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Estudios sobre la historia del movimiento comunista en España

La tendencia "titista" en los años 50

En febrero de 1948 Santiago Carrillo y Enrique Líster viajaron a Belgrado en representación del Buró Político (BP) del PCE para solicitar de Tito el lanzamiento en paracaídas de hombres y armas sobre el Levante español en apoyo de la lucha guerrillera. Ambos percibieron una actitud recelosa en sus interlocutores yugoslavos. Tito pretextó que sus aviones no tenían suficiente autonomía para ejecutar la operación y retornar con seguridad a Yugoslavia. Su ayuda se limitó a la entrega de 30.000 dólares. Años después el propio Tito confió a Carrillo que su actitud de entonces se explicaba por la sospecha de que la petición del PCE fuese una celada tendida por los soviéticos para colocar a Yugoslavia en una situación internacional comprometida, dado que estaba a punto de consumarse el cisma en el bloque socialista surgido de la Segunda Guerra Mundial .
Seis meses después la Cominform, reunida en Bucarest, condenó al PC de Yugoslavia y sus dirigentes fueron acusados de “traidores, agentes del imperialismo angloamericano y camarilla fascista”. El PCY fue excluido del movimiento comunista internacional por oponerse a las directrices de Stalin. La imputación de titismo fue enarbolada para proceder a una brutal redistribución del poder en el interior de los PPCC, con la purga de los dirigentes que habían encabezado la resistencia antifascista y su sustitución por funcionarios de acreditada fidelidad estalinista. En el ámbito exterior, los delegados yugoslavos, recibidos hasta entonces con entusiasmo por su destacado papel en la derrota del hitlerismo, fueron expulsados de las organizaciones internacionales dirigidas por los prosoviéticos. Desde el campo socialista cesó el suministro de petróleo albanés y rumano, la exportación de maquinaria checoslovaca y de algodón ruso. Los expertos y consejeros soviéticos fueron retirados y menudearon los incidentes fronterizos.
Buscando romper el cerco que sobre él se cernía, el régimen yugoslavo recabó el apoyo de los disidentes del comunismo ortodoxo, muchos de ellos ex-militantes que se definían a sí mismos como “comunistas sin partido”. Yugoslavia estaba dispuesta a ayudarles a constituir uno propio, alternativo al modelo soviético. Este fue el caso de Jesús Hernández y la explicación de su aproximación a la experiencia yugoslava en los años 50.
Jesús Hernández Tomás (1907-1971) había pasado de brillante candidato a la secretaria general a “renegado” y “enemigo del pueblo” en el breve plazo de un par de años. Es muy probable que su compromiso de favorecer la salida de la URSS de todos los refugiados españoles que lo pretendiesen, así como su enfrentamiento con los dirigentes instalados en México, no le favoreciese en la carrera sucesoria para sustituir a José Díaz . En 1944 Hernández fue expulsado del partido por “actividad fraccional” y “propaganda antisoviética”. En 1946 publicó una revista, “Horizontes”, de la que aparecieron solo un par de números. Tras décadas de entrega exclusiva a la militancia política, intentó integrarse en la vida civil: tuvo un negocio de venta de coches usados en Nuevo León y abrió una tienda de café en México D.F. Su vida pública parecía pertenecer definitivamente al pasado cuando el cisma titista le dio de nuevo la oportunidad de dedicarse a lo que era su auténtica pasión: la política .
Yugoslavia había instado a sus agentes diplomáticos a captar a posibles simpatizantes de su causa entre los excluidos de los partidos comunistas ortodoxos . En México, el secretario de la embajada reunió a un grupo de exiliados españoles que tenían en común su antigua militancia en el PCE y haber sido separados de él: el propio Hernández, Enrique Castro Delgado, Antonio Hierro, Ramón Pontones y Vicente Pueyo . La reactivación política de antiguos destacados militantes alertó a la dirección del PCE, que se movilizó para neutralizar cualquier intentona escisionista. Santiago Álvarez fue comisionado por el BP en 1954 para seguir de cerca los pasos de Hernández e impedir que pudiesen repercutir en el partido. Pero la labor más destacada fue desarrollada en 1951 por un infiltrado que proporcionó al PCE informes detalladísimos de las actividades llevadas a cabo por el grupo de Hernández -“Horizontes”- el de José del Barrio- “Acción Socialista”- y el Círculo Jaime Vera (de los socialistas de izquierda) .
