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Estudios sobre la historia del movimiento comunista en España

Jesús Hernández: El exilio dentro del exilio.

“No se libera uno del Partido comunista como se deja un partido liberal, sobre todo por la razón de que la intensidad de los lazos que unen a un ciudadano con su partido se encuentran en proporción inversa a los sacrificios que le cuesta (…) El Partido comunista, para sus militantes, no es sola ni principalmente un organismo político: es escuela, iglesia, cuartel, familia; es una institución total en el sentido más completo y puro del término, y compromete por entero a quien se somete a él”.

Ignazio Silone: Le Dieu des ténebres, 1950 (citado en J-L. Panne: Boris Souvarine. Le premier désenchanté du communisme. Robert Laffont, Paris, 1993, p. 150.

“Tras mi expulsión del Partido, una vida diferente se abría ante mí, pero mi tarea no estaba cumplida, porque en el mundo pervivían todavía los problemas que me habían hecho acercarme al socialismo hacía 25 años. Todavía hacía falta luchar, porque todavía había explotados y explotadores, ricos y pobres, e injusticias sociales indignantes.
Rusia no es más que una deformación lamentable del ideal socialista. Pero las aspiraciones humanas a una sociedad más justa y más generosa están por encima del desarrollo de un fenómeno revolucionario. Continúo siendo socialista, así como millones de camaradas evadidos, como yo, de la prisión del sectarismo estaliniano”.

Jesús Hernández, La grande trahison, París (1953).

Introducción.

Vivimos tiempos de recuperación de la memoria histórica. El silencio forzado bajo la dictadura franquista, y el implícitamente pactado durante la transición, se están quebrando hoy ante el impulso de vindicación de quienes en su día lucharon por la libertad de todos y fueron vencidos. Se trata de un ejercicio de memoria restitutoria para las viejas generaciones y de revelación para las nuevas, que afecta a la sociedad española en su conjunto como producto histórico de un pasado oculto o deformado: memoria recuperadora de la República, de la militancia, el combate y la resistencia; memoria que rinde homenaje a las víctimas de la represión; memoria crítica de los hitos conmemorativos y de los personajes conmemorados heredados del imaginario dictatorial. Pero este rescate de la memoria social resultaría incompleto si no sacara también a la luz a aquellos que, en el seno de las organizaciones que se opusieron a la dictadura, y sin rehuir el combate contra ella, manifestaron desacuerdos tácticos, defendieron posiciones disidentes o plantearon vías heterodoxas y pagaron por ello el precio de la exclusión . Fueron, por tanto, doblemente derrotados.
Entre las organizaciones que se destacaron en la lucha contra el franquismo, el Partido Comunista de España (PCE) ocupa un lugar preponderante. Las duras condiciones de clandestinidad en que hubo de desenvolverse durante la mayor parte de su existencia, así como el contexto del enfrentamiento bipolar en el que se inscribieron sus actividades durante la segunda mitad del siglo XX apenas dejaron espacio para otros tipos de aproximación a su conocimiento que no fueran las obras militantes, reproductoras de un discurso legitimador, o una publicística abiertamente anticomunista, sostenida por funcionarios policiales, libelistas y antiguos militantes desengañados . Solo cuando la cuestión comunista comenzó a dejar de ser un asunto candente de la agenda política inmediata se inició una normalización del tratamiento historiográfico de este movimiento. Durante los últimos años se han publicado estudios sobre dirigentes comunistas que, por unas u otras razones, fueron excluidos del partido, de su historia y de su memoria durante décadas. Son los casos de Heriberto Quiñones y Jesús Monzón , arrojados al mundo exterior en una época decisiva para el PCE, la que transcurre entre su recomposición tras la derrota en la guerra civil y la puesta en pie de una organización capaz de dar respuesta a las expectativas planteadas por la inminente victoria aliada en la guerra mundial. Hoy, sus biografías se encuentran reinsertadas en la historia partidaria, pero aún son muchas las que restan por replantear. De entre ellas, este trabajo se propone abordar la de quien, tras figurar como uno de los principales forjadores del PCE durante los años cruciales de la República y la guerra civil, resultaría excluido de las filas del partido en los años 40, eliminado de sus anales y estigmatizado oficialmente como paradigma del traidor: Jesús Hernández Tomás. Un camino, el de la exaltación heroica a la execración, que recorrió buena parte de una generación de militantes que en la primera mitad del siglo XX confiaron en la revolución de Octubre como el acontecimiento fundacional de un tiempo nuevo.

• La exaltación del héroe.

La biografía de Jesús Hernández (1907-1971), nacido en Murcia pero alumbrado para la vida política en Vizcaya, parecía predestinada para conducirle a ocupar el más alto cargo dirigente del PCE. Miembro de las Juventudes Socialistas vizcaínas con nueve años, participó con catorce en el proceso de fundación del PC. Con dieciséis era uno de los “hombres de acción” del extravagante Óscar Pérez Solís, uno de los primeros secretarios del partido, ex oficial de artillería pasado primero al socialismo, y al comunismo después, que acabaría regresando a la fe católica durante una de sus estancias en prisión, y defendiendo Oviedo junto al sublevado coronel Aranda frente a las columnas mineras integradas por sus antiguos compañeros de ambas militancias. A su lado, Hernández participó en enfrentamientos armados con la policía y con los socialistas de Bilbao, en uno de los cuales intentó volar la sede del periódico El Liberal cuando se encontraba en el interior del edificio quien habría de ser, pasando el tiempo, compañero de gabinete ministerial: Indalecio Prieto.
Miembro de la dirección nacional del PCE desde marzo de 1930, fue sacado del país en el verano de 1931, tras un tiroteo con los socialistas que costó la vida a dos de ellos, y enviado a Moscú para completar su formación política en la Escuela Leninista. Volvió a España en 1932 para integrarse, junto con José Díaz y Dolores Ibárruri, en el Buró Político (BP) designado por la Komintern tras la caída del anterior Secretario general, José Bullejos, asumiendo la responsabilidad de “agit-prop” y la dirección de Mundo Obrero en 1936. En diciembre de 1933 participó, con “Pasionaria”, en las sesiones del XIII Plenario del Comité Ejecutivo de la Komintern, en las que se analizó la problemática de la expansión del fascismo, corriendo a su cargo una de las dos ponencias sobre la situación española. En agosto de 1935 figuró como segundo responsable oficial, tras José Díaz, de la delegación española al VII Congreso de la Internacional Comunista, en el que se aprobaría el impulso para la constitución de los frentes populares antifascistas .
Diputado por Córdoba en las elecciones de febrero de 1936, los gobiernos de guerra de Largo Caballero y Negrín le llevaron al Ministerio de Instrucción Pública en septiembre de ese mismo año, cartera que ocupó hasta abril de 1938. Corresponden estos años a los de su mayor exaltación por parte del aparato de propaganda comunista, cuya prensa ensalzó su labor mediante la difusión masiva de los discursos de quien era saludado como el “Ministro de la Juventud” . De hecho, por su brillantez oratoria y su destreza con la pluma, fue empleado como ariete por el partido en los procesos de derribo de Largo Caballero como presidente del consejo de ministros, en mayo de 1937, y de Indalecio Prieto como Ministro de Defensa, en marzo de 1938 .
A su salida del gabinete fue nombrado Comisario del Cuerpo de Ejércitos de la Zona Centro-Sur, manifestándose como notorio impulsor de la resistencia a ultranza. Stoian Minev –“Stepanov o “Moreno”, uno de los delegados de la Komintern – alabó sus conferencias en los cuerpos del ejército de Levante, que contribuyeron a levantar el decaído estado de ánimo de las tropas y de los comisarios en momentos tan críticos como los que precedieron a la caída de Cataluña, “y enardecerles de entusiasmo y de fe en la posibilidad de resistir con éxito” .
Cuando el golpe del coronel Casado (5 de marzo de 1939) acabó con las últimas posibilidades de aguante de la República, Hernández permaneció en Valencia, alentando a las fuerzas que se oponían a la capitulación y mostrándose partidario del uso de la fuerza para imponer al Consejo Nacional de Defensa la restitución de la legalidad frentepopulista. Ante la salida del país de la plana mayor del PCE, y manteniendo una tensa relación con Palmiro Togliatti, organizó junto a Pedro Checa y Jesús Larrañaga la dirección del PCE que habría de pasar a la clandestinidad ante la inminente victoria franquista. Fue uno de los últimos cuadros comunistas en abandonar España, el 24 de marzo de 1939, en uno de los aviones que lograron despegar de la escuela de vuelo de Totana (Murcia) antes de la entrega de la aviación republicana a Franco por parte del Consejo Nacional de Defensa.
Tras un breve periodo de retención en Orán (Argelia) por parte de las autoridades coloniales francesas, se instaló en Moscú, donde fue designado representante del PCE en la Internacional Comunista. Durante su estancia en la Unión Soviética se ocupó de la situación de la emigración española, diseminada en hogares infantiles y fábricas. Sus intervenciones para mejorar las penosas condiciones de existencia de muchos de estos refugiados, agravadas desde la invasión nazi de la URSS, le valieron la consideración favorable de muchos de ellos. Su talante simpático y abierto atrajo a sectores del aparato del PCE críticos con la imagen dada por Dolores Ibárruri y sus allegados (Francisco Antón –con quien mantenía una relación que escandalizaba a buena parte de la muy mojigata militancia comunista-, Ignacio Gallego, Irene Falcón…) desde su llegada a Rusia. Todo ello, unido a su capacidad para el trabajo político le convirtieron, en fin, en el candidato a secretario general que parecía gozar de la predilección de los dirigentes de la Komintern cuando se produjera el inevitable desenlace fatal que hacía prever la precaria salud de José Díaz.

