Óscar Pérez Solís (Bello, Asturias, 1882-Valladolid, 1951)
Óscar Pérez Solís (Bello, Asturias, 1882-Valladolid, 1951) fue en su juventud militar de carrera, alcanzando el grado de capitán de artillería. Su conversión al obrerismo fue consecuencia de la relación sentimental con un recluta de su regimiento, un joven anarquista andaluz. A su muerte, Pérez Solís comenzó a interesarse por el marxismo, y se afilió al PSOE en Valladolid, entrando a dirigir el semanario Adelante en los ratos que le dejaban libres sus deberes militares. Fue expulsado del ejército en 1913, por organizar mítines socialistas. En sus inicios políticos se situó en el ala derecha del partido, donde actuaba por libre al margen de otros significados representantes de este sector, como Indalecio Prieto. Fue el más franco y a menudo el único portavoz de las posiciones reformistas. Se había relacionado con Ortega y Gasset y con Francesc Cambó, con quienes compartía el proyecto de un partido socialista nacional, más vinculado a las clases medias y compatible con la regeneración del país desde el gobierno. Defendió la postura proaliada durante la Primera Guerra Mundial. Al principio fue partidario de la alianza con los republicanos, pero poco a poco el ambiente de su distrito, Valladolid, ciudad provinciana y agraria, fue dominando su discurso y acabó criticando el antimonarquismo del partido. Sostenía que el PSOE debía ocuparse ante todo de medidas prácticas, tratar de comprender y capitalizar los sentimientos nacionalistas y no meterse en cuestiones de régimen. Él se definía a sí mismo como un tipo romántico, solterón, que habiendo perdido la fe en Dios, buscaba a este en el pueblo. A pesar de su reformismo accidentalista, acabó enfrentándose al caciquismo local, personificado en la provincia por el duque de Alba. Este lo hizo desterrar de la ciudad, y Prieto le llevó a Bilbao. En principio, la revolución rusa no le atrajo, y fue uno de los que defendieron la adhesión del PSOE a la Internacional Socialista. En el Congreso de 1919 afirmó que los bolcheviques eran más nacionalistas que socialistas, y que las posibilidades del triunfo del socialismo en Rusia estaban en un futuro lejano. La revolución de octubre había sido una "aberración", resultado del descontento y el hambre, un "gesto de rabia contra la tiranía zarista". Preguntó si los obreros rusos eran capaces de controlar la producción, y al grito afirmativo de los asistentes contestó con un estentóreo "no". Después de leer unos fragmentos de Engels en que este decía que la revolución política no puede llevar a la revolución económica, afirmó que en España no habría condiciones para una revolución hasta que los obreros estuvieran capacitados para sustituir a los capitalistas. "Pertenezco a la Segunda Internacional- terminó- y quiero que mi partido continue en ella". Fue autor, junto a Fabra Ribas, de una resolución transaccional en la que se afirmaba que solo debía haber una Internacional, y que por eso el congreso resolvía que el PSOE siguiera adherido a la IS y enviara una delegación a su próximo congreso de Ginebra, con misión de pedir que se adoptaran medidas para llegar a la fusión de la II y la III Internacionales. A ella se añadió una enmienda de Isidoro Acevedo proponiendo que si no se alcazaba la unificación, el PSOE pediría su ingreso en la IC. La resolución fue aprobada por 14.010 votos contra 12.497. En el congreso de 1920 afirmó que los bolcheviques no eran en Rusia más que los jacobinos en la Revolución francesa. La adhesión a la IC "no entrañaría automáticamente la revolución en España". Los "terceristas" eran revolucionarios verbales, pero no de acción. Se opuso abiertamente a la decisión adoptada por las Juventudes Socialistas de convertirse en Partido Comunista Español. En el tercer congreso extraordinario (1921) se mostró, de forma sorpresiva, partidario de los terceristas. Siempre había afirmado que los españoles eran abúlicos, que la clase obrera no estaba preparada para la revolución y que por esto era