto del país, incluyendo “hasta las más diversas fuerzas conservadoras”: Industriales, terratenientes y comerciantes. El programa de la segunda versión de UN contenía los siguientes puntos: Ruptura de todos los lazos con el Eje, depuración de falangistas del ejército y la administración, liberación de presos y retorno de exiliados, restablecimiento de las libertades, y convocatoria de una Asamblea Constituyente para que el pueblo, libre y democráticamente, decidiese el futuro régimen del país. Desaparecían, pues, las referencias al gobierno Negrín, a la legalidad republicana y a las autonomías, buscándose la aproximación a los monárquicos juanistas.

La política de UN, con sus implicaciones de apertura hacia sectores a los que se había combatido con las armas hasta hacía un par de años –y que en muchos casos aún ocupaban importantes parcelas de poder en el aparato del Estado franquista- y de captación, al propio tiempo, de apoyos entre los grupos de la emigración republicana requería el ejercicio de una sutileza en la ejecución de fintas tácticas a derecha e izquierda que se encontraba muy por encima de las posibilidades de la Delegación en México del PCE, encabezada por el dúo Uribe-Mije. En continua competencia con los centros dirigentes de los partidos rivales en el ámbito republicano, la Delegación del PCE en México tan pronto acentuaba los aspectos sectarios y excluyentes de la UN, rechazando la colaboración con Izquierda Republicana, la Unión Republicana, el Partido Socialista, los nacionalistas vascos y catalanes y la CNT, como blasonaba de haber conseguido la incorporación de representantes de los grupos agrarios católicos, procedentes de la antigua CEDA, y de carlistas arrepentidos al proyecto “unitario” antifranquista. Paradójica línea política que alardeaba de encontrar eco en la derecha monárquica y reaccionaria y que, sin embargo, adoptaba contra las fuerzas republicanas una retórica que recordaba los tiempos de “clase contra clase”.

En la práctica, la retórica de la Delegación en México ahuyentaba a los posibles aliados conservadores y repelía a los de la emigración republicana. La situación era enormemente preocupante pues, como escribía Hernández a Dolores en diciembre de 1942,

“estamos en tal punto que, o bien provocamos una rápida reacción de comprensión entre las distintas fuerzas en que hoy nos apoyamos, o corremos el riesgo de quedar aislados. Las fuerzas que no se han pronunciado sobre el documento son muchas. Su silencio no creo que podamos considerarlo como aprobación, porque si bien se trata de las fuerzas más moderadas, y por tanto más susceptibles de dejarse ganar a una tal política, son también las más anticomunistas. Las que se han pronunciado en contra, o se resisten, son el resto, excepción hecha de las totalmente nuestras. En tal situación, no está excluido un atirantamiento mayor de las relaciones, y que en ese clima aflore la maniobra de un Prieto u otro por el estilo brindando un reagrupamiento sobre la base de la república o cosa semejante para desligar de nosotros a los sectores que de mejor o peor gana nos acompañan”.

En medio de todo esto, el estupor de las bases se traducía en un sordo malestar y en el abandono o exclusión de la militancia activa -“En toda la república mejicana no sobrepasarán el número de 300 los militantes que tenemos. De ellos más de 150 han sido expulsados del Partido. Se excluye a la gente por las cosas más mínimas y con la mayor naturalidad”, escribía Hernández-, proceso paralelo a los despropósitos de una dirección que tan pronto creía inminente una insurrección popular contra Franco como invitaba al pronunciamiento de “un militar con redaños (…) que desenvainara su valerosa espada” contra el dictador. Para romper con esta dinámica, la dirección en Moscú, convencida de que el problema era la incapacidad del grupo de México para interpretar correctamente la línea política de UN, decidió marcar de cerca de Mije y compañía dictándoles las consignas por telégrafo para evitar errores, a la espera de poder enviar a América a dirigentes de fuste que pusieran orden en la situación.

La polémica se agrió desde 1943: la derrota alemana en Stalingrado marcó un punto de inflexión en la guerra. haciendo bascular el fiel de la victoria hacia el bando aliado. Dentro del PCE crecieron las voces –pronto silenciadas por las purgas internas- que reclamaban un reformulación de la política de UN, abandonando el proyecto de alianza con los monárquicos y los tránsfugas del franquismo (por innecesaria) y la aproximación de nuevo a los viejos socios republicanos y socialistas. Pero la sombra de Yalta planeaba ya sobre el futuro inmediato de Europa, y ni a Stalin ni a Churchill les interesaba una salida que implicara la imbricación del caso español en la resolución de la guerra contra el Eje"."

