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Estudios sobre la historia del movimiento comunista en España

Dos valoraciones heterodoxas sobre el final de la guerra: José del Barrio y Jesús Hernández

El caótico final de la guerra civil en el bando republicano, con la sublevación del coronel Casado y la ruptura entre los antiguos aliados del Frente Popular, unido al equívoco papel jugado por los dirigentes del PCE durante aquellos turbulentos días, fue motivo de largas controversias entre los propios cuadros comunistas durante los años siguientes. Algunos de ellos, como José del Barrio y Jesús Hernández , acentuaron sus críticas hacia el aparato dirigente a raíz de su expulsión del PSUC y del PCE, respectivamente. Cuando la ruptura entre la Kominform y la Liga de los Comunistas Yugoslavos de Tito, en 1948, posibilitó la formación de grupos disidentes potenciados por Yugoslavia, Del Barrio y Hernández coincidieron en el proyecto de fundación del Movimiento de Acción Socialista. En el impulso de un debate para atraer a la militancia a miembros desencantados de los partidos tradicionales , tanto Del Barrio como Hernández promovieron una reflexión sobre la línea comunista durante la guerra y sobre el papel que el estalinismo había jugado durante el conflicto español.
La valoración que Acción Socialista hacía de la política del PCE durante los últimos tiempos de la guerra de civil española era sumamente crítica. Del Barrio publicó en “Borba” (“La lucha”, órgano oficial del PC yugoslavo) en 1951 una serie de artículos en los que afirmaba “que el PC es el culpable de la pérdida de la guerra”; “que el traslado del Gobierno del Centro a Cataluña fue un desastre”; “que Del Barrio, recomendó al Gobierno algunas cuestiones y no le hicieron caso”, al tiempo que emitía una severa condena del pacto germano-soviético. Del Barrio acusaba al PCE de realizar una práctica derrotista desde el corte de la zona republicana en 1938. Dicha línea política, materializada en el abandono de la zona centro y sur por la mayor parte de los cuadros del PC, y en el rechazo a considerar la posibilidad de concentrar la defensa en un área de los Pirineos que ofrecer como territorio liberado al gobierno de la República mientras estallaba el próximo conflicto mundial, respondía –según Del Barrio- a la voluntad liquidadora de la guerra de España por parte de Stalin, expresada en directrices enviadas a través de los delegados de la Komintern en España, Togliatti y Stepanov.

“Propusimos – afirmaba Del Barrio- organizar la defensa a toda costa de una cabeza de frontera en la región comprendida por los sectores de Seo de Urgel, Puigcerdá y Camprodón, y avanzada hasta Ripio y el norte de Berga (…) Se trataba de proseguir la resistencia a ultranza en todos los demás sectores en nuestra posición, orientando los repliegues –cuando fueran inevitables- hacia la cabeza de frontera (…) De haber podido resistir en esa cabeza de frontera durante el verano de 1939 nadie hubiera sido capaz de desalojarnos de ella en el invierno siguiente”.

La respuesta del Buró Político del PCE, que estaba aprovechando la situación para “bolchevizar” al PSUC y convertirlo en su apéndice catalán, cortando de raíz cualquier vestigio de autonomía, fue que semejante plan solo tenía como objetivo “la constitución de una República independiente (la “República Perea-Del Barrio”, como decían ellos), como un baluarte contra el PC de España. La tal cabeza de frontera, decía el BP del PCE sería la República de los aventureros” .
Jesús Hernández, por su parte, remitió al mismo “Borba” sus reflexiones, con el título “Apuntes para la Historia” . Los artículos tenían como base la ponencia impartida por Hernández en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista Yugoslavo, ante cuyos alumnos impartió la conferencia titulada “La URSS en la guerra del pueblo español”. En ella, Hernández desarrolló las líneas generales de lo que se iba a convertir en la tesis central de su próximo libro, Yo fui ministro de Stalin.
La República española había sido un peón más en el juego de ajedrez global que la URSS estaba jugando a finales de los años 30. En un contexto de temor generalizado a la pujanza de las potencias fascistas, la URSS desplegaba un “juego maquiavélico” consistente “no desligarse de las potencias democráticas a fin de no ofrecer un fácil blanco a los fascistas, y coquetear con los fascistas para asegurarse el apoyo de las democracias. Era el juego que había de culminar, años después, en el pacto germano-soviético”. Hernández atribuía a las intenciones de Stalin la siguiente lectura:

“ « La guerra en España puede servirnos de dos maneras: una, utilizarla como un fantasma que agitaremos ante los ojos de las potencias fascistas haciéndolas ver que los pueblos están dispuestos a empuñar las armas y a batirse por la libertad y la democracia, y así obtener ciertas ventajas de las mismas, y otra, que se funde y confunde con la primera formando un todo, la de cotizar la sangre del pueblo español en el mercado de sus conveniencias exteriores ante las asustadas democracias, demostrando que en las manos de la URSS está la llave que puede avivar o apagar las llamas que se han encendido en España y cuyas chispas pueden hacer estallar el polvorín de la temida guerra mundial ».
Es decir, el “caso español” se lo planteó el Kremlin no desde un punto de vista socialista, sino fría y calculadamente, como un asunto de política exterior, desprovisto de todo contenido o sentimentalismo revolucionario.
La ayuda soviética, supuestamente motivada por la solidaridad con la causa de la Democracia y el Progreso, había sido en realidad una forma de poner en valor la cotización del potencial ruso a fin de atraer a las potencias occidentales intimidadas por la pujanza nazi-fascista. El suministro de armas no fue ni suficiente ni desinteresado y, frente a la propaganda apologética posterior, se inscribiría en el marco de la “no intervención” tanto como las reticencias de las potencias occidentales, impidiendo al gobierno legítimo de la República defenderse frente a la agresión italo-alemana.

“¿Era posible burlar el bloqueo de la “no intervención”? – se preguntaba Hernández-. ¡Claro que era posible! Lo burlaban Hitler y Mussolini descaradamente y lo burlaban nuestros barcos que iban a recoger las escasas mercancías que se nos facilitaban en los puertos soviéticos. Estos mismos barcos tenían capacidad para traer, y el Gobierno republicano suficiente dinero para pagar, mil veces más cantidad de armamento que lo que transportaban hasta la España leal. Luego era una solemne mentira lo de las dificultades “técnicas”.

La cuestión era que las prioridades soviéticas se encontraban en otros ámbitos: Stalin no enviaba armas suficientes, pero en cambio “nos mandaba abundantes «consejeros» militares, políticos, y policiacos”. La conclusión era que a Stalin

“no le interesaba la victoria [de la República española]. La Unión Soviética estaba interesada en prolongar la lucha, del pueblo español sin permitirle lograr una victoria decisiva que pudiera crearle a ella dificultades en el orden internacional. En la prolongada agonía del pueblo español, en su sangre y en su sacrificio, tenía la Unión Soviética una moneda de cambio de alta cotización en las cancillerías extranjeras”.

El PCE, cuya fuerza e influencia habían ido en aumento desde el comienzo de la guerra, no se había demostrado capaz de desarrollar una política autónoma y netamente nacional. De hecho, estaba dirigido por los “consejeros” soviéticos que determinaban el sentido de las alianzas, la táctica y la línea política en virtud de los intereses geoestratégicos de Stalin y no de las realidades españolas de cada momento. Muestra de tal seguidismo fue la aceptación por parte del PCE de los impedimentos puestos por los “consejeros” para la obtención de mejores posiciones de poder, porque semejante aspiración perjudicaba el interés de Stalin de tranquilizar a Gran Bretaña.

“Creo poder afirmar sin exageración alguna,-afirmaba el ex ministro comunista- que el PC pudo tomar el poder sin grandes dificultades y con muy pocas oposiciones, [pero] en Moscú se llegó a temer que los comunistas españoles nos decidiéramos a adueñarnos del poder. Debemos declarar que nunca pensamos hacerlo, pues estábamos más que nadie interesados en mantener el carácter de origen de nuestra guerra, que era la defensa de la República democrática agredida y asaltada por la reacción nacional y por el fascismo extranjero. Pero si esto es cierto, también lo es que sentíamos la necesidad de tener en nuestras manos algunos de los puntos claves de la dirección política, y de la guerra” .