• “Damnatio memoriae”.

La brillante carrera de Jesús Hernández comenzó a declinar durante el proceso sucesorio iniciado tras el suicidio de José Díaz en marzo de 1942. Aunque partía como favorito frente a otros posibles candidatos (Dolores Ibárruri, Vicente Uribe…) diversos avatares acabaron alejando de él toda posibilidad de alzarse con el puesto dejado vacante por el líder sevillano. Con el fracasado intento de desbancar de la sucesión a Ibárruri, y su consiguiente expulsión en México en 1944, comenzó el periodo durante el que la figura de Hernández transitó desde la execración al olvido.
La opinión de los dirigentes que permanecieron fieles a la ortodoxia partidaria hizo recaer la responsabilidad de la ruptura sobre Jesús Hernández, cuya estatura moral iría decreciendo en proporción directa a la negrura de las tintas con que se denunciaban su ambición personal y la corrupción de sus costumbres, causantes directas de su degeneración política. Resulta revelador que una controversia tan fundamental para la vida y el proyecto de un partido, como la que afectaba a la sucesión en la secretaría general, estuviese prácticamente desprovista de argumentos políticos y se ciñese casi exclusivamente a groseras descalificaciones de carácter personal. Hernández fue motejado de “bon vivant”, adicto al “donjuanismo”, “degenerado” y “amante de las orgías” por Ignacio Gallego, Santiago Álvarez, Santiago Carrillo y Antonio Mije, entre otros . Gallego elaboró la insidia de la compra de Hernández por los servicios secretos británicos –cargo que, por otra parte, también se imputó a Heriberto Quiñónes-; Álvarez se hizo portavoz de los cargos de su presunta corrupción durante el ejercicio de su cargo ministerial, y del reproche de haberle quitado la mujer a uno de los mártires oficiales del partido, el dirigente madrileño Domingo Girón; y Carrillo relacionó todos estos elementos con su habilidad para atraer a distintos cuadros al terreno de sus posiciones fraccionales, ganándoselos mediante la distribución entre ellos de artículos de consumo suntuario en medio de la precariedad imperante en el exilio soviético.
Dirigentes no menos ortodoxos en su momento, pero alejados después de la organización por diversos motivos, siguieron sin salirse del guión alusivo a la existencia de confrontaciones personales, quizás porque plantearse otras causas les obligaba a reconsiderar tanto su propio papel en la crisis como el peso aportado por el profundo desengaño de la vida soviética. Para Enrique Lister, la caída de Hernández fue el resultado de una batalla perdida por la defensa de la dignidad del PCE y de sus órganos de dirección, mancillados por la relación entre Ibárruri y Francisco Antón . Fernando Claudín y Manuel Tagüeña fueron de los pocos que integraron a la causalidad personal el ingrediente político: Hernández habría caído no solo por rebelarse contra la intangibilidad del mito Pasionaria, sino porque habiendo mantenido discrepancias ya durante la guerra de España con representantes de la Komintern –como Togliatti- y con los consejeros rusos, ofrecía menos garantías que Ibárruri para continuar con el acatamiento de las directrices soviéticas, en un momento en el que la necesidad de tranquilizar a los aliados occidentales obligaba a Stalin a sacrificar la existencia de la Internacional Comunista . Tagüeña introdujo un factor desencadenante más, que Claudín, antigua mano derecha de Carrillo en la férrea conducción del exilio español en la URSS, no contempla: el radical desacuerdo existente entre Hernández y Dolores acerca de las vías para solucionar la difícil situación de los emigrados en las fábricas y escuelas .
Tras la denigración vino el silencio. Las rehabilitaciones, que en el imaginario comunista constituyen un elemento habitual en los procesos cíclicos de recuperación y puesta en valor de figuras y vías anteriormente negadas por el propio partido, se detuvieron en seco ante los casos de Jesús Hernández, Heriberto Quiñones, Jesús Monzón y Joan Comorera. El veto de Ibárruri en su informe al V Congreso del partido –celebrado en Praga en 1954- fue expreso: no habría consideración para esos “tipos de conciencia podrida, cuyos dientes ratoneros se han mellado en el acerado tejido muscular del Partido y en la firmeza de su dirección”, sujetos a los que se calificaba como “aventureros políticos” y “disgregadores policiacos” . La extirpación de Hernández de la memoria oficial del partido culminó, como la de aquellos magistrados que en la antigüedad clásica sufrían la pena de la damnatio memoriae, con la eliminación de cualquier vestigio que recordara su trayectoria. Su identidad quedó borrada tanto en la historia oficial del PCE editada en Paris en 1960, como en las memorias de Dolores Ibárruri, quien en “El único camino” eludió escrupulosamente nombrar a Hernández refiriéndose a él siempre como “el otro ministro comunista” .

• Una ruptura en tiempos de la guerra fría.