Presencia de Togliatti en España

“Togliatti sigue muy atentamente la vida del partido español. En años posteriores dedicará artículos y ensayos cada vez más profundos hasta el punto de que se llega a pensar que pueda tener razón Mario Scoccimarro, cuando afirma «que él estuvo en España durante la guerra civil y también antes» (…)

La misión secreta en Madrid

Entre los misterios españoles de Togliatti-Ercoli-Alfredo tenemos sus misiones en Madrid en 1936 y en los primeros meses de 1937, que él siempre ha negado en sus memorias, en respuesta a entrevistadores: No; no fue a España hasta julio de 1937. Confirman su no Luigi Longo, Vittorio Vidali y Teresa Noce, los cuales dicen que «si hubiese estado, lo habríamos sabido». Nosotros no tenemos ninguna prueba documentada en contra, pero existen muchas dudas. Quien lo afirma de forma más decidida y con mayor lujo de detalles es Jesús Hernández, miembro de la dirección del Partido Comunista de España, ex-ministro, que se refugió primero en Rusia y que. después, en México, salió del partido. Hernández no precisa la fecha del primer encuentro en España con Togliatti, pero da algunas referencias cronológicas mediante las cuales se le puede situar entre el 27 y el 31 de agosto de 1936. Una mañana de agosto el camarada Checa le avisa:

—Reunión de la dirección.

—¿A qué hora?

—Esta tarde, a las cinco.

—¿Estarán Duclos y Togliatti?

—Sí, me satisface que hayan venido.

En la reunión, Hernández se encuentra con los españoles Díaz. Dolores Ibarruri, Mije, Uribe y Checa, y los enviados del Comintern, Codovilla, Stepanov, Geroe, Togliatti y Duclos. Se discute sobre la ayuda que Rusia podrá suministrar a los españoles, y Togliatti invita a la prudencia: «La lucha del pueblo español se ha iniciado en condiciones poco favorables para la república (...). La Unión Soviética debe defender su propia seguridad. Una acción precipitada podría romper el actual equilibrio y desencadenar una guerra que podría extenderse hacia el Este (...). Quien no tenga en cuenta esta realidad cometerá un error; quizá razone con el corazón. pero no con la cabeza»."

Existen pruebas seguras de que cuatro de los enviados del Comintern mencionados por Hernández estaban por aquellas fechas en España. ¿Por qué debería mentir Hernández sobre el quinto, sobre Togliatti? Francisco Antón, uno de los dirigentes españoles de entonces y actualmente miembro del comité central, afirma: «Hernández se inventó la presencia de Togliatti en Madrid en los primeros meses de la guerra para demostrar, siguiendo el consejo de sus financiadores de la CÍA, que el Partido Español dependía del Comintern, y porque, al aparecer su libro en el año 1953, era útil presentar a Togliatti como un misterioso ejecutor de las órdenes de Stalin». Pero las explicaciones de Antón no se tienen en pie. Todos saben que el Partido Español, al principio de la guerra, estaba asistido muy de cerca, por no decir directamente, por los enviados de la Internacional; añadir el nombre de Togliatti al de los otros cuatro no cambia en nada las cosas." El historiador Colodny cita un párrafo del diario de Koltsov, el corresponsal de Pravda:

«Al mismo tiempo que llegaba la plana mayor del general Goriev a Madrid, llega a la capital española una delegación del Comintern, encabezada por Palmiro Togliatti y por André Marty, que pone manos a la obra de la transformación de la colección políglota de voluntarios en una unidad de ataque». ¿Por qué tiene que ser éste un falso testimonio? Porque, se afirma, Togliatti trabaja en Moscú y ha sido visto en esta capital en diversas ocasiones durante la segunda mitad de 1936 y la primera de 1937. Pero ¿qué significa esto? De Moscú a Madrid hay pocas horas de avión y las presencias de Togliatti en Madrid se insertan perfectamente en sus ausencias de Moscú. Por fin, también tenemos el testimonio de Scoccimarro, quien para afirmarse se pregunta: «¿Estaba en España ya en el año 1936, o llegó en 1937?» Scoccimarro dice: «Estuvo ya en 1936; estoy segurísimo». Falta preguntarse por qué Togliatti insiste en negarlo, incluso tras la muerte de Stalin. Probablemente porque la regla del Comintem es que el silencio, una vez decidido, se mantiene para siempre, con el fin de no desmentir a los que hacen de cobertura. La razón para callar sobre aquellas primeras misiones está clara: Se sabe que el fantasma del peligro rojo, que se basa en la presencia de gentes del Comintern en España, lo usa la propaganda burguesa y fascista. Por ello es mejor circundarla de la más absoluta reserva, especialmente en relación con el segundo secretario del KOMINTERN”.