La prolijidad con que están redactados los documentos muestra la escrupulosa profesionalidad del “topo”. A falta de medios electrónicos de escucha, se trata de una reproducción fiel –a veces taquigráfica- de lo que ocurría en su presencia. El espionaje de los grupos titistas formaba parte sin duda de la actitud de “vigilancia revolucionaria” que Santiago Carrillo encomendaba a los militantes en 1951: "La vista de los procesos contra los espías y agentes policíacos descubiertos en las democracias populares, así como el desenmascaramiento del verdugo del pueblo yugoslavo, el repugnante Tito, como viejo provocador al servicio de la burguesía imperialista, ponen sobre el tapete, ante la clase obrera, y especialmente ante los comunistas, el problema siempre actual y candente de la vigilancia política de la lucha contra la provocación" .
Las actividades de Hernández fueron atribuidas por la propaganda prosoviética a su traición al servicio de las potencias imperialistas. Del exhaustivo seguimiento realizado por el espía del PCE no cabe deducir que “trabajar para el enemigo” resultara muy lucrativo. La mayoría de los miembros de “Horizontes” tenía modestos medios de vida. Hernández gestionaba un despacho de café con su mujer, y su vocación por la política no le llevó a olvidar que no debía prolongar sus viajes al extranjero si eso suponía descuidar su negocio familiar, a pesar de las acusaciones que se le hacían en los medios prosoviéticos .
La excepción a esta austeridad era Enrique Castro Delgado. Su fulgurante progresión económica corrió paralela a su distanciamiento del grupo hernandista. Castro obtuvo elevados ingresos en concepto de derechos de autor por su libro La vida secreta de la Komintern: Cómo perdí la fe en Moscú (1950), traducido al inglés y al francés, y rápidamente publicado en la España franquista. El libro cayó mal no solo entre los comunistas ortodoxos, sino incluso entre aquellos que habían sido expulsados del partido . Indiferente a ello, Castro empleó los réditos en la adquisición de maquinaria para montar una imprenta, y en la compra de un coche y de una casa nueva. Llevaba un tren de vida ostentoso que contrastaba con la precariedad en que se desenvolvían sus antiguos camaradas. Su negocio funcionaba a pleno rendimiento y los encargos le llovían desde el aparato institucional del PRI y la poderosa Central de Trabajadores de México (CTM) . El propio Castro confesó sin pudor a Hernández que Julián Gorkín, primero, y la embajada americana, después, le cortejaban continuamente. Gorkín le hizo una oferta para que se fuera con él a Francia –donde ya había publicado el testimonio de Valentín González, “El Campesino”- . La embajada norteamericana le compró en menos de un mes 2.500 ejemplares de su libro para distribuirlos por toda América Latina, además de encargarle la redacción de artículos sobre las relaciones hispano-norteamericanas para una nueva revista sufragada probablemente con fondos del Departamento de Estado . Pero a pesar de su distanciamiento político, ya fuera por su antiguo vínculo con Hernández, ya por acceder a una información interesante que poder rentabilizar en un momento determinado, Castro contribuiría posteriormente, desde un punto de vista estrictamente material, a la publicación de un periódico para el nuevo partido de Hernández .