La ruptura de Hernández con el PCE resultó amplificada tanto por la importancia que aquel había alcanzado en la estructura jerárquica del partido como por tener lugar en un contexto marcado por los primeros atisbos de la guerra fría. La confrontación entre los antiguos aliados que habían derrotado al nazismo perfilaba una línea de separación en dos bandos netamente delineados. Esta dicotomía, escasamente amiga de matices, se entrecruzaba con el posicionamiento que uno u otro bloque adoptaron respecto al régimen franquista. Los tiempos eran poco dados a las gradaciones cromáticas: imperaban el blanco o el negro, y todo aquello que resultase ser antisoviético se asociaba inmediatamente a apoyo al imperialismo, y por ende, a traición y a claudicación ante la dictadura.
Por añadidura, las potencias occidentales, y por supuesto el régimen franquista, no desaprovecharon oportunidad alguna para dar volumen a las disidencias de los antiguos comunistas desengañados del modelo soviético . Toda una generación de antiguos revolucionarios y funcionarios kominterianos dieron a la imprenta sus reflexiones críticas sobre el sistema estalinista. Era el caso de Franz Borkenau o Arthur Koestler, miembros del Partido Comunista Alemán (KPD), destacados ambos en España durante la guerra civil; del croata Ante Ciliga, fundador del Partido Socialista Obrero Yugoslavo (comunista) y director del semanario Borba ("La Lucha"), órgano del PCY, que se adhirió al trotskismo y fue deportado a Siberia; del peruano Eudocio Ravines, delegado de la Komintern para Latinoamérica, y organizador del Frente Popular de Chile, que rompió con el estalinismo tras el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939; o del italiano Ettore Vanni, pedagogo y director del diario comunista valenciano Verdad, que dejó un amargo retrato del mundo de la emigración española en la URSS .
Algunos, desengañados completamente del comunismo, se adhirieron a campañas de divulgación de los males imperantes más allá del telón de acero, la mayoría de las veces sufragadas por el Departamento de Estado norteamericano. Sus malhadadas experiencias pretendían tener el valor de los exempla medievales: disuadir a otros de recorrer el mismo camino que a ellos les había conducido a la desesperanza y la persecución. Tal sería el caso, en España, de Valentín González “El Campesino” y de Enrique Castro Delgado . Otros, como Hernández, no renunciaron a su ideología comunista y buscaron en el modelo yugoslavo la plasmación de unos principios que consideraban fracasados en el sistema soviético. Amparándose en el apoyo que Yugoslavia ofreció a los disidentes del estalinismo tras su ruptura con la Kominform en 1948, Hernández trabajó como asesor de la embajada yugoslava en México, mientras daba a publicar sus divergencias en forma autobiográfica. Yo fui un ministro de Stalin se publicó en ese país en 1953, y fue traducida al francés ese mismo año con el título de La grande trahison. Herbert R. Southworth, en un famoso artículo de controversia con Burnett Bolloten, contribuyó posteriormente a propalar la especie de que el libro de Hernández había sido convenientemente inspirado, supervisado y corregido por el ex dirigente del POUM Julián Gorkin, miembro destacado del Congreso para la Libertad de Cultura, una organización especializada en la difusión de literatura antisoviética a la que se acusaba de estar financiada por la CIA. Según Southworth, los contactos entre Gorkin y Hernández se iniciaron a instancias de otro ex comunista, José Bullejos, que hizo de intermediario entre ambos. Fue Hernández, según esta versión, quien solicitó entrevistarse con Gorkin -habitual mediador entre editoriales europeas y autores de obras antisoviéticas- pero este se negó a “estrechar la mano de Jesús Hernández hasta que no haya denunciado en un libro los crímenes estalinistas en España y, más específicamente, los detalles sobre el encarcelamiento y asesinato de Andreu Nin”. De esta forma, Gorkin le había indicado a Hernández las condiciones bajo las cuales podría publicarse su libro. Seis meses después Gorkin recibía en París el texto de Yo fui un ministro de Stalin, cuya traducción - firmada por un tal Pierre Berthelin, pseudónimo que, según Southworth, encubría al propio Gorkin- apareció publicada por Fasquelle Éditeurs en 1954 .
Parece cuando menos dudoso que la supuesta connivencia entre Hernández y Gorkin hubiese escapado a la estrecha vigilancia a la que el PCE tenía sometido en México al ex ministro comunista . De confirmarse, el partido habría explotado el hecho con la amplitud propagandística que es de suponer. Tampoco era probable un estrecho acercamiento dado la pésima opinión que cada uno mantenía del otro: Hernández se cuidó mucho de que asociaran su imagen pública a la del “renegado Gorkin”, y este dudaba en su círculo inmediato de la sinceridad de las nuevas convicciones antiestalinistas del ex ministro comunista. El archivo personal de Gorkin no contiene, además, prueba alguna de la existencia de correspondencia entre Jesús Hernández y él, al contrario de lo que ocurre con Enrique Castro o Valentín González “El Campesino”, cuyas obras autobiográficas se encargó de difundir en Europa . Los contactos, de haberse producido, no dejaron rastro epistolar. Wilebaldo Solano, antiguo secretario de la Juventud Comunista Ibérica (organización juvenil del POUM) y director de La Batalla refiere que “Gorkin, que había conocido a Jesús Hernández en el PC, no creía en los cambios de éste y se burlaba de él”. Tampoco le concedían mucho crédito otros veteranos poumistas como Andrade, que no comprendieron en principio la decisión de Solano de publicar los capítulos del libro de Hernández relativos al asesinato de Andrés Nin . En este caso, Solano contó con el apoyo de Gorkin, de quien supo, por terceras personas, que se había puesto en contacto con Jesús Hernández “y que tenían interesantes discusiones” . Sin embargo, en su opúsculo España, primer ensayo de democracia popular y en sus escritos sobre el asesinato de Trotski, Gorkin únicamente alude a sus conversaciones con Enrique Castro Delgado . Tampoco existe confirmación sobre contactos personales con Hernández en la correspondencia cruzada entre Burnett Bolloten y Gorkin conservada en su archivo personal . No hay evidencias, pues, de que Yo fui un ministro de Stalin fuera una obra concebida por Gorkin y endosada a Hernández, como sostenía Southworth , ni parece que la relación entre ambos personajes estuviera guiada por otros fines que no fueran los de la utilización recíproca. En cualquier caso, en un mundo donde cabía poco espacio para el desarrollo de terceras vías, la utilización del testimonio de alguien tan significado como Hernández no iba a poder ser evitada por el propio autor. La oportunidad era demasiado tentadora, tanto para las plataformas prooccidentales en el exterior, como para los servicios de propaganda del régimen franquista.

• La manipulación de la propaganda franquista.