Modesto y Lister

Modesto, Lister y los oficiales de milicias fueron destinados a la academia Frunze (los militares de carrera, como Cordón, fueron a la Vorochilov), donde según distintos testimonios, y en términos escolares, "no progresaban adecuadamente"... Cuando Moscú fue evacuado ante el avance alemán, los militares españoles fueron enviados a Tashkent, en el Caucaso. Lister y Modesto entablaron una continuada relación epistolar con Jesús Hernández, del que reclamaban que les sacara de allí para ser enviados a unidades del frente, como ocurrió con Domingo Ungría y su batallón de guerrilleros adscritos a la NKVD. Modesto y Lister se consumían en un ambiente marcado por las querellas domésticas, la frustración de los refugiados españoles empleados como estajanovistas y las protestas de sus mujeres por el alejamiento de sus hijos en las colonias escolares. Su apuesta por Hernández se incrementó al percibir que Francisco Antón les había colocado un confidente (un tal Cañameras) para que diera cuenta a Dolores Ibárruri y a él de sus andanzas. La enemistad entre Modesto y Antón -al que los descontentos motejaron como "el Niño" y "Godoy" (el querido de la reina Maria Luisa, esposa de Carlos IV) llegó al punto de que, habiéndole respondido Antón, ante una de sus habituales quejas sobre las precarias condiciones de los colectivos de españoles, que "hacer frente a las dificultades contribuye a la bolchevización", Modesto le replicara: "¿Y tú, cuando te bolchevizas?".
Modesto apostó también por Hernández porque este prometió la confección de unas listas para sacar a cuadros comunistas españoles de la URSS y enviarlos a México y España. Pero cuando la expulsión de Hernández se consumó en 1944, Modesto y Lister hubieron de reconvertir sus posiciones y aproximarse a Pasionaria, contribuyendo a la purga de antiguos compañeros de tertulia y crítica, como Enrique Castro. A Modesto le tocó, como militar, demoler las tesis sostenidas por Castro acerca de la conveniencia de abrir un segundo frente por los aliados en España. Ibárruri decidió tenerles de momento a su lado y les cooptó para el Buró Político de la delegación del PCE en la URSS. Pero las cuentas no estaban saldadas y, en 1947, con Carrillo ya como secretario de organización, se llevó a cabo el proceso conocido como "el complot del Lux" (el hotel de la Komintern donde se albergaban los dirigentes extranjeros de la IC), donde cayeron todos los antiguos próximos a Hernández y Castro: José Antonio Uribes, Segis Álvarez... y en el que se quiso envolver a Lister y Modesto. El gallego tardaría aún en caer, pero el gaditano salió muy tocado del asunto y, envuelto en la paranoia antitista de esos años, apenas levantó cabeza, salvo la mencionada contribución a los aspectos militares de la historia de la guerra editada por el partido.

Sobre las precauciones a tomar con las memorias

Una de las precauciones básicas que me he impuesto en el análisis de la biografía de Jesus Hernández es la de tener presente que las memorias propias siempre tienden a la autocomplacencia. Quizás las de Santiago Carrillo sean las que alcancen un grado sublime de autojustificación, y las de Hernández no sean una excepción, pero tampoco lo son las de ningún otro de los protagonistas de la generación de comunistas forjados en el mito de Octubre y arrasados en sus convicciones por la experiencia estalinista. Pongo un ejemplo: En su "Testimonio de dos guerras" (pág. 306), Manuel Tagüeña rememora la asamblea conjunta de las Academias Militares Frunze y Vorochilov en donde se trató, el 6 de mayo de 1944, la expulsión de Hernández:

“La obligada reunión del colectivo para tratar estos problemas se adelantó, dado que teníamos que salir de Moscú hacia nuestros destinos. Estuvieron presentes también los de la Academia Voroshilov (…) Asistieron Ignacio Gallego, Modesto y Líster (…) Los tres representaban al comité central, es decir, venían en calidad de fiscales, no a hacerse la autocrítica, sino a exigírnosla a nosotros. Gallego tuvo una actitud discreta, no así los generales, que ante un auditorio que les había oído muchas veces atacar e insultar a La Pasionaria y a Francisco Antón y elogiar a Jesús Hernández, no tuvieron inconveniente en pedimos que denunciáramos cualquier pequeño detalle que contribuyera a desenmascarar a los expulsados y a otros posibles traidores que hubieran colaborado con ellos en su labor contra el Partido, contra Dolores y contra la Unión Soviética (…) Era el momento para desenmascararlos diciendo en público todo lo que pensaba de ellos y de su ruin comportamiento, pero estaba claro que Dolores, completamente aislada, se estaba apoyando en ellos para aquella depuración, y hubiera sido yo el que saldría perdiendo. En definitiva, todos estábamos cogidos en una inmensa red y cada uno se defendía a su manera. Por eso me limité a salir del paso en mi intervención de la mejor manera posible; al fin y al cabo era cierto que yo no había intervenido en ninguna de las intrigas y me sentía limpio de culpa en los supuestos delitos que allí se estaban juzgando. Hubo en la reunión alguna insinuación malévola hacia mí y hacia mi mujer, por nuestra amistad con el matrimonio Castro, pero nadie se atrevió a achacarme algo concreto, lo que me hubiera obligado a defenderme atacando. De todos modos estaba claro que como mi actitud había sido incomprensible para ellos, pues no podían admitir mi falta de ambiciones políticas, no supieron por dónde atacarme”.

