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Estudios sobre la historia del movimiento comunista en España

La “Reconquista de España” comienza en Navarra

La “Reconquista de España” comienza en Navarra (Artículo enviado por Mikel Rodríguez, y publicado en Historia 16, nº301, mayo 2001, p. 72-81.).

En el otoño de 1944 la Unión Nacional Española (UNE) – la organización de los exilados antifranquistas de predominio comunista - proclamó que había llegado la hora de reconquistar España. La invasión guerrillera que debía derribar a Franco se produjo por Navarra, Huesca y Lérida. La primera embestida se dio en Navarra. Los maquis fueron tomando posiciones cerca de la frontera. Desde la zona de Pau se trasladaron a las poblaciones de Sainte Engrace y Esterençuby. En total, más de ochocientos guerrilleros se concentraron en el área Olorón-Mauleon-Ustaritz.

Los guerrilleros eran de variada procedencia: Isidoro Granado, de Madrid; Domingo Abanades, Guadalajara; Roberto Gayarre, Navarra; Mariano Hidalgo, asturiano; Salvador Sangut, barcelonés; Félix García, Madrid; Miguel Sierra, de Cáceres; Juan Ferrer, Hospitalet; el leridano Manuel Rocha; Ramón Mayo, Biescas; el eibartarra Angel Loidi... Muchos maquis quedaron muertos e insepultos en los bosques y nunca sabremos sus nombres. Todavía ocho meses después de los combates se encontraron cadáveres.

La invasión se inició la noche del 3 al 4 de octubre, cuando pasaron los primeros guerrilleros, unos doscientos cincuenta hombres de la 54 Brigada. Partieron de Esterençubi y cruzaron la frontera por Roncesvalles. El primer combate se produjo el día 4 contra un destacamento de la Policía Armada en Izalzu. Murieron dos policías y el guardia civil que les servía de guía. Los maquis además capturaron a un sargento y a un número. Tras esta escaramuza y debido a la presencia de numerosas fuerzas enemigas, el grupo se dividió en dos partidas. Una, tras llegar hasta Abaurrea Alta, tuvo que retroceder y repasó la frontera el día 8, liberando al sargento en Francia. La otra entabló un combate el mismo día 4 en Vidangoz, en la zona del monte San Fernando, contra una compañía del batallón América reforzada por dos secciones de la Policía Armada. Murieron seis maquis y doce fueron capturados. Por parte gubernamental cayeron el teniente Ramón Benito Alonso, dos cabos y dos soldados. La lucha fue muy dura, llegándose al cuerpo a cuerpo. Este grupo posteriormente tuvo otro encuentro en la borda Zalba contra tropas de infantería. Murieron dos soldados y cinco guerrilleros, mientras un oficial resultaba herido de gravedad. Se hicieron 30 prisioneros. En Navascués se produjo la única verdadera batalla de la campaña, con uso de morteros y ametralladoras pesadas, pero los guerrilleros lograron romper el contacto. El destacamento, muy debilitado y sin municiones, se fraccionó y retornó a Francia sin más bajas, salvo algún guerrillero que se entregó en el puesto de la Guardia Civil de Burguete.

El día 6 se produjo un combate contra el Ejército en Ainzioa, en el valle del Erro, a resultas del cual el destacamento de cuarenta maquis se dispersó y retomó la frontera. Dos días después, ante el complicado cariz que tomaban los acontecimientos, se trasladó al batallón Legazpi XXIII desde San Sebastián. Las órdenes proporcionadas a su mando establecían que la unidad debía limpiar de enemigos la zona de Aoiz e Irurzun. El día 9 el batallón tuvo su bautismo de fuego junto a otras unidades en Arostegi, cerca del paso de Dos Hermanas. Sufrieron tres muertos y varios heridos, entre ellos un teniente y un capitán. Uno de los fallecidos era el alférez de complemento bilbaíno Miguel de la Mano, herido gravemente en la acción y que murió al día siguiente. Era el primer mártir de la milicia universitaria y como tal se expuso durante años un cuadro suyo en la sala de banderas del regimiento Sicilia. En el mismo enfrentamiento murieron los soldados Julián Orbegozo e Isidro Angulo.