Vázquez Montalbán decía que “el hecho de que la apostasía de Jesús Hernández fuera ampliamente difundida por el franquismo y sus comisarios político-propagandísticos (Comín Colomer o Mauricio Carlavilla) puso a la defensiva a los comunistas y a casi toda la oposición antifranquista” . Cuando las obras de la mayor parte –si no de la totalidad- de la intelectualidad republicana en el exilio no podían publicarse libremente en España, la difusión de las obras de Hernández, Castro y “El Campesino”, facilitada por el estado a través de editoriales institucionales, parecía corroborar las acusaciones de “renegados” y “enemigos del pueblo” que dirigía contra ellos la dirección comunista. El régimen impulsó la difusión de este tipo de textos sin reparar en ninguna convención al uso sobre el respeto a la propiedad intelectual. Con la excepción de Mi fe se perdió en Moscú, de Castro Delgado (cuya cesión de derechos fue objeto de negociación entre la editorial francesa propietaria de los derechos para Europa, y la española)- , la impresión de los testimonios de Hernández y de “El Campesino” en la España franquista constituyó un caso de piratería editorial a gran escala llevada a cabo por la propia administración. En el caso de “el Campesino”, por ejemplo, el anuncio de su libro Yo escogí la esclavitud, publicitado en el ABC de 24 de noviembre de 1953, incluía la advertencia de que “de los derechos de autor en España de este libro no se lucrará “El Campesino”. Serán entregados a “Huérfanos de Asesinados” y “Ex cautivos”. Como la moral y la jurisprudencia dictan, no se beneficiará el verdugo y sí sus víctimas” . La edición del libro de Jesús Hernández, por su parte, fue encomendada a Mauricio Carlavilla – o Mauricio Karl, como gustaba firmar sus obras- un polizonte con veleidades literarias que adquirió notoriedad por llevar a cabo un intento frustrado de asesinato contra Manuel Azaña durante un mitin en Alcázar de San Juan, en 1935-. Entre sus indescriptibles producciones se encuentran títulos como Asesinos de España (Marxismo, Anarquismo y Masonería) y una Biografía política y psico-sexual de Malenkov. Algunas de sus teorías más pintorescas aunaban en la fundación del Frente Popular a Churchill y Cambó (¡!), o explicaban que el interés internacional suscitado por el asesinato de Andreu Nin se debía a que no era español, sino judío (sic). Publicado con el título Yo, ministro de Stalin en España , el texto de Hernández resultó contaminado por los ruidosos comentarios de Carcavilla, que empleó la pintoresca fórmula de un diálogo ficticio con el autor (que, por supuesto, se encontraba imposibilitado de responderle), amparándose en la supuesta familiaridad que le confería haber cruzado sus armas con él en 1923, en el transcurso de una huelga general en Bilbao.
Otro de los agentes policiales que abordaron la figura de Hernández fue Eduardo Comín Colomer, secretario de división de la Brigada Político Social. Debido a su acceso privilegiado al material incautado en registros y detenciones, y a los testimonios obtenidos en los interrogatorios policiales, Comín Colomer se erigió en el experto de referencia sobre la historia del PCE, llegando a publicar tres tomos que abarcaban desde los años fundacionales hasta el estallido de la guerra civil . Como otros autores de su misma corriente empleaba la divulgación histórica como un arma en el combate contra la subversión. Por ello, se encargó de ahondar al máximo en las diferencias que separaban a Hernández del resto de la dirección comunista, diseñando un modelo de relación dicotómica en el que Hernández representaba el polo radical e ilusorio, e Ibárruri la faceta taimada y maliciosa de una misma naturaleza comunista. Todo lo que debilitase estratégicamente al adversario valía, aunque fuera calumniar con el elogio, como de forma más grosera hacía el coronel de la Guardia Civil y experto en la lucha contra el maquis, Francisco Aguado Sánchez: “Otro destacado elemento fue Jesús Hernández Tomás, hombre de gran popularidad, veterano comunista, incondicional de José Díaz, tránsfuga de la CNT sevillana, ex pistolero y ex ministro de Instrucción Pública, rebelde al Kremlin, que por su tendencia personalista lo tenía catalogado como un militante de mentalidad burguesa” .
Abundando en esta línea, Ángel Ruíz Ayúcar, ex divisionario azul, periodista a sueldo y director de El Español –publicación impulsada por el Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne con voluntad de erigirse en trinchera de la contrainformación del régimen frente a la opinión publicada en el exterior- redactó en ocho meses, según confesión propia, una historia del PCE que abarcaba los años transcurridos entre 1939 y 1976, lo que le llevó a pasar por ser uno de los principales especialistas en la historia del partido . Con semejante apresuramiento, no es de extrañar que el libro este cuajado de errores, entre los que destacan algunos de identificación difícilmente justificables. Por ejemplo, cuando repasa la nómina de la emigración comunista a América y la URSS sitúa a Pedro Martínez Cartón –quien sería compañero circunstancial de Hernández en su proyecto político proyugoslavo- en ambos sitios a la vez, o al menos recorriendo el mundo a una velocidad ciertamente asombrosa para las circunstancias de la época: tan pronto parte hacia la URSS el 14 de abril de 1939 en el barco Smolny, junto a Pasionaria y la plana mayor del PCE, como llega a México en agosto de ese mismo año para organizar el asesinato de Trotski y volver rápidamente a la Unión Soviética, atravesando todo un hemisferio convulsionado por la guerra mundial. Allí se le encontraría, en octubre de 1941, formando parte de un batallón especial de la NKVD fundado por Caridad Mercader y Alexander Orlov (pasando por alto el autor el pequeño detalle de que Orlov hubiera desertado de los servicios soviéticos en junio de 1938…). Esta última referencia constituye un buen ejemplo de cómo funciona lo que se podría denominar una transferencia continua de error, dado que la historia del tenebroso batallón pasa íntegra de Ruiz Ayúcar, que a su vez la había tomado de Comín Colomer, a autores como D.W. Pike, que la reprodujo tal cual . Ello muestra, asimismo, que la historiografía no está libre de verse recluida dentro de esas “prisiones de larga duración” que son las interpretaciones heredadas.

• La visión historiográfica

Como se señaló al comienzo, la recuperación de las biografías de aquellos personajes que quedaron marginados en el proceso de construcción de la identidad de la organización comunista en España ha comenzado hace apenas unos años. No es infrecuente, por tanto, que las referencias historiográficas acerca de Hernández estén teñidas aún de las valoraciones que proporcionan las fuentes canónicas. Así, Rafael Cruz incide en el aspecto de la crítica machista como ingrediente básico de las críticas dirigidas por la facción de Hernández contra Dolores Ibárruri: “el mejor argumento de los partidarios de Jesús Hernández para resaltar sus méritos contra su contrincante fue el de la crítica ‘política’ hacia Pasionaria por su relación con un hombre al que, según ellos, encumbró a la dirección nacional del partido” . En ello viene a coincidir con Joan Estruch, que considera que Hernández “capitalizaba a su favor los ‘errores’ de Pasionaria en el terreno personal, que en aquella época tenía gran importancia en el movimiento comunista, muy tradicional en estas cuestiones” . Estruch, sin embargo, dota de más contenido político a las divergencias de Hernández, basándose fundamentalmente en las líneas de fractura apuntadas por Tagüeña.
En su obra de referencia sobre la oposición política al franquismo, Harmut Heine hace hincapié en la frustración personal y el resentimiento como móviles fundamentales de la actuación de Hernández, quien “tenía la certeza de que jamás accedería al codiciado cargo de secretario general mientras Dolores Ibárruri siguiera en la cumbre del partido, y eso le produjo una frustración que no dejó de transmitirse a los diversos libros por él firmados”. En consecuencia, lo que le condujo a la ruptura y a la constitución de un grupo disidente, el Movimiento Comunista de Oposición, “fue el resentimiento de quien había salido derrotado de la lucha intrapartidista y el deseo de desquitarse de esa derrota” .
Paul Preston, por su parte, otorga crédito a las viejas habladurías acerca de la relajada conducta sexual del ex ministro comunista, vertidas por personajes muy allegados a Ibárruri que, de esta forma, replicaban al mismo nivel a los adláteres de Hernández: según Irene Falcón en conversación con el autor, “José Díaz se preocupaba más de las aventuras sexuales de Hernández que de las de Pasionaria” . Gregorio Morán, en una obra tan documentada como desprovista del aparato crítico propio de los trabajos historiográficos, describe la crisis de Hernández como “una tormenta en un vaso de agua, casi un problema doméstico, sin connotaciones políticas, fuera de los aspectos personales”. Más tarde, sin embargo, acierta a contextualizar la crisis de liderazgo en el PCE de los años 40 situándola en un momento marcado por la amargura de una doble derrota, la de la guerra y la de la fe en la superioridad material, organizativa y moral del modelo soviético .
Ricardo Miralles, en su biografía de Negrín, retoma las tesis de Soutwhorth acerca de la conexión Bolloten-Gorkin-Congreso por la Libertad de Cultura-CIA: “Las fuentes que proporcionó Julián Gorkin a Burnett Bolloten, principalmente los libros de Valentín González ‘El Campesino’, Jesús Hernández y Enrique Castro Delgado, por no citar los suyos, fueron ‘orientados’ por él”. Según Miralles, existiría un conglomerado de autores anticomunistas (entre los que incluye a Adolfo Sánchez Vázquez, Justo Martínez Amutio y Julián Gorkin) que habría contribuido a la campaña intelectual de descrédito contra la figura de Negrín. Contra Jesús Hernández se despacha desautorizando la veracidad de su testimonio, basándose en que realiza una errónea descripción física de Orlov – Hernández lo describió como de elevada estatura cuando en realidad era más bajo que él- o porque citase la presencia de Togliatti, en julio de 1937, en una reunión preparatoria de la caída del gobierno de Largo Caballero, cuando “Alfredo” aún no había llegado a España por esas fechas .
El cuestionamiento de la veracidad del testimonio de Hernández es uno de los tópicos más reiterados. Heine lo califica como “de dudoso valor histórico” y para Preston, “la relación venenosa de Jesús Hernández tiene que utilizarse con extremo cuidado”. Desde otra perspectiva, la ensayística, Vázquez Montalbán juzga tardía la conversión de Hernández y rebaja la credibilidad de sus memorias por la anacrónica insistencia en dejar constancia de una adhesión temprana al “comunismo nacional” . Evidentemente, podríamos concluir, la misma prevención habría que aplicar a las memorias de todos aquellos que reflejaron sus vivencias por escrito. Conviene tener en cuenta que entre los comunistas, en particular aquellos formados en el periodo kominteriano, la elaboración de la autobiografía formaba parte esencial de los mecanismos de presentación ante el aparato y de promoción dentro de él, y que de la calificación obtenida dependía, en muchas ocasiones, la recompensa o la sanción. Es probable, por tanto, que en ellas haya una dosis no escasa de autojustificación, pero seguramente no mucho mayor que en otros autores u otras obras del mismo género.