El rechazo que suscitaba la figura de Castro entre otros exiliados era un reflejo del clima de hostilidad –e incluso de violencia- que regía en el campo de las divergencias políticas. El precedente del asesinato de Trotski lastraba el libre desenvolvimiento de las actividades políticas de los disidentes. Una de las razones que retraían a Hernández de viajar a Europa era tener que atravesar necesariamente Francia, donde el PCF podía atentar contra él . En México se sentía algo más seguro: tras el escándalo internacional por el crimen de Mercader, las autoridades no iban a tolerar la repetición de un ajuste de cuentas entre emigrados políticos: “El Partido, sabe que en esta situación no pueden hacer ninguna represalia porque sería lo mismo que condenarse a desaparecer y que sería la mejor oportunidad para los americanos que tantas ganas les tienen; lo menos que ocurriría sería que los militantes serían metidos en las Islas Marías. Aparte de que los que quedásemos de nosotros nos cargaríamos a toda la dirección de aquí y en primer lugar a Arconada, Roces y Castellote” .
La incorporación de una personalidad de peso que permaneciera aún dentro del PCE fue considerada como una forma de potenciar el atractivo del nuevo partido en ciernes. Los yugoslavos creyeron, erróneamente, que esa figura podía ser la de Enrique Líster. La creencia en que Líster sostenía una postura de oposición en el seno del PCE se remontaba a la época de la sucesión de José Díaz, cuando él y Modesto profirieron virulentas críticas contra Francisco Antón y Dolores Ibárruri. Pero cuando Hernández fue separado del partido, ambos rectificaron totalmente sus posiciones e incluso solicitaron a los militantes de base que confesaran lo que supieran sobre un supuesto complot fraccional . Aun así, en 1947 Carrillo volvería a insistir sobre la existencia de un pretendido “complot de Moscú” montado por Hernández, Modesto y Líster. Los imputados solo reconocieron sus profundas discrepancias con “los métodos intolerables de dirección [empleados por Antón] y con su conducta inmoral”. Pero coincidir con las acusaciones de Hernández, decía Líster, no significaba necesariamente estar conspirando a su lado .
La posibilidad de sondear a Líster le fue sugerida a Hernández por el secretario de la embajada . Unos días más tarde, Hernández le remitió una carta que el “topo” tuvo buen cuidado en memorizar. En ella se presentaba como un “comunista fuera del partido” que se dirigía a él consciente de su honradez y su independencia de criterio; independencia que le invitaba a ejercer abandonando los privilegios de la burocracia para poder apreciar sin mediaciones la degeneración de la democracia socialista en la URSS y en el Partido. Concluía invitando a Líster a continuar la lucha por el socialismo pero desde otro campo, el del socialismo democrático que se inspiraba en el ejemplo yugoslavo .
No hubo respuesta. Durante un tiempo se mantuvo la falsa idea de que Líster estuviera desterrado en Praga o intentando llegar a Belgrado. Su prolongado silencio dio la medida de su capacidad para disentir del estalinismo. Mientras la diplomacia yugoslava perseveraba en una labor inútil, los grupos interesados en crear un nuevo partido seguían trabajando. El secretario de la embajada yugoslava, en aplicación de las directrices de Djilas, proporcionaba todo el apoyo a su alcance. A costa de la sede consular se publicaba un Boletín con una tirada de unos 6.500 ejemplares, de los que 3.000 se difundían en México y el resto se enviaba a los otros países latinoamericanos. En él se daba cabida a los artículos favorables a las tesis yugoslavas que Hernández y Hierro, fundamentalmente, elaboraban por encargo de la propia embajada. En otras ocasiones, los artículos eran insertados, mediante pago, en periódicos de la capital, como “Novedades” y “Excelsior” . La retribución de estos artículos era una de las escasas fuentes de ingresos con que contaban algunos de los exiliados españoles en México.