Ese día una partida de ocho guerrilleros entró en Abaurrea Alta y obligaron al alcalde a que les acompañase al puesto de la Guardia Civil. Allí le hicieron llamar al portón. Cuando le abrieron, dispararon al interior, matando a un número e hiriendo a tres. Tras este ataque el grupo se dispersó. La Guardia Civil del pueblo capturó dos maquis de la partida el mismo día y varios más las jornadas siguientes, entre ellos algunas mujeres. El 9, dos guerrilleros fueron detenidos cuando intentaban atacar el puesto de la Guardia Civil en Olagüe, a sólo 20 kilómetros de Pamplona. Fueron los maquis apresados más al sur.

Respecto al crecido número de prisioneros, el testimonio de un oficial de infantería aclara en parte la cuestión: Íbamos patrullando a pie cuando, de repente, apareció un grupo de maquis. Nos podían haber emboscado y acabado con todos nosotros, porque nos habían sorprendido totalmente. Pero venían a entregarse. Los llevé yo personalmente hasta Pamplona. Me dijeron que habían estado escondidos varios días esperando que pasasen soldados, porque no querían entregarse a la Guardia Civil o a la Policía. Habían entrado en España convencidos de que no tendrían que luchar, que la guerra había terminado con su victoria sobre los alemanes y que les iban a recibir como a libertadores. Y al darse cuenta de la realidad, decidieron entregarse. Una cosa que les sorprendió también fue que las tiendas estuvieran abiertas y que existiesen productos para vender, pues venían con la idea de que España estaba hecha un caos y que no había ni comercio ni mercancías. La verdad es que hicieron bien en entregarse a nosotros, porque los cogíamos y nos limitábamos a llevarlos en camión hasta Pamplona y entregarlos en la cárcel. Pero la Policía y la Guardia Civil antes de encerrarlos los interrogaban. Así que, cuando menos, les daban “un buen repaso” antes de llevarlos a prisión.

La invasión dejó patente la escasa preparación del Ejército para la lucha antiguerrillera. La mayor parte de la guarnición fronteriza estaba compuesta por antiguos republicanos y por soldados de remplazo, simples quintos que intentaban inútilmente pasar la mili sin excesivas complicaciones. Un quinto guipuzcoano al que tocó hacer el servicio en estas difíciles circunstancias nos lo recuerda: Yo estaba en el valle de Baztán. Había tiroteos casi todas las noches, porque había muchos nervios. Disparábamos al ganado y a todo lo que se movía. En las unidades estábamos mezclados quintos normales, que estábamos mejor, pero también había muchos republicanos que ya estaban aburridos de la vida. Habían hecho la guerra, luego estuvieron en la cárcel varios años, luego los llevaron a los batallones disciplinarios y luego ¡a volver a hacer tres años de servicio militar! Éstos ya nos decían: “Nos da lo mismo pegar un tiro a nuestros oficiales que a los que vengan de Francia”. En esas condiciones, comprenderás que mili pasamos. Los nervios y la bisoñez de la tropa a veces producían situaciones surrealistas, como en Vertiz, donde una sección de infantería se apeó del tren al localizar una partida de maquis, combatiendo toda una noche ¡contra una piara de jabalíes!