Sin embargo, el acta de la reunión atribuye a Tagüeña esta otra intervención:

“Me siento orgulloso de pertenecer a un Partido que marcha hacia adelante apartando los obstáculos (…) Está claro, como dice el camarada Gallego y lo ha dicho Modesto: lo que unía a Hernández y Castro era la ambición, aspiraban a ser jefes. Yo siempre he sentido antipatía por Jesús. Recuerdo que en España yo era amigo de un joven comunista que murió en el frente (...) Él tenía la convicción de que Jesús era confidente de la policía (…) Hernández ha hecho todo lo posible por colocar al Partido al borde de la catástrofe y su agitación entre la emigración creaba situaciones de intranquilidad y nos colocaba en callejones sin salida. He percibido que todo lo que dijo Hernández del acercamiento de militantes a España era un engaño, él deseaba "emigrar" de la URSS y crear un problema a la camarada Dolores. No lo planteó, sin embargo, tenía miedo a las consecuencias (…) Con Castro he tenido relaciones que han durado hasta este momento. La ambición le unía a Hernández, y cuando un hombre se coloca en el plano de la ambición desmedida, hasta llegar a atentar contra la autoridad de la camarada Dolores, este hombre está decidido a todos los crímenes (…) Yo a un camarada (...) le dije no es necesario estar de acuerdo para realizar un trabajo en contra del Partido, es suficiente en un momento determinado coincidir con determinadas posiciones. Esto me lo puedo aplicar como lección. La amistad debe ser política, hasta donde permiten las garantías políticas, y fuera de las fronteras políticas se acaba la amistad (...) Nada hay más querido que el Partido y la mayor honra es la de militar en él, ello es de vida o muerte (...) Hay que luchar por ser digno de la calidad de miembro del Partido”.



Es decir, existe en la literatura memorialística de los luego disidentes una clara tendencia a la proyección restrospectiva de sus diferencias, mas en otra vertiente es la misma que lleva a los ortodoxos a buscar en sus actuaciones remotas precedentes a sus frecuentes cambios de posición sin abandonar la "línea" correcta. Siempre he sido remiso a aceptar como válidas las explicaciones basadas en juicios personales. Hay una afirmación del historiador marxista británico E. P. Thompson que me parece enormemente acertada: ¿Por qué, según la descripción de los antropólogos, todo es sutileza y complejidad en los elaborados usos sociales de los nativos de las islas Tobriand y, sin embargo, según los historiadores clásicos, todo es brutalidad y simpleza en el comportamiento del proletario inglés del siglo XIX? O, trasladado a nuestro caso, ¿por qué lo que en Togliatti es producto de una fineza de análisis florentina en Hernández es fruto del despecho y la ambición personal?


Las relaciones entre ambos debieron verse teñidas, ciertamente, por una profunda antipatía mútua desde muy temprano: Ya en su informe del 25 de noviembre del 37 Alfredo se queja a la "Casa" de lo poco que se relacionan los ministros comunistas (Uribe y Hernández) con el resto de sus colegas, lo que achaca a la influencia sectaria ejercida por Luis (Vitorio Codovilla) sobre Dolores Ibárruri y el propio Hernández. Pero por debajo de la animadversión laten diferencias de naturaleza política: al transmitir los resultados de los trabajos del pleno del partido escribe: "La discusión ha sido desigual. Bien los miembros del Buró Político (con excepción de Jesús, que ha hecho una mala intervención sobre la US [Unión Soviética])". A Togliatti le choca de Hernández (y de otros) el chirrido permanente entre la aceptación obligada de la disciplina kominteriana (concorde a las necesidades de la geoestrategia soviética) y la voluntad mal refrenada de avanzar posiciones de poder. Como leninistas convencidos, a Hernández y otros, como José del Barrio -con el que se reencontrará en el movimiento proyugoslavo- el cuerpo les pide superar etapas: "Escriba al camarada Dimitrov - exclama Hernández y se recoge en el informe de 30 de julio del 37- y al camarada Manuilski, hágales venir aquí y comprobar lo hermoso que es el Frente Popular. Nos está costando sangre y nervios...". Del Barrio, por su parte (22 de abril de 1938) "ha perdido la cabeza (...) Se exige que el Partido tome en sus manos todo el aparato del Ministerio de la Guerra y todo el ejército; se orientan excesivamente en el ejército a la conquista de puestos de dirección".

