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Estudios sobre la historia del movimiento comunista en España

Estrategias de oposición

La política de Unión Nacional

Un análisis sobre la política de Unión Nacional, propugnada por el PCE desde agosto de 1941, que quizás contribuya a explicar la salida del partido de la Nelken, como la de otros destacados militantes, en esas fechas:

"Tras el desencadenamiento de la “operación Barbarroja”, en junio de 1941, la Internacional Comunista enunció la línea política de “Unión Nacional” (UN), consistente en la creación de amplios frentes interclasistas donde se coaligaran todas las fuerzas cuyo objetivo principal fuera la derrota del fascismo. La adaptación a la situación española por parte del PCE apareció expuesta por primera vez en un manifiesto del Comité Central publicado en agosto de 1941, y elaborado por José Díaz, Dolores Ibárruri y Jesús Hernández. El objetivo era unir a toda la nación -desde la clase obrera a la "burguesía nacional"- para evitar que Franco entrara en la guerra al lado de Hitler. Para ello, no se dudaba en hacer un llamamiento a sectores que, habiendo figurado en las filas del franquismo (carlistas, jefes, oficiales y clases del ejército, sectores conservadores y católicos, grupos capitalistas españoles ligados al capital anglo-americano) estuviesen dispuestos a defender la causa de la independencia nacional. Se partía del supuesto de que

“la gama de las fuerzas opuestas a la política franquista de apoyo al hitlerismo, era más amplia que la de las fuerzas que habían luchado por la República. Existía la posibilidad de un reagrupamiento de las fuerzas políticas que, poniendo fin a la división abierta por la guerra civil, incorporase a la acción contra la dictadura a sectores que antes la habían apoyado, pero que en 1942 se pronunciaban en favor de la coalición antihitleriana y de la neutralidad española”.

La mano tendida a los enemigos de ayer excluía, sin embargo, a los implicados en la sublevación casadista, los “espías nazi-trostkistas agentes de la GESTAPO” –es decir, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM)-, y a líderes como los socialistas Prieto y Araquistáin y el anarcosindicalista Abad de Santillán, a los que se ubicaba, de hecho, en la misma trinchera que los “falangistas germanizados”. Los puntos de esta primera versión del programa de la UN consistían en impedir la entrada de Franco en la guerra junto al Eje, el reconocimiento de la legalidad republicana de 1931, la constitución de un gobierno de Unión Nacional bajo la jefatura del doctor Negrín, el restablecimiento de las libertades básicas en España y la alianza con la URSS y con las democracias contra Hitler.

Cuando en la primavera-verano de 1942 se produjo la ofensiva alemana en la región del Caúcaso que llevaría a sus tropas ante las puertas de Stalingrado, los rumores sobre una posible paz por separado entre Alemania y Gran Bretaña movilizaron a la diplomacia soviética. Molotov viajó a Londres y Washington para disipar los temores de Occidente sobre las intenciones de la URSS tras la guerra. Como muestra de buena voluntad, se procedió a la disolución de la Komintern en 1943. La revolución desaparecía del horizonte político del movimiento comunista a corto y medio plazo. En consecuencia, la línea política de UN dio una nueva vuelta de tuerca hacia posiciones aún más próximas a la alianza con los sectores conservadores. El 5 de septiembre de 1942 un nuevo “llamamiento del Comité Central del PCE", sentó las bases de la política de UN para los siguientes años. El escenario dibujado por el partido trazaba una línea de confrontación a uno de cuyos lados se encontraban Franco y los falangistas germanófilos, y al otro, el resto del país, incluyendo “hasta las más diversas fuerzas conservadoras”: Industriales, terratenientes y comerciantes. El programa de la segunda versión de UN contenía los siguientes puntos: Ruptura de todos los lazos con el Eje, depuración de falangistas del ejército y la administración, liberación de presos y retorno de exiliados, restablecimiento de las libertades, y convocatoria de una Asamblea Constituyente para que el pueblo, libre y democráticamente, decidiese el futuro régimen del país. Desaparecían, pues, las referencias al gobierno Negrín, a la legalidad republicana y a las autonomías, buscándose la aproximación a los monárquicos juanistas.