El 18, tres maquis fueron capturados por soldados del América XIX en el puerto de Velate. Al día siguiente se produjo el principal esfuerzo guerrillero, la invasión del valle de Arán, en Huesca. Esto provocó la reactivación de las entradas por la frontera navarra. La 522ª Brigada, doscientos guerrilleros mandados por el comandante Couto atravesaron la frontera por el Roncal, en dirección al pueblo de Sádaba y con destino final en el Maeztrazgo. Los días 20 y 21, procedentes de Saint Engrace, 400 guerrilleros de la 153ª Brigada entraron por el portillo de Arrakogoiti, en el Roncal. Se dirigieron hacia Garde, desde donde esperaban pasar a Huesca y enlazar con la invasión de Arán. Perseguidos muy de cerca por las fuerzas gubernamentales, enseguida se fraccionaron, llegando partidas sueltas a Lecumberri, Lesaca y Aralar o siguiendo hacia Aragón. Un oficial de la Agrupación Cenetista de la UNE, Chispita, recuerda esta incursión: Cuando entramos en España éramos un centenar de hombres. Casi todos veteranos de la guerrilla francesa. Por eso quizá tuvimos menos reveses que otros grupos. Sostuvimos varios combates apenas pisamos territorio español. Casi siempre con la Guardia Civil. Se notaba que eran excombatientes de la guerra civil por su forma de actuar en la montaña y por su valentía (...) Los enfrentamientos más violentos nada más entrar los tuvimos en la Sierra de Uztarroz. Luego nos disgregamos en tres grupos. Yo tomé el mando de uno de ellos. Tuvimos pocas bajas porque, como ya te dije, nuestros hombres eran guerrilleros muy fogueados. Pero la resistencia encontrada hizo retroceder a Francia a más de la mitad. Cuando algunos dijimos que se tenía que penetrar hacia el interior, en busca de guerrillas locales, no faltó quien puso en duda su existencia, alegando que eso formaba parte del engaño general. Pienso que si hubiésemos tenido mejor información sobre esas partidas guerrilleras la mayor parte de los grupos que regresaron a Francia posiblemente no lo hubieran hecho (...) Bajamos hasta la Sierra de Santo Domingo, pasando por Navascués y Urriés (1). Este grupo llegó al Maeztrazgo a finales de octubre.

Victorio Sarriés, entonces sólo un niño, iba irse a la cama en Iza, en el valle de Salazar, cuando sonaron golpes en la puerta. La casa no tenía luz eléctrica y costaba atisbar algo. Eran dos hombres armados con fusiles y granadas. Le preguntaron por su padre y entonces éste apareció con unos carboneros que vivían en la casa. Los guerrilleros estaban tan asustados como ellos y sólo querían algo para comer. Les dieron lo que pudieron pero, como todavía no habían hecho la matanza, sólo había pan y nueces. Estuvieron un rato hablando, dieron las gracias y se fueron. Pero un vecino ya les había denunciado. El Ejército cercó la casa y con las primeras luces se decidieron a entrar. Los soldados estaban nerviosos y querían registrar las habitaciones. En ese momento asomó un ermitaño, Fernando, que vivía enfrente. Los soldados le dispararon y la bala rozó su cuello antes de incrustarse en la pared. Llevaron a toda la familia a declarar y luego los dejaron en libertad. A los guerrilleros los detuvieron días después en Zerrenkenos.

Enric Carreras, miembro de la 522ª Brigada, entró por el Roncal con catorce compañeros: Aunque en algún momento encontramos gente que nos ayuda, son muchos los que acuden a denunciarnos (2) Otro grupo de esta Brigada llegó hasta Aralar, donde sostuvo un duro enfrentamiento con la Guardia Civil. Al final, 17 se entregaron. En un combate en Lesaka con otro destacamento de 60 guerrilleros que intentaba regresar a Francia murió un guardia civil y el policía armada Quintín Cuesta. El día 22, doce guerrilleros fueron detenidos en el Baztán.

Por esas mismas fechas comenzó a infiltrarse en pequeños grupos la 10ª Brigada. Victorio Vicuña era su comandante: Respecto a la invasión, nosotros tuvimos una gran dosis de subjetivismo. Pensábamos que el final de la guerra mundial era el final de Franco. Creíamos que si invadíamos España y creábamos una cabeza de puente seríamos ayudados por los Aliados. Creíamos que si creábamos una situación de conflicto directo, los Aliados no tendrían más remedio que intervenir, devolviéndonos los esfuerzos que habíamos hecho por ellos. Y que la entrada de una o dos divisiones americanas provocaría que los militares abandonasen a Franco. Esa fue nuestra equivocación. Fuimos incautos políticamente. Se intentaba cubrir con voluntad las deficiencias En ese período queríamos crear una presión para que las tropas aliadas entrasen detrás de nosotros. No era una forma de pensar políticamente equivocada hasta unos meses antes, pero teníamos ya los inicios de la Guerra Fría. Un gran error político. Monzón y la Dirección se equivocaron, pero tuvieron espíritu de lucha.