No es esa la intención de la Komintern en abril del 38; es más, en esa fecha Stalin ha decidido que para mejorar sus relaciones con Gran Bretaña es preciso tranquilizar al gobierno de Su Majestad haciendo salir a los comunistas del gobierno español e impidiendo a sus colegas franceses entrar en el de su país. A Togliatti le toca transmitir a la dirección del PCE una consigna que causa "sorpresa". Hernández realiza una "intervención (...) en tono casi desesperado ()". Llega a equiparar la retirada gubernamental con una declaración de derrotismo. Togliatti no logra convencer al Buró español de llevar a la práctica la totalidad de la orden estaliniana y, dejado en una situación desairada por el éxito de la réplica de Hernández, ha de camuflar su fracaso a duras penas: "Vuestro consejo táctico, aunque no se ha puesto en práctica porque la situación actual no lo permite, hizo entender a los camaradas (...) que si no eliminaban las erróneas tendencias, corrían el riesgo de perder la orientación política acertada". Togliatti consigue, en última instancia, un asentimiento a medias: se sacrifica la presencia de un ministro comunista en el gabinete, y el sacrificado es, precisamente, Hernández.

La hostilidad entre ambos apenas se encubre ya en el periodo posterior. Togliatti atribuye al "Comisario General del Ejército de la zona Centro" (Hernández) el fracaso de la ofensiva de Extremadura para aliviar la ofensiva franquista contra Cataluña en diciembre del 38: "No estaba sobre el terreno en el periodo de su preparación, llegó el día mismo en que empezaba la operación y se volvió dos días después, precisamente en el momento crítico, cuando su presencia habría sido más necesaria". Pero el punto álgido llega con la huída del Buró Político desde Monóvar el 7 de marzo del 39, tras el golpe de Casado. Hernández, con Togliatti preso de los casadistas, ha de tomar medidas para enfrentarse a la situación que ha puesto fuera de la legalidad al PCE. Decide desmentir a la radio casadista, que propala la fuga de los dirigentes comunistas -incluído él-, dando a la luz un manifiesto en nombre del Buró Político con fecha 9 de marzo. De este documento dirá Alfredo: "Desde un punto de vista político coincide exactamente con el nuestro [él redacta uno que verá la luz con fecha del día 12], pero no contiene ningún ataque contra la Junta, mientras que en el nuestro se la acusa de crimen y traición y de haber actuado en interés de Franco y del extranjero. Nuestro documento fue juzgado demasiado violento por los camaradas que habían de imprimirlo y difundirlo". No es así exactamente: por boca de su "querido" camarada Stepanov (en su "Informe sobre las causas de la derrota de la República Esañola") sabemos que el manifiesto de Togliatti levantó indignación entre la propia dirección comunista refugiada en Paris, por su contenido confuso próximo al derrotismo, hasta el punto de que, por mayoría, se decidirá desaconsejar su publicación en L´Humanité.

Un análisis comparado de ambos textos no puede dejar de hallar concordancias (el elogio de la unidad del Frente Popular y la necesidad de restablecer la legalidad del partido, la reivindicación de la presencia y continuidad de la dirección del PC en el interior de la zona leal, el rechazo a la actuación del Consejo Nacional de Defensa...) pero, así mismo, profundas diferencias, y no de matiz: mientras el de Hernández llama a mantener posiciones de fuerza ("Ordenamos a todos nuestros camaradas en el Ejército que bajo ningún concepto acepten el desarme de su unidad o resignen el mando, ya que esas órdenes solo el enemigo o la provocación pueden dictarlas") el de Togliatti apuesta por una labor de persuasión inerme (los dirigentes comunistas "se acercarán inmediatamente a los dirigentes de otros partidos y organizaciones antifascistas (...) y les convencerán de la necesidad de presionar sobre el Consejo para que tome otro camino..."); mientras que el de Hernández advierte con el uso de la fuerza ( "Lo mismo que en Madrid los militantes comunistas (...) se han visto obligados a hacer uso de las armas para defenderse, en todo el país, de no cesar esa provocación, pueden producirse hechos semejantes que somo los primeros en lamentar"), el de Togliatti cede la iniciativa a la propia Junta [la del "crimen" y la "traición"], que habrá de decidir o no si quiere a los comunistas en su seno ( "El PC está dispuesto a enviar su representación al seno del Consejo de Defensa a condición de que este sea reorganizado de tal manera que signifique una condena abierta de la política de represión y reacción seguida hasta hoy y la vuelta a una política de unidad, de orden, de disciplina y de Frente Popular").

La iniciativa de Hernández, inédita ciertamente, no se toma solo ante la ausencia de los órganos de dirección del partido, si no en contradicción con la línea determinada por la asesoría kominteriana, que ya da por amortizada la resistencia republicana en los prolegómenos del pacto germano-soviético. Se lo harán pagar años más tarde: en 1944, Stepanov citará, en los alegatos para su expulsión ante el Comité Central del PCE en Moscú, que desde 1938, cuando José Díaz fue evacuado a la URSS para ser tratado de su cáncer de estómago, Hernández se había postulado para ocupar su lugar, siendo uno de los rasgos que le caracterizaba que "quería tener su línea política".