La política de UN, con sus implicaciones de apertura hacia sectores a los que se había combatido con las armas hasta hacía un par de años –y que en muchos casos aún ocupaban importantes parcelas de poder en el aparato del Estado franquista- y de captación, al propio tiempo, de apoyos entre los grupos de la emigración republicana requería el ejercicio de una sutileza en la ejecución de fintas tácticas a derecha e izquierda que se encontraba muy por encima de las posibilidades de la Delegación en México del PCE, encabezada por el dúo Uribe-Mije. En continua competencia con los centros dirigentes de los partidos rivales en el ámbito republicano, la Delegación del PCE en México tan pronto acentuaba los aspectos sectarios y excluyentes de la UN, rechazando la colaboración con Izquierda Republicana, la Unión Republicana, el Partido Socialista, los nacionalistas vascos y catalanes y la CNT, como blasonaba de haber conseguido la incorporación de representantes de los grupos agrarios católicos, procedentes de la antigua CEDA, y de carlistas arrepentidos al proyecto “unitario” antifranquista. Paradójica línea política que alardeaba de encontrar eco en la derecha monárquica y reaccionaria y que, sin embargo, adoptaba contra las fuerzas republicanas una retórica que recordaba los tiempos de “clase contra clase”.

En la práctica, la retórica de la Delegación en México ahuyentaba a los posibles aliados conservadores y repelía a los de la emigración republicana. La situación era enormemente preocupante pues, como escribía Hernández a Dolores en diciembre de 1942,

“estamos en tal punto que, o bien provocamos una rápida reacción de comprensión entre las distintas fuerzas en que hoy nos apoyamos, o corremos el riesgo de quedar aislados. Las fuerzas que no se han pronunciado sobre el documento son muchas. Su silencio no creo que podamos considerarlo como aprobación, porque si bien se trata de las fuerzas más moderadas, y por tanto más susceptibles de dejarse ganar a una tal política, son también las más anticomunistas. Las que se han pronunciado en contra, o se resisten, son el resto, excepción hecha de las totalmente nuestras. En tal situación, no está excluido un atirantamiento mayor de las relaciones, y que en ese clima aflore la maniobra de un Prieto u otro por el estilo brindando un reagrupamiento sobre la base de la república o cosa semejante para desligar de nosotros a los sectores que de mejor o peor gana nos acompañan”.

En medio de todo esto, el estupor de las bases se traducía en un sordo malestar y en el abandono o exclusión de la militancia activa -“En toda la república mejicana no sobrepasarán el número de 300 los militantes que tenemos. De ellos más de 150 han sido expulsados del Partido. Se excluye a la gente por las cosas más mínimas y con la mayor naturalidad”, escribía Hernández-, proceso paralelo a los despropósitos de una dirección que tan pronto creía inminente una insurrección popular contra Franco como invitaba al pronunciamiento de “un militar con redaños (…) que desenvainara su valerosa espada” contra el dictador. Para romper con esta dinámica, la dirección en Moscú, convencida de que el problema era la incapacidad del grupo de México para interpretar correctamente la línea política de UN, decidió marcar de cerca de Mije y compañía dictándoles las consignas por telégrafo para evitar errores, a la espera de poder enviar a América a dirigentes de fuste que pusieran orden en la situación.

La polémica se agrió desde 1943: la derrota alemana en Stalingrado marcó un punto de inflexión en la guerra. haciendo bascular el fiel de la victoria hacia el bando aliado. Dentro del PCE crecieron las voces –pronto silenciadas por las purgas internas- que reclamaban un reformulación de la política de UN, abandonando el proyecto de alianza con los monárquicos y los tránsfugas del franquismo (por innecesaria) y la aproximación de nuevo a los viejos socios republicanos y socialistas. Pero la sombra de Yalta planeaba ya sobre el futuro inmediato de Europa, y ni a Stalin ni a Churchill les interesaba una salida que implicara la imbricación del caso español en la resolución de la guerra contra el Eje"."