Yo estaba un poco mosqueado, porque veía que esto no iba a acabar bien. Llevaba bastante tiempo en esto para conocer la importancia de la información y, como no tenía casi guías del país, todas las noches mandaba patrullas de información con prismáticos y telescopios cogidos a los alemanes, que atravesaban la frontera, se quedaban un día escondidas y volvían la noche siguiente con una información veraz. Por ejemplo, me decían qué movimientos de tropas habían visto, en qué lugares y cuántos toques de trompeta habían escuchado. Cada toque indicaba la posición de un destacamento militar. Y había un montón. Pero los boletines de la Agrupación decían todo lo contrario, que no había fuerzas en la frontera. Nuestra propaganda magnificaba todo: si tres obreros se quejaban, hablaban de huelga. Si aparecían unas pintadas, que un barrio se había levantado. Las informaciones de la Agrupación Guerrillera parecían muy completas. Constaba el nombre de todos los pueblos, con las fuerzas del orden y los destacamentos de ejército acantonados en ellas. Según esos informes, la frontera estaba casi desguarnecida.

A principios de octubre de 1944 iniciamos la campaña del Bidasoa. Se habían establecido dos sectores: uno, en el Pirineo catalán y Aragón, donde debían entrar por Jaca. Otro, desde Olorón-Santa María hasta el Atlántico. Mi brigada, la 10, estaba la más cercana al mar, en Cambó. Mis órdenes, concretamente, eran introducir toda la brigada al unísono, utilizando todos los hombres disponibles. Mis órdenes eran “presentarse en España con todas las fuerzas posibles”. Yo ya advertí a mis jefes, Luis Fernández y Modesto Vallador que iba a meter seis destacamentos de 60 guerrilleros progresivamente y que yo pasaría con el tercero cuando conociese la situación. Y que tampoco utilizaría algunos hombres, como la Brigada Vasca, que estaban faltos de preparación y porque a su jefe, Ordoki le veía muy reticente e inseguro. Los nacionalistas, algunos republicanos y los “Llopis” no estaban de acuerdo con la operación y habían minado los deseos de luchar.

Nuestro objetivo era, desde el punto de vista de la estrategia, el mismo que el de Arán. Aunque en Arán la penetración era más fácil, al ser un sector más montañoso. Teníamos que establecer una cabeza de puente, tras lo cual se levantaría el pueblo español y los ejércitos aliados, ante este hecho consumado, nos ayudarían y derribarían a Franco. Esa era la idea central, más que objetivos concretos de “¿hacia dónde vamos?” o “¡hay que tomar tal pueblo!”. Nuestra orden concreta era: “Evitando las ciudades y los pueblos, cruzar el Bidasoa y establecer bases en las zonas montañosas de Guipúzcoa y de Vizcaya. Si no hay una caída inmediata de Franco, intentar llegar a Santander”.

Empezó la operación y entramos por la zona de Sara. La primera noche pasaron dos grupos, la segunda, uno. Entraban de noche y con la orden de intentar evitar el combate porque no tenían munición más que para cinco minutos de fuego. Había metido estos tres grupos, alrededor de 180 hombres e iba a pasar yo mismo cuando el tercer día llegó la orden de suspender la operación. Los grupos, hasta cruzar el Bidasoa, no encontraron la menor resistencia, sólo alguna patrulla aislada. Las tropas del Ejército, Falange y requetés se habían concentrado al otro lado del río. Todos los que pasaron el Bidasoa no volvieron más. De los que no pasaron, pues algunos lograron salvarse.

En proporción, tuvimos más bajas que en la operación del valle de Arán. Sólo por pasar el río, que había llovido mucho y había crecido, se ahogaron catorce o quince guerrilleros. En total parece que la brigada tuvo medio centenar de desaparecidos. ¿Fueron detenidos y ejecutados de forma sumaria, desertaron o lograron llegar a bases guerrilleras en otras provincias? Lo único comprobado es que de muchos nunca más se supo.