Togliatti y los últimos días del PCE en 1939

Sobre la famosa reunión en el aeródromo de Monóvar, la versión de Tagüeña no es del todo precisa , porque él no está presente en la reunión del Buró Político donde Togliatti formula la célebre pregunta a Lister y Modesto sobre si era posible mantener la resitencia, dado que Tagüeña no pertenece a este órgano, si no a la Comisión ejecutiva de las JSU. En cambio, Pedro Checa, como responsable de organización, sí está presente, y en el informe que eleva a la dirección del partido en junio de 1939 dice lo siguiente:

"A la noche [del 6 de marzo] celebramos una reunión del Buró Político en el aeródromo de Monóvar. Asisten Uribe, Delicado, Alfredo, Angelín, Modesto, Líster, Castro, Delage, Benigno, Melchor, Moix y yo.Checa abre la reunión y plantea tres puntos (…) que son: Primero, posición del Partido ante la Junta de Defensa; segundo, evacuación de camaradas; tercero, dirección del Partido (…) Interviene a continuación Alfredo, que lo hace con más amplitud en torno a estos tres puntos; a continuación todos los camaradas que participan en la reunión sin aportar nada nuevo desde el punto de vista práctico (…). A una consulta que Alfredo hace a los camaradas militares sobre si el Partido tenía fuerza para hacerse con la situación, todos ellos contestan que no, en absoluto. Lister dice que no solo ahora, pero jamás la tuvo el Partido solo, para ello".

Es decir, la pregunta no es inespecíficamente "si el PCE había desaprovechado alguna ocasión de tomar el poder", si no si el partido podía o no, en ese preciso momento, revertir la situación con sus propias fuerzas. Así lo plantea el propio Togliatti en su informe de fecha 21 de mayo del 39 (y lo ratifica Stepanov, con alguna variante, en su informe sobre las causas de la derrota republicana):

"Plantée a Modesto y a Líster la cuestión de si consideraban posible, militarmente, volver a hacerse con la situación. Ambos respondieron que no era posible y que el partido, solo y privado del apoyo del gobierno, no podía hacer nada".

Evidentemente, Togliatti se estaba arropando en el dictamen de los supuestos "expertos" militares del partido para condonar la decisión de levantar el vuelo por parte de la mayor parte de la dirección del PCE, pero ¿realmente no había otra posibilidad? Otros testimonios coetáneos plantean una situación que pudo haber sido muy distinta. El jefe del XIV Cuerpo de guerrilleros, Domingo Ungría, junto con "El Campesino", Pedro Padilla y Valentín González relatan en su informe:

“Durante la noche [del 5 de marzo] tuvimos varios enlaces con el camarada Hernández a través de los cuales se iba perfilando cuál debía ser nuestra actuación y durante este tiempo se hizo un plan de ataque combinado con tanques, infantería y un tren blindado que disponía de cañones de 8,8 y que situado en un punto estratégico le habríamos de utilizar como artillería. La operación preveía un orden de aproximación simultáneo y dos direcciones de ataque fundamentales que tenían como objetivo tomar el grupo de Ejércitos y apoderarse de Valencia. Al frente de las fuerzas que atacarían el Grupo de Ejércitos irían El Campesino y González, y con las segundas Buitrago y V. García.

En la madrugada del día 6 Hernández dio por teléfono la señal convenida para hacer el orden de aproximación, la orden fue transmitida a tanques dándole el punto de concentración y la infantería fue alertada y terminada de armar con fusiles ametralladores, el tren recibía orden de salir de Levante y situarse en el punto convenido. Una hora más tarde aproximadamente se recibió orden de Jesús por conducto de Montoliú de suspender la maniobra, así pues hubo que transmitirla a Tanques y el tren que ya tenían el material en camino y que hubieron de volverse a sus bases de partida".

La detención del contragolpe se debió a las conversaciones mantenidas entre la dirección del PCE en Levante, encabezada por Hernández, y el general Menéndez, poco favorable en principio a perseguir a los comunistas. Francisco Ciutat, teniente coronel jefe de Operaciones del Ejército de Levante, redacta su informe en Paris, el 3 de mayo de 1939. En él recoge el planteamiento de las negociaciones con Menéndez, sin abandonar la advertencia del recurso a la fuerza si no se alcanzaran las reivindicaciones del partido:

“Llegamos al chalet donde estaban Jesús Hernández, Palau, Larrañaga, Pérez, Francisco Ortega, Manuel Cristóbal y otros (…) Se informó de la situación y acuerdos tomados con Menéndez (…) Luego de alguna discusión, examinando todos los extremos conocidos de la situación general, la delegación del CC de nuestro Partido acordó:

1/ Estimar conveniente las condiciones fijadas en el acuerdo con el general Menéndez.