La embajada también prestó sus instalaciones para cenas y celebración de reuniones políticas. El objetivo último era la organización del viaje de una delegación española al Congreso por la Paz de Zagreb en octubre de 1951, alternativo al Consejo Mundial por la Paz controlado por el movimiento prosoviético. De esta visita se esperaba el acuerdo entre los grupos y personalidades protitistas dispersas entre Latinoamérica y Francia, y la constitución de un partido filoyugoslavo que difundiera los logros del socialismo nacional y autogestionario balcánico. Como la situación de algunos exiliados era muy precaria, la embajada llegó a hacerse cargo de los gastos de vestido y desplazamiento. En el caso de Hernández, los cuidados que le prodigaba el secretario de la embajada revelan la importancia que el ex–dirigente del PCE tenía para los yugoslavos: no solo le invitaba al fútbol, los espectáculos de lucha y los toros (“paga el yugoslavo y van a entradas caras”), sino que le cuidaba cuando estaba enfermo . Su participación en el proceso era considerada crucial, tanto por su capacidad organizativa como por ser conocido de la plana mayor de la dirigencia yugoslava, comenzado por el propio Tito .
En los intentos de constitución del nuevo partido iban a intervenir tres grupos: el de Hernández – -“Horizontes”-; Acción Socialista, movimiento impulsado por los ex miembros del PSUC y del PCE José del Barrio y Félix Montiel ; y el Círculo “Jaime Vera”, que agrupaba en México a los socialistas de izquierda de la tendencia encabezada por Negrín y Álvarez del Vayo. Los primeros contactos tuvieron lugar en el marco de una doble convocatoria: la de una convención de las fuerzas republicanas en el exilio para definir una nueva estrategia de la lucha antifranquista, y la del ya citado Congreso por la Paz en Yugoslavia
El proyecto de convocatoria de una convención de fuerzas antifranquistas surgía de la necesidad de replantear el proyecto de la lucha contra la dictadura una vez liquidado el sueño de una intervención aliada para derrocar al aliado más antiguo del Eje. Las fuerzas políticas del exilio se debatían entre la parálisis desorientada de un socialismo dividido, la carencia de base militante de las personalidades republicanas y el aislamiento de los comunitas. Lo único que se consiguió fue la firma de un comunicado conjunto a favor de la convención, firmado en París el 10 de febrero de 1951, sin resultado posterior. A efectos de la izquierda no prosoviética, la frustrada convocatoria sirvió para la toma de contacto entre los grupos partidarios de crear una fuerza política de nuevo tipo.
La primera reunión tuvo lugar el 15 de mayo de 1951 en la embajada de Yugoslavia. Acudieron a este primer encuentro Angulo, Arana, Carretero y Garcés –socialistas del “Jaime Vera” y de la revista “Las Españas”- y Hernández, Pueyo y Hierro –del grupo comunista disidente “Horizontes”-. Con ellos participaron en la reunión, aunque sin intervenir, el Secretario de la embajada y el Agregado Comercial . Los socialistas pretendían que el grupo “Horizontes” ingresara en el Círculo Jaime Vera y que desde él saliera el manifiesto para la constitución del nuevo partido, a lo que Hernández, en principio, no estaba dispuesto . Tras este primer encuentro, quedaron en volver a reunirse diez días más tarde, el 25, en el local de “Las Españas” para continuar la discusión y proceder, si había acuerdo, a la constitución del nuevo partido.