Uno de los integrantes de aquella brigada era José Vicente Arizaga, veterano de los campos de concentración franceses y de la Resistencia: Yo había pasado a Francia desde Cataluña cuando la derrota, con 14 años. Así que aquella era mi vuelta a España. Mi experiencia en el interior fue muy corta, se trató de muy pocos días. Entré con un grupo de cincuenta y dos hombres del primer batallón de la 10ª Brigada. Antes de entrar en España le cambiaron el nombre a la unidad para despistar y pasamos a ser la 227ª Brigada. Salimos de Salies de Bearn en camiones y cruzamos la frontera por la zona del monte La Rhune. Íbamos ya con la estructura de hacer un futuro ejército: un teniente para cada cinco soldados, que luego sería el oficial de los futuros guerrilleros. Para reír. Ya durante la ocupación en Francia hubo batallones que se componían de 8 hombres. Así que cuando se lee: “Tal operación fue ejecutada por el batallón X”, a lo mejor estamos hablando de una operación en que participaron cuatro personas. Antes había pasado otro batallón por lo menos, porque me habían dado instrucciones de que no dejásemos papeles, ni colillas, ni nada. Y encontramos una lata de conservas de sardinas de los que pasaron antes y la tuvimos que enterrar. Llevábamos cinco fusiles ametralladores ingleses Bren y uno alemán. Llevábamos armas ligeras, pero bastante más que lo que teníamos enfrente. El armamento era diverso: unos fusiles canadienses de la Guerra del 14 muy pesados y poco precisos, que no gustaban a los hombres aunque tenían cargadores muy grandes, de diez balas; mausers; dos variantes de Sten, con culatas deferentes; bombas de mano de piña y yo llevaba 30 kilogramos de trilita. Pero traíamos muy poca comida, latas de sardinas que habíamos cogido de un tren que la Brigada voló cerca de Olorón, con conservas y botas de media caña españolas para los alemanes. Los cargadores de los fusiles ametralladores se habían distribuidos entre todos. Yo llevaba dos cargadores y algunas balas sueltas, que servían tanto para el mauser como para el Bren.

Llevábamos las mejores armas, porque en la 10ª Brigada teníamos también la skoda, que era el mauser hecho en Checoslovaquia; bombas de mano italianas de dos clases, que parecían cantimploras y que nadie las quería; bombas de palo alemanas que tampoco quería nadie, aunque supongo que serían útiles porque los alemanes eran unos artistas a la hora de hacer la guerra; un par de “naranjeros” españoles; pistolas hechas en Eibar y subfusiles rusos de tambor, que parecían el arma de los gansters...

Íbamos muy despacio y cuando se hizo de día aún estábamos frente a La Rhune. Con los anteojos veía el pueblo de Vera del Bidasoa. Pero desde La Rhune probablemente nos estaban vigilando, porque sabían que veníamos. Alguien nos vio y enseguida se chivó. Algún pastor. Yo únicamente vi a cinco soldados de patrulla, con el fusil de revés sobre el hombro y avisé a los demás para que se escondiesen. Ordenaron no disparar. Perdimos el enlace, el río Bidasoa estaba crecido, un par de días sin saber qué hacer. Y, cuando estábamos en un barranco, nos cogieron allí. Empezaron a dispararnos, fueron poco precisos, no sé si tenían más miedo que nosotros. La verdad es que en el combate nos hicieron menos daño del que pudieron. En aquel momento o después murió el comisario del batallón, José Silva. Tuvimos un par de muertos y nos ordenaron “¡Tomad la loma!”. Salimos escapados intentando coger altura. Ahí me vi bastante apurado, pero parecía que no nos querían tirar, porque pasé por una zona despejada y cuando llegué arriba es cuando nos empezaron a tirar. Total, que nos reagrupamos y tuvimos una reunión con los mandos sobre qué hacer. Y decidimos volver. El comisario de la otra compañía, para quedar bien, dijo que seguía “para adelante” y desapareció y no lo vimos más. Pero es que éste sabía lo que había después, una especie de tribunal juzgaba a los que se retiraban sin órdenes. Y pasamos a Francia, a Sara. Creyendo que estábamos a salvo, matamos dos corderos y nos pusimos a comer. Estábamos en dos bordas y en un momento dado atacaron la otra borda, a 100 metros y allí mataron al comandante, Cabero, cuando abastecía el fusil ametrallador y a otros compañeros más. Intentamos reaccionar, pero ninguno de los Bren funcionó - yo creo que algún agente los había estropeado - y no podíamos responder al fuego de los franquistas. Con el jaleo llegaron en camiones los franceses del Cuerpo Franco Pommiés, que no eran comunistas pero nos tenían mucho aprecio, porque habían luchado contra los alemanes. Y formaron frente a los franquistas, que se largaron. Cuando llegué a la base, en Salies, los compañeros me abrazaban porque les habían dicho que habían matado a un comisario y pensaban que era yo. En total tuvimos 8 muertos de 52. De las fuerzas franquistas se pasaron bastantes, quintos y suboficiales del ejército e incluso algunos policías.