2/ que era necesario que se mantuviesen los acuerdos, sin permitir que se tomase ninguna medida de represalia contra el XXII CE, cuyas fuerzas debían mantenerse en los lugares que ocupaban (cortando la comunicación Valencia- Madrid por Cuenca), pero a las que el P. ordenaba no impedir hasta nueva orden el movimiento de vehículos por la carretera, oponiéndose solo a todo desplazamiento de fuerzas. Es decir, sin retirarse de las posiciones ocupadas por las fuerzas del Partido, evitar hasta las 14.00 toda acción ofensiva por nuestra parte.

3/ estudiar un plan de acción conjunto de acción combinada de las fuerzas militares del Partido. Este plan debía ser puesto en ejecución al expirar el plazo fijado (las 14:00 del 10/3).

[Las Unidades bajo la dirección inmediata del Partido eran: División 19, al mando de Juanín, en Tarancón; Agrupación Toral, en Ciudad Real; XXII CE, al mando de Ibarrola, de las que las brigadas 206, 277 y 223 al mando de Artemio Precioso habían sido enviadas a Cartagena; División de tanques, con base en Calasparra; División 15 del XXI Cuerpo de Ejército]. El plan del Partido consistía en disponer las fuerzas referidas de tal modo que pudieran ser lanzadas sobre Madrid para aplastar a la Junta o sobre la zona del litoral levantino entre Valencia y Cartagena para asegurar sólidamente los puertos. Se preveía también la ocupación o bloqueo de Valencia (aunque) el ataque a Valencia se consideraba inoportuno, era una operación que habría de ser lenta y costosa (...) En resumen, de las 11-12 divisiones que había en Levante podía contarse rápidamente con la 15 y la de Tanques".

Parece, pues, que sí existían fuerzas suficientes para parar el golpe y condicionar en una medida ciertamente eficaz la política del Consejo de Defensa en Levante, mientras en Madrid se le acorralaba en el búnker del Ministerio de Hacienda. La cuestión, entonces, era si eso interesaba ya a Togliatti y a quienes le transmitían las directrices. Muestra de por dónde iban los tiros lo recoge el informe de Fernando Montoliú, comisionado por Hernández para negociar con Miaja en Madrid:

“[Fuimos a ver a los consejeros soviéticos y] si mal no recuerdo, Hernández habló de aplastar a la Junta, sin embargo el tovarich con mucha calma planteó una serie de cuestiones y entre ellas que yo me acuerde eran aproximadamente estas:

…Veamos: ¿qué fuerzas se han sublevado? ¿Con quien contamos? ¿Cómo se encuentran nuestros camaradas? ¿Qué posiciones ocupan? Estas y otras varias cuestiones fueron planteadas relajadamente y calmosamente. La conclusión primera fue aproximadamente la siguiente:

¿Qué hacer y que posición toma el gobierno legal ante tal situación? Esta es una de las primeras cosas que debemos saber. Qué actitud debe tomar el Partido. Lo primero es conocer el estado de cada una de las fuerzas en presencia. Hay que poner en movimiento el Partido. Hay que conocer más detalles.

En cuanto a los camaradas del Partido coincidimos todos que en general sus unidades querían continuar la lucha. No recuerdo en qué momento preciso apareció Larrañaga. Con todos los elementos que teníamos en mano volvimos a casa de los tovarich a eso de las cinco de la tarde. Si mal no recuerdo ello ya habían tomado contacto con Madrid y tenían una idea aproximadamente exacta de cómo se encontraba la situación. Al entrar en la habitación el camarada responsable de los consejeros leía la Historia del Partido, el resto recogía y quemaba papeles, otros preparaban maletas.

(…) El general volvió a preguntar: ¿qué actitud era la del gobierno legal? Se discutió un buen rato (…) me acuerdo que dijo: Hay que tomar contacto a todo precio con el gobierno. Por intermediación de sus subalternos se consiguió tomar contacto con Negrín y si mal no me acuerdo con Uribe que se encontraban en un aeródromo preparados para salir de España

[Conversación con Negrín]

-Hernández: Señor presidente ¿qué hacemos?

-…espere un momento, que estamos discutiendo; por el momento nada, dijo Negrín.

-H: Bueno es que aquí la situación la tenemos de la mano y si Ud, lo ordena podemos aplastarlos.

-El gobierno está reunido para ver qué actitud se adopta, prosiguió Negrín.

De esto es de todo lo que me acuerdo.

Terminada la conferencia telefónica Hernández sugirió la idea de “aplastarlos”. El general que había cerrado el libro tardó en responder y después de reflexionar dijo aproximadamente estas palabras: Hay que tratar de ver claro, Hernández. La junta está constituida por todos los partidos y fuerzas que fueron nuestra aliadas. El gobierno de Negrín no quiere luchar. El Partido se encuentra solo y aislado. En estas condiciones no podemos enviar nuestras fuerzas a la lucha. Luchar en dos frentes contra el franquismo y contra la Junta constituida por los socialistas, anarquistas y republicanos es una tarea superior a nuestras fuerzas. En estas condiciones, los sublevados apareceríamos nosotros ante los ojos del pueblo. A mi forma de ver lo que hay que hacer es tratar de llegar a un acuerdo con la Junta. Llegar con ellos a un compromiso. Tratar de salvar el Partido y el Ejército.