Mas, al tiempo que se impedía a los comunistas españoles la consecución de mayores cuotas de poder, se les dictaba una línea política que les enfrentaba con el resto de fuerzas aliadas. Un sectarismo implacable condujo a derribar el gobierno de Largo Caballero, a enfrentarse violentamente al anarco-sindicalismo, a apoyar la liquidación física del comunismo heterodoxo, a plantear la retirada de los ministros comunistas del gobierno Negrín, con el resultado paradójico de otorgar pretextos a los anticomunistas y a los derrotistas que terminarían por coaligarse en la Junta de Defensa en marzo de 1939. La exaltación retórica de la “unidad” con un sello férreamente sectario había conducido al resultado paradójico de la articulación, efectivamente, de “una unidad: la de todos (...) contra el PC”.
El colofón de esta línea de subordinación a los dictados soviéticos fue la propia liquidación de la guerra a partir del golpe del coronel Casado, al que el partido opuso escasa y confusa resistencia porque, para Stalin, la cuestión española era ya un proceso liquidado cuya dramática resolución resultaba más conveniente imputar en la cuenta de otros. Con la falta de respuesta a la conspiración y al golpe, y su huida en los primeros momentos, la cúspide del PCE se había plegado a las directrices estalinistas que, desde Munich, tenían como guía la aproximación a la Alemania nazi que culminaría en el pacto Molotov-Ribbentrop. El catastrófico final de la guerra de España desmentía en la práctica la retórica de la “resistencia” sostenida por el partido, con apoyo soviético, desde 1938. La estrategia del PC y de Negrín había consistido en prolongar la resistencia ante el inminente estallido de una conflagración europea, en la que quedaría subsumido el conflicto español. Pero ahora era evidente que la propia URSS había hecho todo lo posible por evitar la aproximación a una situación crítica irreversible:

“Si nuestra razón de prolongar la guerra se basa en que el progresivo agravamiento de la situación internacional puede provocar en cualquier momento el choque entre gobiernos democráticos y fascistas, y en tales circunstancias las potencias democráticas no tendrán interés en que un aliado de Hitler y de Mussolini domine en la Península Ibérica y deberán lógicamente ayudar a la República Española a derrotar a Franco, si la verdad verdadera de nuestra política de resistencia es esa, ¿por qué la URSS nos quiere obligar a que impidamos la llegada de ese momento mundial del cual depende la vida de nuestro pueblo ? ¿Qué objeto tiene nuestra política de resistencia si la privamos de una perspectiva o si nosotros mismos se la negamos? ¿Morir como numantinos, salvar el honor? Eso es muy romántico y muy digno, pero queremos además de todo eso algo más: queremos la vida, la libertad y la independencia de España” .

El debate se prolongó en el tiempo hasta el periodo de la desestalinización. Del Barrio fue partidario de no pasar página sobre el final de la guerra, y de convocar la formación de una “Comisión Organizadora del Congreso Extraordinario de todos los comunistas”, una de cuyas funciones sería el nombramiento de una Comisión de Responsabilidades “compuesta de comunistas de reconocido criterio propio, imparcialidad y honorabilidad”, ante la que tendrían obligación de comparecer todos los miembros del Comité Central nombrado en 1937 y cuantos otros militantes comunistas hubieran ejercido cargos de responsabilidad desde entonces hasta la fecha. Fracasada esta última opción, José del Barrio se aproximó comienzos de los 60 a las tendencias que postulaban la insurgencia, al estilo de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo . Con Juan Perea Capulino y Vicente López Tovar formó el Movimiento por la IIIª República y por la reconstitución del Ejército Republicano, con sede en Argel. Jesús Hernández, por su parte, acabó refugiándose en el oscuro trabajo de asesor de la embajada yugoslava en México, mientras daba a publicar sus divergencias en forma autobiográfica.

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