Jacinto Ochoa, fugado del penal de San Cristóbal, recuerda aquellos días: Estuvimos en Ustaritz unos días, nos montamos en unos camiones, fuimos hasta muy cerca de la frontera y después de allí, cargados con los macutos y las cosas que teníamos, munición y armas, aquella misma noche cruzamos la muga. Llevábamos rifles americanos y buenos debían ser aquellos cachorros, tenían un cargador bastante majo, no sé cuantas balas metí en la cámara, y después metralletas de esas que se fabricaban en Estados Unidos. Se arrojaban para el maquis. Era una cosa muy rudimentaria, no tenían más que un tubo y un cargador grande de 30 tiros. Y claro, aquello para actos de sorpresa debía ser muy bueno, porque no pesaba nada y podías desplazarte. Nosotros seríamos unos 50. Nuestro objetivo era internarnos y crear guerrillas y ya después tomar la iniciativa cada uno, pero no había sitio concreto donde ir, donde nuestra marcha terminara (3).

En los combates desarrollados en Ventas de Igantzi, el día 23, murieron cinco guerrilleros. Uno de estos guerrilleros falleció al caer al canal. El agua lo arrastró hasta una presa cercana, de donde los militares extrajeron el cadáver. Otro cayó abatido al intentar cruzar el río por el puente de minas. Lo enterraron en el bosque poniéndole una anónima cruz de madera. Los otros tres maquis murieron en combate en el caserío Landanetxe.

El 25 se produjo un fuerte enfrentamiento en Vidangoz, en el que perdieron la vida seis guerrilleros. Los combates comenzaron por la tarde y prosiguieron hasta la mañana siguiente. En un principio, las fuerzas del Ejército tuvieron que replegarse al pueblo debido a la presión de los guerrilleros. Posteriormente, la llegada de dos secciones de la Policía Armada y la falta de municiones obligó a los maquis a retirarse. Un teniente y cuatro soldados murieron, mientras que diez resultaron heridos. El 27, otra escaramuza con el regimiento Victoria en el Portillo de Ollate costó la vida a dos soldados y a cinco guerrilleros. En esta acción treinta maquis fueron capturados. Ese mismo día, una sección de cincuenta soldados cruzó la frontera cerca de Sara y registró el caserío Aniatarbe en busca de guerrilleros. El 28 Santiago Carrillo dio la orden de suspender las operaciones, lo que no produjo una inmediata suspensión de las incursiones y tampoco varió la situación de los que, desde el interior, intentaban desesperadamente regresar a Francia o alcanzar zonas libres de la masiva presencia franquista.

La última incursión se produjo el día 30, cuando trescientos guerrilleros entraron por Ventartea hacia el valle de Ulzama, siendo rechazados por tropas de infantería. Varios fueron capturados posteriormente en diversos puntos del Roncal por la Guardia Civil. El general Yagüe podía ya declarar, aliviado, que en las palomeras de Echalar se puede cazar y pueden estar bien tranquilos los pueblos fronterizos. El 31 de octubre la prensa anunciaba que el último rojo español ha rebasado de nuevo la frontera con Francia Las últimas detenciones, seis guerrilleros andaluces, se produjeron en el puesto de Ururozqui a primeros de noviembre.