Esto es mal reflejado lo que dijo este tío y con estas ideas salimos de su casa no volviéndolos a ver más (al menos yo)".

No había, por parte soviética, mayor interés en prolongar la agonía de la República española. Y, a pesar de contar con una fuerza militar no despreciable, el "Partido de la resistencia" es inducido a arrojar la toalla. Vuelve a hablar Ciutat:

"Cerca de las 20:00 del día 10, informados los camaradas que representaban la dirección del P. del estado de la situación y estudiada esta, se llegó a conclusiones que creo poder resumir así:

A. No hay datos exactos de la situación en Madrid que la Junta dice haber dominado por completo.

B. Se observan síntomas de debilidad en las unidades del XXII CE.

C. La primera respuesta de la Junta trasmitida por Matallana es insatisfactoria y poco concreta, pero constituye un paso favorable.

D. Dado el estado moral de las fuerzas era necesario o precipitar rápidamente los acontecimientos o restituirla a la normalidad. De otro modo había peligro de que se descompusiera rápidamente.

E. Los objetivos de la lucha armada en el momento aquel pudieran consistir en:

- apoderarse del poder.

- libertar a los camaradas presos y asegurar la evacuación de los cuadros del partido y de los leales ocupando los puertos y asegurándose su defensa. Con eso impedir que la Junta entregara a los comunistas a Franco.

La liberación de los camaradas presos se consideraba como un objetivo necesario e imprescindible.

En relación con los objetivos máximo y mínimo se consideraba:

1- la conquista del poder no tenía ya objeto pues se había llegado a una situación después de la traición de la Junta y de la huída de la Flota, en que toda resistencia sería estéril y el enemigo no parece dispuesto a conceder ninguna condición favorable en la paz que se busca. No interesa políticamente al Partido que bajo un gobierno comunista se desarrollen los últimos acontecimientos de la descomposición y de la derrota militar ya inevitable.

Es preferible que los traidores suscriban con su nombre ante la Historia el periodo vergonzoso a que han llevado a la República. Es por el contrario de interés para el Partido no tener nada que ver con las jornadas de claudicación, quedando completamente a salvo de responsabilidades históricas que pudieran debilitar en el futuro el prestigio del partido cuya historia militar durante la guerra quedaría indeleblemente unida a la defensa de Irun, a la epopeya de Madrid, a la resistencia del Norte, a la victoria de Teruel, a la defensa de Valencia, a la gran batalla del Ebro. No interesa al partido intervenir en la derrota.

Para lograr el objetivo mínimo no era ya absolutamente necesaria la lucha armada (…) En el chalet, Uribes entró en un cuarto donde estaba al parecer Alfredo con Hernández (…) Al cabo de un rato bastante largo, salieron Hernández y Uribes y el primero expuso poco más o menos lo que cabo de resumir. No hubo objeciones… Como dije antes, en aquella reunión que presidió Hernández estuvieron presentes Francisco Ortega, J.A Uribes, Manuel Cristóbal, Jesús Larrañaga, Palau, González, Pérez, Recadero, Ciutat y Segis. Alfredo no asistió a la reunión, aunque me dijeron que estuvo reunido previamente con Hernández, Uribes y otros. Yo no puedo asegurar si ví o no personalmente aquella noche Alfredo en el chalet”.

Al parecer, Togliatti había retomado las riendas y reconducía la situación, bordeando cualquier tentación resistencialista. No me resisto a transcribir lo que quizás fueron sus últimas directrices en España, según el informe de Montoliú, bastante alejadas, por cierto, de la solemnidad de las grandes citas:

“Bueno, camaradas, el momento de separarnos ha llegado. Vuestra misión es manteneros al frente del Partido mientras haya hombres en pie de guerra. Después, tratad de salvaros si podéis”. Togliatti habló de la manera de llegar a pie hasta Francia y con su habitual tranquilidad y siempre del mismo carácter indicó una serie de caminos a seguir. Lo que más me acuerdo es que con frecuencia decía “por el Priorato” Es la primera vez que yo oía hablar del Priorato.

Y se puso a explicarnos toda una técnica de cómo se podían coger las gallinas de un gallinero sin despertarlas. Entre broma y serio dijo aproximadamente lo siguiente: “Las gallinas cuando duermen están subidas en unos palos. Si entras y tratas de cogerlas se despiertan y hacen mucho ruido. Las gallinas no pueden dormir con nada encima de las patas, luego entonces, sin alumbrar, sin ruido y muy despacio hay que ponerlas una mano encima de la pata y automáticamente y sin despertarse saca sus patas para ponerse encima de la mano”. Después, y sonriendo, hacía el gesto de meter la cabeza de la gallina debajo del sobaco”.