Para entonces, Hernández y Hierro habían diseñado lo que debería ser el programa del nuevo partido. El documento se titulaba “Problema de la clase obrera española. La tarea actual”. Fracasados, por estériles, los intentos de “regenerar el PCE desde dentro y desde fuera”, en adelante se fijaba el objetivo de “aglutinar a la clase obrera española en un partido potente, nuevo y renovador, auténticamente nacional, popular y democrático, marxista en su teoría, proletario en su composición e ideología y español en su política”. El nuevo partido se planteaba un objetivo muy ambicioso: la refundación global de la izquierda, reuniendo en su seno las tradiciones de las tres principales corrientes del movimiento obrero español: “el profundo sentimiento democrático y el elevado concepto de la personalidad humana del socialismo español. La combatividad y el arraigado españolismo del anarquismo; las normas de organización, la disciplina consciente, la audacia revolucionaria, del ejercicio de la crítica y la autocrítica del primitivo movimiento comunista”. El nuevo partido estaría eximido de cualquier tipo de obediencia internacional, respondiendo exclusivamente ante las “realidades nacionales en lo político, en lo social, en lo económico, en lo cultural, en lo psicológico (…) Somos ante todo revolucionarios españoles hijos de la clase obrera española y debemos colocar por encima de cualquier otra consideración nuestra felicidad y nuestros deberes hacia nuestro pueblo”. Eso no significaba renunciar al internacionalismo, pero siempre que ello no menoscabara “la libertad e independencia de nuestra Patria, que no presuponga supeditación u obediencia a ningún otro Partido o país o grupo de partidos o países”. Respecto a la organización interna, el partido propugnaba una “verdadera democracia interna (…) en el que todos los dirigentes sean elegidos y puedan ser depuestos por sus electores”, pero al mismo tiempo “cohesionado, unido por una disciplina rigurosa”. La combinación de ambos rasgos sería la conjunción entre la pluralidad y la libertad de ideas características del los movimientos socialista y libertario, y la disciplina en la aplicación de las decisiones propia del centralismo democrático comunista. La ideología del nuevo partido sería inequívocamente marxista, sin más añadidos, instrumento de análisis dinámico y no repertorio codificado de jaculatorias. El manifiesto terminaba con la voluntad ir más allá de la mera constitución de “un grupo más en las divididas y dispersas fuerzas de la emigración. Queremos, por el contrario INTEGRARNOS o DILUIRNOS en un movimiento de unidad que de vida a un solo y gran partido del proletariado español” . Este documento fue enviado a Del Barrio, adjuntándole los nombres de socialistas de Negrín para que lo discutieran. Según el “topo” del PCE, el escrito había sido redactado por Hierro con las indicaciones de Hernández.
En la segunda reunión con el colectivo “Jaime Vera” los socialistas, más que un programa para debatir, traían era un diseño táctico para hacerse con el control de su organización y dotar de una plataforma al nuevo partido. Coexistían dentro de este Círculo dos fracciones, una conservadora, encabezada por Lamoneda en México y Negrín en Francia, y la otra revolucionaria, encabezada por los jóvenes. El plan consistía en conseguir una mayoría suficiente en la organización mediante una infiltración paulatina del grupo “Horizontes” para de esta forma desplazar de la Ejecutiva a Lamoneda y sus partidarios, instar la incorporación de Hierro y Hernández y, como culminación del proceso, lanzar el llamamiento a la constitución del nuevo partido . La cuestión era urgente pues Lamoneda era partidario de la formación de un nuevo partido llamado Unión Nacional Socialista, que contaba con el apoyo de Negrín y del Vayo. Hernández se mostró receloso y preguntó en qué condiciones se haría el ingreso, si por la base o por la dirección. Pueyo se negó a considerar el ingreso en el “Jaime Vera” solo como parte de una maniobra para desbancar a una fracción y aupar a otra. Hernández cerró la reunión diciendo que su grupo debería considerar la propuesta del “Jaime Vera” antes de dar una respuesta, y se convocó una nueva reunión para unos días después. El único acuerdo alcanzado fue que Hernández, al dar cuenta a Del Barrio, le solicitara que su grupo dejara de denominarse de momento Acción Socialista, porque eso podía dar la sensación de que los demás iban a limitarse a ser absorbidos. Hernández salió defraudado de este encuentro, y así se lo manifestó a su grupo: “nos quieren emplear como instrumentos y luego se quedarían con los cargos de dirección” .
En la tercera y última reunión, el 1 de junio, Hernández comunicó a los socialistas la negativa de su grupo a ingresar en el “Jaime Vera”. Los jóvenes socialsitas debían intentar tomar el control de la Ejecutiva por sus propios medios, y luego se haría el llamamiento a las otras organizaciones “sin que puedan ver maniobras”. Angulo se avino a la posición de Hernández, y se manifestó dispuesto a presionar a la actual Ejecutiva para aprobar el llamamiento lo antes posible. Pero a continuación expuso paladinamente que esto “no podría ser antes de unos tres meses ya que antes de salir a la luz ha de ir a Francia a la aprobación de sus compañeros de dirección”. Uno de los asistentes manifestó en voz alta lo que ya todos debían estar pensando: “Como siempre tres meses de consultas, un año para el programa y tres años para reunir el Congreso; total nada, ya lo sabía yo”.