Hoy es difícil conseguir testimonios de los paisanos críticos con la guerrilla La situación en 1944 desde luego no era la del 37, cuando los aldeanos salían a cazar a los fugados de San Cristóbal como si de conejos se tratase. Pero tampoco eran esa población indiferente o antifranquista que algunos autores se empeñan en presentar. Los también parciales testimonios recogidos hace cuarenta años presentaban un tono muy diferente del actual. Jesús Hermida recogió esta declaración en 1960: Ellos estaban en las alturas, y la fuerza venía por abajo. Los paisanos sacamos las escopetas de caza para defender el pueblo. No pasaron cerca, pero si pasan... No les quería nadie por aquí. Ellos decían que no nos matarían, que no tenían nada contra nosotros. Pero a nada bueno vendrían cuando venían así, armados con lo último. Durante las operaciones la infantería y la policía eran guiadas por civiles de la zona, buenos conocedores del terreno. Y el recuerdo de los guerrilleros supervivientes es que, pese a que los trataban bien y en algunos casos los sobornaron con paté francés requisado, muchos campesinos corrían a delatarlos. Aún a día de hoy, un anciano vecino de Vidangoz recuerda: Si los militares llegan a hacernos caso, los cogen a todos. Porque nosotros les avisamos donde podían emboscarlos, pero ellos prefirieron hacerlo a su modo y la mayoría de los maquis se les escaparon y siguieron adelante.

La documentación escrita también apunta en esta dirección. En los archivos del Gobierno Civil de Pamplona existían pliegos de descargo de contrabandistas con certificados de haber espiado a los maquis. Una notificación de la alcaldía de Uztarroz fechada el 4 de noviembre pide al Gobierno Civil las 250 pesetas prometidas a un vecino por delatar a los maquis. Un listado con la relación de los inmuebles particulares ocupados en Aoiz por la tropa del batallón Montejurra muestra que un tercio de los afectados no deseaba cobrar por ello. El 30 de mayo de 1945 el Régimen premió a los vencedores, imponiendo condecoraciones y entregando recompensas a dieciséis civiles que se habían distinguido en la represión de los sucesos de la frontera de nuestra provincia.

Conchi Anaut, desde su perspectiva de roja refleja aquella realidad: Y no se podía hacer nada para ayudarles, porque en el 36 aún hubo gentes que pudieron ayudar. Cuando los maquis era imposible porque los que éramos rojos estábamos todos fichados y entonces se estaban cortando cabezas a mansalva. Es difícil entenderlo de no haberlo vivido, es difícil entender la situación ahora. Nuestro miedo no lo entenderéis nunca, el miedo que teníamos era pavor. Los de derechas también tenían miedo pues, cuando se enteraron que los maquis estaban pasando, muchos se fueron a dormir a otras casas del miedo que tenían porque pensaban que venían a pedirles cuentas de lo que pasaba... Estos colaboraban con la Guardia Civil, era una manera de congraciarse con ellos. Veían a un maquis, que igual se acercaba a pedir auxilio o comida y enseguida a delatarlo (4).

En Navarra la lucha se desarrolló en la zona norte, ningún combate se produjo por debajo de los 42º 45´. Los enfrentamientos se entablaron principalmente en dos triángulos imaginarios delimitados por los vértices de Varcarlos–Belagua-Burgui y Bera–Aralar-Roncesvalles. La lucha se desarrolló con un tiempo pésimo. Nieve, niebla, frío y lluvia limitaron los movimientos del maquis, a quienes los franquistas, bien asesorados por paisanos, esperaban en vados, pasos y puentes. El hambre – sólo llevaban víveres para tres días -, la falta de recursos y de información, la fría – si no hostil – acogida de la población y la superioridad numérica del enemigo condenaron la invasión. En un mes, el Ejército tuvo diecisiete muertos, tres la Policía Armada y tres la Guardia Civil. Los heridos fueron mucho más numerosos y los prisioneros, dos. Las deserciones de la tropa fueron abundantes, pero no hemos logrado localizar ningún dato oficial al respecto. Se desconocen las bajas exactas de los guerrilleros, pero los muertos pasaron de cincuenta y los capturados, del centenar.

Notas:
1. PONS PRADES, E.: Guerrillas españolas 1036-60, pág. 59.
2. ARASA, Daniel: Años 40: los maquis y el PCE, pág. 216.
3. CHUECA INTXUSTA, J. P.: La guerrilla en Navarra en “La Guerrilla en España”, pág. 108-10.
4. CHUECA INTXUSTA, J. P., op. cit., pág. 109.

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