Carboneros, leñadores y maquis: Los guerrilleros españoles en Francia (1939-1950).

1. Los chantiers de preguerra y Vichy: Solidaridad y conscripción (1939-1941).

Tras la caída de Cataluña, en enero de 1939, miles de combatientes españoles fueron internados en los campos de concentración del sur de Francia. Durante los meses de la primavera y el verano, y ante los problemas derivados de la saturación de las instalaciones, las autoridades francesas ofrecieron a los internos la posibilidad de salir de ellas para emplearse como jornaleros en las explotaciones agrícolas vecinas .
Tras la ruptura de hostilidades entre Francia y la Alemania nazi, en septiembre de 1939, la administración gala instó a los extranjeros útiles para las armas a integrarse en los Batallones de Marcha de Voluntarios o en la Legión Extranjera. Los hombres de edades comprendidas entre los 20 y los 48 años que no contrajeron voluntariamente un compromiso militar se convirtieron en “prestatarios extranjeros”, obligados a contribuir a la defensa de Francia en los recién creados Cuerpos de Trabajadores Extranjeros (CTE), en actividades agrícolas o industriales a criterio del Ministerio de Trabajo, o en tareas de fortificación de la “línea Maginot”. Según Sixto Agudo, de los 380.000 españoles que se encontraban en tierra francesa cuando estalló la guerra, unos 55.000 fueron enviados a las CTE, agregados a las unidades de Ingenieros Militares, grandes obras públicas e industrias de guerra, y unos 6.000 se enrolaron en los Batallones de Marcha y la Legión, unos de forma voluntaria, y otros, forzados .
Los trabajadores asignados a las CTE tenían estipulado un salario de 0,50 francos diarios y unas condiciones laborales reguladas por el Ministerio de Trabajo, pero no siempre se cumplía la reglamentación al respecto. Una veces, porque los contingentes eran considerados “comandos de trabajo” bajo vigilancia, en aplicación de la legislación vigente sobre “extranjeros indeseables”, como ocurría, según relata Victorio Vicuña, con los trabajadores recluidos en el campo de Vernet ; otras, porque los empresarios imponían sus propias condiciones .
Entre los destinos a los que fueron adscritos los refugiados españoles destacaron los chantiers, lugares donde se llevaban a cabo obras de construcción, demolición o minería, y que abarcaban actividades que iban desde la tala de bosques para la venta de madera y la fabricación de carbón vegetal hasta la construcción de pequeñas centrales hidroeléctricas, pasando por la explotación de canteras.
Hubo chantiers que fueron creados por militantes o simpatizantes del Partido Comunista Francés (PCF) para prestar acogida a sus camaradas españoles y, en algunos casos, para contribuir solidariamente a la financiación de las actividades del Partido Comunista de España (PCE): En Manjou, en el departamento de Aude, funcionó una explotación cuyo titular, el doctor Delteil, pagaba de su bolsillo los salarios de los españoles empleados, a los que cedió el producto de la venta de todo el carbón que pudieran fabricar a fin de que lo destinaran al sostenimiento del aparato del PCE y, posteriormente, del XIV Cuerpo de guerrilleros. En Varilhes (Ariége), un propietario de bosques llamado Benazet cedió a los españoles el uso de una pequeña explotación y de un garaje. En otros casos, ciudadanos franceses, como un tal Valisou, aceptaron figurar nominalmente como titulares de explotaciones que, en realidad, pertenecían a comunistas españoles . Estos fueron haciéndose progresivamente con el control de un mayor número de enclaves, cuyos réditos se destinaban, en su mayoría, al sostenimiento de los gastos del partido. Los chantiers fueron adquiridos en unos casos con la reinversión de los beneficios obtenidos en los ya existentes, y en otros mediante el producto de operaciones –eufemísticamente denominadas “recuperaciones”- como la que Tovar relata en sus memorias:

“Un día nos informan que los contrabandistas van a hacer un pasaje con bastante tabaco desde Andorra, en ese momento el tabaco costaba caro, como conocíamos el itinerario preparamos una recuperación. Nos emboscamos y cuando los vimos cargados con mulos, en un sitio que no les quedaba más remedio que recular, tiramos algunos disparos con los fusiles, echaron la carga por tierra y pies para qué te quiero. La venta de este tabaco nos produjo mucho dinero, y creo que Vallador [sic] pagó el chantier de Prayols con este dinero, este lugar nos era de gran utilidad, pues era uno de nuestros pasajes para ir a España” .

Otros chantiers, como los gestionados por el ingeniero George Thomas, servían de refugio estacional –una vez iniciada la ocupación- para los refugiados sobre los que recaían sospechas o para los amenazados de deportación. Estos chantiers, abiertos en septiembre de 1940, se repartían entre Saint Nicoulau, cerca de Foix ; la Peyregade, en Montferrier –ambos en el departamento de Ariège- ; y Mont Fourcat y Saint-Hilaire –en el departamento de Aude-. En invierno, el equipo de la Peyregade bajaba a Saint-Hilaire, y en primavera, los carboneros de Saint-Hilaire retornaban a Ariège, movimientos estacionales que resultaban útiles para obstaculizar las pesquisas policiales.
Sin embargo, no faltaban los chantiers explotados por oportunistas que veían en el aprovechamiento de una mano de obra que no podía revelar su estancia ilegal la oportunidad para la obtención de elevados beneficios. A cambio de esconder a los refugiados españoles, los satisfechos propietarios obtenían una sustancial plusvalía de la producción aportada por los trabajadores realmente existentes, cuyo número superaba sustancialmente al de operarios legalmente registrados:

“Existían otros también que, sin ser comunistas, nos dejaban hacer carbón, estaban encantados, pues declaraban tres obreros, y tenían el producto de diez o doce que teníamos allí escondidos, todos estábamos convertidos en leñadores” .