reformista. Pero en un artículo, poco antes del congreso extraordinario, se mostró abiertamente voluntarista. Quería, escribía, que el PSOE fuera más blanquista; y los blanquistas de aquel momento eran los bolcheviques. Sin duda su permanencia en el País Vasco lo había radicalizado. Puede suponerse también que empezaba a perder la paciencia ante la "inconsciencia del pueblo español" y que encontraba en los bolcheviques un modelo para salir del pozo de esta indiferencia colectiva. Bien adaptado al ambiente obrerista bilbaíno, en el que encontró la audiencia favorable que nunca tuvo en su región, abandonó la influencia templada de Prieto y se puso al lado de Facundo Perezagua, un histórico socialista tercerista, en la lucha contra el prietismo, para finalmente adquirir más importancia que el propio Perezagua. La transformación radical de Pérez Solís concordaba, en el fondo, con sus concepciones y su temperamento elitistas. La élite bolchevique le ofrecía mayores posibilidades para desplegar su gusto por la acción y su afán de liderazgo que la reformista.Fue el encargado de dar lectura al manifiesto de escisión del grupo tercerista fundador del PCOE en el congreso socialista extraordinario de 1921 que debía decidir la adopción de las 21 condiciones exigidas por la IC. Esto, y ser uno de los protagonistas de la escisión, le valió el rechazo de la Federación Vicaína socialista, a la que representaba en el congreso, y desde entonces el grupo comunista de Bilbao mantuvo relaciones sumamente hostiles con los socialistas. La unificación del PCOE con el PC, impuesta por la Internacional, supuso su separación de la dirección del periódico comunista vizcaíno Bandera Roja, pero no fue expulsado, como solicitaban los radicalizados jóvenes del PC. Por el contrario, el abandono por parte de los dirigentes procedentes del socialismo (como Núñez Arenas o César González) y las continuas caídas policiales de otros (como Maurín) le elevaron al puesto de Secretario general del Partido Comunista de España en julio de 1923, siendo cooptado como miembro del ejecutivo de la Internacional Comunista en julio de 1924. Su estrategia para compensar la debilidad relativa de los comunistas frente a los socialistas consistió en la creación de un núcleo de hombres de acción (al estilo anarquista), entre los que pronto destacó un jovencísimo Jesús Hernández. Ambos se vieron implicados en violentos altercados durante la convocatoria comunista en solitario de huelgas generales en Vizcaya en protesta contra el embarque de tropas para Marruecos, o como el intento de atentado contra la sede del periódico bilbaíno El Liberal y contra su principal inspirador, Indalecio Prieto, en 1923. Detenido tras resultar herido en el tiroteo subsiguiente a esta última acción, durante su estancia en prisión se convirtió al catolicismo por mediación de sus charlas con el padre Gafo. En 1928 abjuró de su pasado de militancia izquierdista, viéndose recompensado por la Dictadura de Primo de Rivera con un empleo en la CAMPSA de Valladolid probablemente gracias al conocimiento del ramo que algunos antiguos dirigentes comunistas tenían, debido a los contactos secretos mantenidos entre la Dictadura y la Unión Soviética para el aprovisionamiento español de petróleo del Mar Negro; negociaciones en las que la contrapartida rusa consistiría en convencer al PCE de comparecer a la farsa de elecciones convocadas para la formación de la Asamblea corporativa primorriverista, tentativa fracasada por la negativa indignada de Bullejos y Trilla-. Durante la República se afilió a la Falange Española, uniéndose a la sublevación facciosa de julio del 36 y participando en la defensa de Oviedo bajo el mando de Aranda. Tras la caída del Norte parece que contribuyó a facilitar la huida de algunos antiguos correligionarios. Durante el franquismo fue designado Gobernador Civil de Valladolid. Escribió Memorias de mi amigo Óscar Perea (1931) y Sitio y defensa de Oviedo (1937).
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