La única posibilidad de salvar la negociación era recabar el apoyo de los negrinistas de Francia. Para ello, Hernández, que partiría en septiembre al Congreso de la Paz en Zagreb, llevaría el encargo de Angulo de entregar a sus correligionarios el llamamiento a engrosar las filas de una nueva organización, la Unión Socialista Española , desde la que se entablarían las negociaciones unificadoras definitivas con los grupos de Del Barrio y Hernández. Hernández se mostró conforme con la declaración.
La crisis definitiva con los negrinistas tuvo lugar en Francia. Hierro y Hernández, en tránsito hacia Zagreb, se entrevistaron con algunos individuos pertenecientes al grupo de Lamoneda, que en principio afirmaron que iban a acudir al Congreso. Pero en el momento de disponerse a salir para Yugoslavia, absolutamente todos se negaron a emprender el viaje. Una intervención personal de Álvarez del Vayo había bastado para impedir que fuesen. Del Barrio ya se lo había advertido: “los amigos de Angulo son unos cualquier cosa porque figurar y dar opiniones muy bien pero que en cuanto se trata de firmar algo concreto o hacer algo práctico no hay manera de moverlos y que con esa gente no se puede hacer nada” . Hernández, indignado, planteó que, de reunirse alguna vez con socialistas, solo lo haría con Lamoneda, porque Angulo “ni tiene personalidad política ni representa nada ni a nadie”. Los socialistas del “Jaime Vera” habían quedado amortizados como socios del proyecto de partido. Como era habitual, ambas partes acabarían echándose mutuamente la culpa y abundando en las diferencias personales .
Los contactos con “Acción Socialista”, que publicaba en París una revista quincenal con el mismo nombre desde agosto de 1950, se habían iniciado en el contexto de la fallida convocatoria de la convención de fuerzas antifranquistas. Del Barrio escribió a Hernández solicitándole el envío de artículos y, si le era posible, de ayuda económica para mantener la publicación .
La concordancia en el proyecto de partido era mucho mayor entre Hernández y Del Barrio que entre aquél y los socialistas. Si estos habían planteado casi exclusivamente una maniobra táctica, Del Barrio se acercaba a la concepción estratégica de partido que Hernández y Hierro habían concebido. “Estamos de acuerdo –escribía Del Barrio- [que hemos] de ir a la constitución de algo de tipo nuevo, mucho mas amplio y ambicioso que la reconstitución de nada de lo viejo. No se trata, ni se puede tratar, de salvar al partido comunista de España, ni de constituir, sobre la base de los comunistas disidentes, un partido comunista nuevo (…) Lo que hay que hacer es acentuar todavía mas nuestra visión de reunificación de las corrientes socialistas sobre bases nuevas. Hay que orientarse hacia un partido obrero independiente, o un partido de los trabajadores independientes” .