Por último, existieron chantiers de reclutamiento obligatorio, surgidos tras la instauración por el gobierno colaboracionista de Vichy de los Grupos de Trabajadores Extranjeros (GTE) en octubre de 1940. Obligado a entregar a Alemania buena parte de su producción industrial y agrícola para alimentar la máquina de guerra germana, el gobierno de la “zona libre” intentó paliar la falta de mano de obra -los prisioneros franceses continuaban aún cautivos- con la movilización de todos los extranjeros entre 18 y 55 años, y su adscripción a los GTE. Los trabajadores encuadrados mediante este sistema de conscripción eran entregados a las empresas que los precisaban o enviados a las fábricas alemanas y, a diferencia de los pertenecientes a las Compañías del periodo anterior a la rendición, no percibían retribución alguna. Muchos fueron destinados a la construcción del “Muro del Atlántico”, en las costas de Normandía; otros hubieron de trabajar en las bases de submarinos próximas a Burdeos o en el campo de aviación de La Rochelle, bajos los continuos bombardeos de la Royal Air Force (RAF) británica. Decenas de miles, por último, fueron remitidos a Alemania y, posteriormente, a Austria, donde un gran número dejaría sus vidas en los tristemente célebres campos de exterminio de Mauthausen, Gusen, Dachau, Buchenwald y Orianemburg
Los aún balbucientes grupos de la resistencia procuraron infiltrar a sus simpatizantes en las dependencias administrativas territoriales del los GTE, a fin de obtener información acerca de las necesidades de mano de obra de los alemanes y de sus movimientos para reclutarla –especialmente tras la instauración del Servicio de Trabajo Obligatorio (STO) en febrero de 1943-, dando aviso a los refugiados para que se pusieran a salvo:

“En San Juan de Verges, de donde dependíamos administrativamente, se encontraban las oficinas de un Grupo de Trabajadores Extranjeros, estaba empleado un camarada que se llamaba Aniceto Pérez, y nos facilitaba documentaciones, informándonos de todo aquello que nos interesaba, cuando los alemanes pedían obreros para ir a trabajar a Alemania podíamos evitar que los camaradas que se ocupaban de la organización fueran deportados” .

De todos los tipos de chantiers, los dedicados a la fabricación de carbón vegetal, que proliferaron en las regiones pirenaicas (en particular en Aude –Languedoc-Rosellón-, Ariége y Alto Garona –Midi Pyrénées), adquirieron una importancia significativa a medida que la escasez de hidrocarburos hizo aumentar la demanda de este combustible para los vehículos a gasógeno. El Estado Francés decidió enviar a ellos a una parte importante de los trabajadores extranjeros que aún esperaban destino en los campos de internamiento. Pero lo que las autoridades contemplaron como una oportunidad para rentabilizar y controlar al “número excesivo de extranjeros para la economía nacional” se convirtió, en virtud de la estructura dispersa y recóndita de los chantiers, en un factor crucial para el surgimiento y desarrollo de la actividad de los maquis. Los numerosos grupos de leñadores y carboneros, que en un principio resultaron excelentes refugios para los perseguidos por la Gestapo alemana y sus colaboradores de Vichy, acabaron por erigirse en la base de la organización armada contra los ocupantes nazis.

2. Los chantiers y la Resistencia (1941-1944).

Durante los primeros tiempos de la guerra mundial, los chantiers funcionaron fundamentalmente como refugio . Los activistas internados en los depósitos creados por las autoridades del nuevo Estado Francés para albergar a los miembros dispersos de las compañías de trabajo difundían la consigna de solicitar “trabajos de bosque” para evitar la entrega a la policía franquista o eludir el envío a las obras de fortificación o a las factorías y campos de Alemania . Los comunistas, tanto franceses como españoles, se encontraban en la clandestinidad, pero aún se abstenían de participar activamente en la resistencia en virtud del seguimiento del pacto germano-soviético. Sin embargo, el hostigamiento al que fueron sometidos tanto por los alemanes como por la administración colaboracionista francesa llevó a los leñadores y carboneros a albergar a perseguidos por la Gestapo o por la policía de Petain, a los que ayudaban a pasar a España para que, desde allí, alcanzaran Londres . Los refugiados comunistas españoles, acostumbrados a la militancia en condiciones de ilegalidad y fogueados por la experiencia de la guerra de España, fueron pioneros en activar las redes de solidaridad que ya habían entretejido desde la época de su internamiento en los campos del sudoeste francés. Es en este periodo cuando se dieron los primeros pasos desde la improvisación y las acciones aisladas a formas de resistencia que implicaban el surgimiento de un cierto nivel de organización . En concreto, se crearon tanto el aparato de pasos, denominado “de cara a España”, como el de falsificación de documentos . Los carboneros también se dedicaron a ocultar armas y explosivos de los que los aliados lanzaban en paracaídas sobre el territorio ocupado. Las armas iban destinadas, en principio, a la Armée Sécrete (AS) que obedecía órdenes de De Gaulle. Los militantes de la AS se ocupaban de ocultarlas hasta que pudiesen ser empleadas en apoyo de los aliados. Cuando los comunistas, tras la invasión alemana de la URSS en junio de 1941, se implicaron en los combates contra la ocupación, se originaron enfrentamientos entre la AS y los maquis españoles, que “recuperaron” algunas partidas con la intención de emplearlas de inmediato:

“[En febrero de 1944] me traen información de que se va a efectuar un aterrizaje de armas y que es la AS la que va a recibirlo, y esconderlo como de costumbre. Esperando el día X. Nos informamos del día, hora y lugar, y preparamos la recuperación de esas armas que nos hacían mucha falta. Llegó el día esperado y bien escondidos, dejamos que cargaran el camión y empezamos a tirar tiros al aire, cogimos el camión y lo escondimos en el bosque” .

Entre las primitivas acciones de resistencia se encontraba la práctica del sabotaje. Muchos chantiers de los GTE se dedicaban casi en exclusiva a la producción de carbón vegetal para los vehículos alemanes, lo que motivó que grandes cantidades del combustible destinado a los gasógenos se entregasen húmedas y mezcladas con piedras. A Valledor, en concreto, los alemanes acabaron pagándole el carbón a mitad de precio, e incluso le amenazaron con la deportación, debido a la mala calidad del material que suministraba .
A medida que aumentaba la presión sobre los trabajadores extranjeros, los chantiers fueron llenándose de huidos y hubo problemas para mantenerlos. No resultaba fácil conseguir recursos para alimentar a una población laboral muy por encima de la legalmente declarada sin delatar su presencia, lo que dio lugar, en ocasiones, a episodios insólitos:

“La llegada de nuevos camaradas aumentaba y estábamos un poco justos, cuestión comida, teníamos hambre y decidimos comprar un cerdo. Estábamos en una casita y solo circulábamos de noche, para que los campesinos no nos vieran, por esta causa decidimos matar el cerdo por la noche. Vaya problema para matar al pobre cerdo, aquello fue peor que la inquisición, golpe de martillo por aquí, golpe de hacha por allí, cuchillazos por todos lados, a tal extremo que el animal lleno de sangre y enloquecido se nos escapa. Quince o veinte de nosotros detrás del cerdo, en plena noche, los campesinos que encienden las luces; en fin, una verdadera catástrofe. Al día siguiente se dio la orden de evacuar, por si a los campesinos se les ocurría comentar esta famosa noche y llegaba a malas orejas, vale más prevenir lo que pueda ocurrir” .

A finales de 1941 los refugiados comunistas españoles decidieron pasar a la resistencia armada. En agosto de ese año el Comité Central del PCE había lanzado el manifiesto de “Unión Nacional”. El objetivo, de cara al interior de España, era unir a toda la nación -desde la clase obrera a la "burguesía nacional"- para evitar que Franco entrara en la guerra al lado de Hitler; y, en el exilio, contribuir a la lucha activa para la derrota del nazismo en el marco de la alianza con las potencias occidentales.
En una reunión convocada en Carcassonne por Jaime Nieto, miembro de la delegación del PCE en Francia, se decidió la organización de los guerrilleros en la zona sur, que tomó el nombre de "XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles" en homenaje a la unidad homónima creada por el Ejército Popular de la República Española en 1937. La lucha de los republicanos aparecía así enlazada, sin solución de continuidad, con la guerra de España, conforme a la línea mantenida por los comunistas bajo los “gobiernos de la resistencia” del doctor Negrín. Nieto celebró otra reunión en la presa en construcción de Larroquebrou (Cantal), en la que se acordó organizar los primeros núcleos de guerrilleros de la zona central. Entre noviembre de 1942 y mayo de 1943 el PCE impulsó las guerrillas de Pirineos Orientales, Altos y Bajos Pirineos, y la consolidación de sus organizaciones urbanas en Toulouse, Foix, Pamiers, Tarascón y Lavelanet .
El principal teatro de operaciones de los guerrilleros españoles estuvo comprendido en el territorio de los departamentos de Ariège y Aude, y entre sus responsables se encontraban Jesús Ríos, Cristino García, Luis Walter (a) “Manolo el mecánico”, Luis Fernández, Vicente López Tovar y José Antonio Valledor . Las primeras acciones se llevaron a cabo en mayo de 1942, y consistieron en “recuperaciones” de dinero y armas lanzadas por los aliados, y en el sabotaje de vías férreas. Al mismo tiempo se produjo el lanzamiento de un órgano de expresión propio, “Reconquista de España”, editado con una pequeña imprenta “Minerva” por un grupo de carboneros en el departamento de Vaucluse .
Valledor y López Tovar fueron encargados de visitar los chantiers existentes para unificar la acción de los maquis residentes en ellos. Se trataba de combinar el mantenimiento de la vida legal de los leñadores, carboneros, mineros y constructores de presas, cuya integración con la población francesa no planteaba problema alguno, con las actividad clandestina, que exigía una ejecución rápida de las misiones asignadas y el retorno al lugar de trabajo antes de que la ausencia fuera percibida. Al contrario que sus camaradas franceses, que incurrieron en ocasiones en el error de formar grandes unidades partisanas para buscar la confrontación frontal con el enemigo, los españoles, según Sixto Agudo, cultivaron “el arte de reunirse y de dispersarse. Reunirse, condensarse, para caer como la lluvia sobre un objetivo dado. Dispersarse, desparramarse, para escapar a la persecución” . La preocupación por preservar al máximo tanto la integridad de los grupos de combatientes como su independencia orgánica no era ajena a la concepción de la resistencia que tenían los comunistas españoles, para quienes la lucha contra el ocupante nazi era no solo una continuación de su combate anterior en España, sino un episodio que presagiaba la lucha por la liberación de su propio país que habría de producirse en el porvenir .
La estructura de los maquis españoles en del Midi francés antes de 1944, era sumamente flexible y articulada en tres niveles:
- Los maquis “de primer nivel”, “maquis blancos” o “maquis del llano”, que, dispersos por los chantiers, aún no habían participado abiertamente en acciones de la resistencia. Entre ellos se encontraban los capataces de las explotaciones, que aparecían como la cara legal del entramado, encargados de la contratación de las obras y de la administración de los recursos.
- Los maquis “de segundo nivel” o “de nivel intermedio”, que eran los amenazados o puestos bajo sospecha que debían cambiar frecuentemente de localización.
- Los maquis “de tercer nivel” o “maquis verdadero”, guerrilleros móviles que se mantenían habitualmente alejados de los chantiers para llevar a cabo sus acciones .
El paso de un nivel a otro era dinámico, pero procurando no romper nunca el cordón umbilical que unía a los guerrilleros con el centro de trabajo de procedencia. Como afirma Victorio Vicuña, “en cualquier momento un destacamento guerrillero podía verse obligado a dispersarse. Entonces escondíamos las armas y la ropa, y cada guerrillero se fundía con leñadores, los mineros o los constructores de embalses” .
Con la creación del Comité Militar de la Mano de Obra Inmigrada (MOI) a finales de 1943 , y sobre todo a partir de la formación de la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE) en mayo de 1944, la mayor parte de los maquis pasó a integrase en el tercer nivel, el del “maquis verdadero”, jugando un papel fundamental en la liberación del sur de Francia, desde Oloron, en los Pirineos Atlánticos, a Dordogne, el Ariége y Aude .
3. Una empresa para la “Reconquista de España”: la Enterprise Forestier du Sud-Ouest (1946-1950).

Tras la liberación del Mediodía francés y la fallida intentona de invasión del valle de Arán, en octubre de 1944, el PCE se encontró con miles de militantes en Francia que, una vez desmovilizadas las unidades de la resistencia, carecían de recursos propios. El partido adquirió bosques en la zona pirenaica, con el objetivo de financiarse y de proporcionar, al mismo tiempo, entrenamiento a los militantes cuyo destino era engrosar las filas de la guerrilla antifranquista en el interior de España.
En 1946 se fundó la Enterprise Forestier du Sud-Ouest, conocida por la policía franquista como “Fernández, Valledor y Cía” . Su origen se encontraba en la empresa forestal abierta el 20 de diciembre de 1940 por José Antonio Valledor en Saint Hilaire (Aude), y que desde 1942 se había convertido en el primer centro político militar del maquis español. La política de adquisición de propiedades forestales había continuado durante la guerra, favorecida por la galopante devaluación del franco, cuya cotización se aproximaba cada vez más a la sardónica definición dada por Goering: una divisa que “no tenía más valor que un cierto papel reservado para cierto uso”.
La empresa había adquirido unas importantes dimensiones y, a la finalización del conflicto, sus tajos se situaban en diferentes municipios (Mirepoix, Quillan, Brassac, Millau, Izaut, Pamiers,…) de los departamentos de Aude, Ariège, Alto Garona, Altos y Bajos Pirineos. Contaba, además de con los chantiers propiamente dichos, con depósitos, almacenes, serrerías y garajes, donde trabajaban unos doscientos cincuenta encargados y mil empleados .
La actividad de la empresa, en sus inicios, se repartió entre la corta de pinos, el carboneo y el aprovechamiento de pastos. De hecho, la primera contrata la obtuvo del ayuntamiento de Toulouse para la provisión de carbón destinado a la calefacción de sus dependencias . Pero el verdadero empuje lo recibió con la obtención del contrato para suministro de traviesas de ferrocarril por parte de la Société Nationale des Chemins de Fer (SNCF), que precisaba reconstruir los miles de kilómetros de vías férreas destruidas por las acciones de sabotaje y los bombardeos. La competitividad de los chantiers administrados por Valledor le permitió convertirse en la proveedora prácticamente en exclusiva, merced al bajo precio ofertado por sus traviesas, consecuencia a su vez de los bajos salarios que pagaba a sus empleados, la mayoría militantes comunistas españoles.
Pero, evidentemente, los chantiers de Valledor no constituían una empresa fabril al uso. Se trataba de la cobertura legal para la consolidación de un aparato de entrenamiento y apoyo a la penetración guerrillera en España desde territorio francés. Miembros del Comité Central del PCE con responsabilidades sobre el aparato de pasos, como Antonio Beltrán (a) “El Esquinazau” –a cuyo control estaba encomendada la región fronteriza del Pirineo Central- aparecían como empleados de la Enterprise Forestier du Sud-Ouest . Amparándose en ella, el PCE abrió una escuela de capacitación guerrillera, donde se instruían durante uno o dos meses los militantes que iban a ser enviados a España. Los alumnos recibían instrucción de campo -topografía, aprovechamiento del terreno y táctica-, ejercicios de tiro, manejo de explosivos - las municiones y explosivos provenían de depósitos ubicados en Toulouse, Pau, Nimes y Perpignan-, y técnicas de sabotaje . La formación política consistía en teoría (historia del Partido Comunista de la Unión Soviética) y actualidad de España (donde no se descuidaban temas relativos a la vida cotidiana extraídos de la lectura de la prensa ), y las clases corrían a cargo de Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri, Ignacio Gallego, Fernando Claudín, Modesto, Líster, Luis Fernández y Manuel Azcárate .
Los chantiers de Valledor ocultaban también una cara menos épica: eran los lugares donde se llevaban a cabo las depuraciones –y, en ocasiones, la ejecución- de quienes en aquel periodo de paranoia estalinista, liquidación de disidentes y obsesión por la infiltración policial eran juzgados y condenados por el partido. La segunda mitad de la década de los 40 conoció un rebrote de las purgas en el campo comunista. La guerra fría se desplegaba en toda su intensidad (bloqueo de Berlín en 1948, imposición del rechazo al Plan Marshall en Europa oriental, “golpe de Praga” e instauración de los gobiernos de partido único en las “democracias populares”, revolución en China y guerra entre las dos Coreas…) con el telón de fondo de un conflicto nuclear. Bajo el pretexto de garantizar el monolitismo en el campo socialista, se desencadenó una redistribución brutal del poder en el interior de los partidos comunistas, con la purga de los dirigentes que habían encabezado la resistencia antifascista, y su sustitución por funcionarios de acreditada fidelidad estalinista. Lo que algunos militantes desengañados bautizaron como “espionitis” y los dirigentes más conspicuos calificaban como “vigilancia revolucionaria” llevó al enjuiciamiento y a la liquidación física de camaradas a los que se consideraba –especialmente tras la ruptura entre Tito y Stalin- como “esbirros del imperialismo”, “perros titistas”, o simplemente “agentes provocadores enviados a nuestra filas por el enemigo” . En sus memorias, Enrique Lister hace alusión en varias ocasiones a sucesos de esta índole, llevados a cabo en los chantiers fronterizos: eliminaciones de antiguos resistentes y ex deportados de los campos nazis, como Luis Montero; de guías del aparato de pasos, entre quienes cita a los conocidos como Lino y José el Valenciano; o de militantes caídos en desgracia, como José San José (a) Juanchu, antiguo alumno de la escuela del partido enviado desde México en misión especial. Él mismo, según cuenta, recibió de Vicente Uribe la confidencia de que en 1948 se manejó la posibilidad de su liquidación, junto con Modesto, durante una visita de inspección –como responsables del aparato militar - a uno de los chantiers, so pretexto de un accidente durante el examen de algún arma o explosivo .
Los historiadores franquistas se empeñaron en presentar a la “Valledor y cía.” como un boyante emporio del “terrorismo comunista” , pero lo cierto es que la empresa, regida por criterios políticos mucho antes que económicos, se encontraba sumida en una gravísima crisis, económica y política, mucho antes de que la ilegalización del PCE en Francia, en 1950, le asestara el golpe de gracia. Crisis económica derivada de que el excesivo tamaño de la red de chantiers –motivado por la voluntad política de cubrir la mayor extensión posible de frontera- llegó a suponer una pesada carga económica para el PCE. Se enviaban numerosos militantes a trabajar en las explotaciones, pero la carencia de buenas vías de comunicación y de sistemas eficaces de transporte del material producido contribuyó a su falta de rentabilidad . Asimismo, según Tovar, se extendió el descontento entre los empleados debido a las numerosas cotizaciones que se deducían de las mensualidades, y al elevado número de liberados del partido que había que mantener:

“Esta empresa no fue ni mucho menos un ejemplo de administración socialista (…) Los obreros no estaban contentos, los sueldos no eran en relación con el esfuerzo consentido, es verdad que en ese momento era difícil encontrar trabajo, pero a medida que el tiempo pasaba los obreros desaparecían, pues estaban mejor pagados al exterior. Cuando llegaba el momento de cobrar era un escándalo: la cotización al Partido, al Socorro Rojo, ayuda a la Juventud, a la Unión de Mujeres, a los presos de las cárceles en España, a las Guerrillas, etc. […] Esta empresa murió falta de mano de obra, malos salarios, y muchas cotizaciones a pagar, y sobre todo la mucha gente que comía de ellos sin trabajar” .

Los beneficios, sin embargo, apenas daban para mantener a los propios gerentes de la empresa. Según el propio Tovar, “Valledor y yo teníamos una miserable habitación, y cada semana estábamos cada uno de cocina, pues no teníamos bastante dinero para ir al restaurant, esto ocurría en los años 1946, 1947 y 1948” . Como en otros casos, el entramado diseñado para la captación de recursos no sirvió para el objetivo de nutrir económicamente a la guerrilla, sino para subvenir a los gastos de sostenimiento del aparato político del partido . Cuando en 1948 Valledor fue trasladado a Checoslovaquia, Tovar apenas podía sostener a su familia con su salario de supervisor de la Enterprise Forestier, y hubo de agenciarse una cámara fotográfica de ocasión para completar sus parcos ingresos haciendo retratos por calles y ferias. A medida que la caída del franquismo se postergaba en el horizonte, los chantiers fueron vaciándose de hombres que buscaban, a partir de ese momento, integrarse en la vida civil en el que suponían iba a ser durante mucho tiempo su país de acogida.
La otra cara de la crisis de los chantiers fue política. Desde que la agudización de la guerra fría dejó constancia de la nula voluntad de las potencias occidentales por derribar a Franco, muchos dirigentes y cuadros comunistas atisbaron la evidencia del fracaso de la táctica guerrillera en el interior de España. Beltrán “el Esquinazau”, responsable de pasos del Pirineo central, constataría desde 1946 la fragilidad de un movimiento guerrillero erróneamente orientado, falto de apoyo y arrasado por la represión de las fuerzas policiales franquistas. Ello le costaría la marginación dentro del partido y hasta un frustrado intento de liquidación . No sería el único desengañado: Vicente López Tovar daba un paso más y culpó a la dirección del partido de enviar a un sacrificio inútil a decenas de los militantes más valiosos por desconocimiento culposo de las verdaderas condiciones políticas en el interior de España:

“Era la desaparición sistemática de todos los Jefes y responsables que se habían distinguido en Francia. Faltos de puntos de apoyo, sin dinero, sin enlace con otras fuerzas, que no existían nada más que en los papeles de Carrillo. Así murieron atacando estancos, almacenes, pagadores y otras operaciones de ese género para poder subsistir, porque de Francia no recibían nada” .

A esta situación de marasmo habría que sumar las depuraciones que los responsables del PCE, encabezados por Santiago Carrillo y Fernando Claudín, llevaron a cabo con quienes habían liderado la delegación en Francia durante la época de la Resistencia. El aterrizaje de los dirigentes procedentes de Sudamérica y la URSS tuvo como consecuencia el desplazamiento de quienes habían sido los impulsores de la “Unión Nacional” y de la resistencia española contra el nazismo, materializado en la desautorización y expulsión de Jesús Monzón, la liquidación de Gabriel León Trilla, la penitencia impuesta a Manuel Azcárate y la marginación de Vicente López Tovar.
La salida del PCF del gobierno francés, en 1947, dejó desprotegida a la organización del PCE en el país galo. Arruinada, desmoralizada y debilitada por las purgas, la estructura política y económica del PCE en Francia sería desmantelada en julio de 1950, mediante un operativo en el que no faltaron los ingredientes (oscuros ajustes de cuentas, inspectores de policía narcotizados y armas escondidas obedeciendo a un supuesto plan de apoyo a la toma de los Pirineos por tropas paracaidistas soviéticas…) de una paradigmática historia ambientada en la guerra fría .

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