Pero si bien había coincidencia en lo organizativo, las divergencias ideológicas no tardaron en aparecer. Hernández escribió un artículo en el que valoraba el alcance de la huelga general de Barcelona, discutiendo la atribución del éxito al PCE en lugar de al PSUC de Comorera . Del Barrio le respondió que no iba a publicar jamás ningún tipo de llamamientos a Comorera , que había sido el responsable de su expulsión del PSUC en 1943. Las discrepancias siguieron con las valoraciones que “Acción Socialista” hacía de la política del PCE durante el último periodo de la guerra de civil. Del Barrio había publicado en “Borba” (“La lucha”, órgano del PC yugoslavo) una serie de artículos que Hernández calificaba como falsedades, “como “que el PC es el culpable de la pérdida de la guerra”; “que el traslado del Gobierno del Centro a Cataluña fue un desastre”; “que él, del Barrio, recomendó al Gobierno algunas cuestiones y no le hicieron caso”; “la condena del pacto germano-soviético”. Hernández se manifestaba indignado y sorprendido, pues “le parece mentira que los camaradas de Belgrado que estuvieron en España y conocen las verdad permitan que se publiquen tales cosas (…) y se enfada cuando habla de ello, llamando [a Del Barrio] pedante y tonto pues nada pudo recomendar al Gobierno porque ni estuvo junto a él y si lo dice es por darse importancia y hacer ver que fue algo” . Hernández solicitó la entrega por la embajada de Yugoslavia de todo el material publicado por “Borba” y escrito por del Barrio, a fin de elaborar una serie de artículos en los que realizó un análisis desde 1933 hasta el fin de la guerra, artículos que envió a Belgrado para que los publicara el propio “Borba” con el título “Apuntes para la Historia”.
Desde entonces, Hernández no ocultaba su creciente descontento a sus inmediatos interlocutores. Dejó de leer e incluso de distribuir los ejemplares de “Acción Socialista” que le remitía Del Barrio. En otras ocasiones decía a sus contertulios :"Ya da órdenes como si fuera el jefe y formó, por su cuenta, sin consultar a nadie, el Comité Ejecutivo del Partido" . Pocos días antes de partir hacia Yugoslavia, comentó a su grupo que Del Barrio "es un estúpido (…) Me ha enviado una carta con ocho cuartillas exponiéndome el programa de gobierno para el gobierno republicano que debe formarse (…) No se conforma con erigirse en Ejecutiva, por su cuenta, de los grupos de Acción Socialista sino que ya quiere dar normas hasta para formar gobierno". "Lo que vamos a decirle –concluyó- es que se quede con sus grupos de Francia y a nosotros nos deje tranquilos que ya sabremos qué hacer". Castro solo dijo: "con ese tipo no iba yo ni a la puerta de la calle" .
La estrategia de Del Barrio, sin embargo, era paciente. Invitó a Hernández a reunirse con motivo del Congreso de Zagreb – que se celebraría la última semana de octubre de 1951-, expresando su seguridad de que llegarían a un acuerdo. El viaje de la delegación española residente en México corrió a costa de la embajada yugoslava.
Hernández, que había partido al Congreso con reservas , volvió entusiasmado. En el viaje de vuelta Hernández y Del Barrio se reunieron en París para limar sus discrepancias. Hernández insistió en sus críticas a Del Barrio sobre la culpabilidad del PC en la pérdida de la guerra, y sobre el excesivo cariz titista que quería imprimir al nuevo partido, lo que “perjudicaba mucho para sus planes políticos de cara a la emigración y España”. Del Barrio obvió el debate ideológico y planteó directamente el peso de cada organización con vistas a la fusión. Dijo disponer de cuatrocientos militantes –Hierro rebajaba el número a la mitad- “que valen más que todos los partidos juntos de la emigración; todos ellos tienen medallas y han sido jefes en la Resistencia; han estado en España en el valle de Arán, y en todas partes” . Hernández no podía competir: a pesar de decir que podía aportar unos setenta –el número de suscriptores que atribuía a “Horizontes” mientras se publicó- lo cierto es que contaba a lo sumo con ocho o diez simpatizantes .
Hernández y Hierro hubieron de aparcar sus reticencias y rendirse a la superioridad numérica y material de Acción Socialista: “No tuvimos otro remedio que ponernos de acuerdo con Del Barrio no por sus argumentos sino por la calidad de la gente que le sigue. Además, el único periódico serio y decente que se publica en Francia y que se encuentra en todas partes es el suyo”. Acordaron no formar una dirección central sino trabajar como grupos independientes, cada cual con arreglo a su ambiente, aunque con los mismos objetivos: conseguir el mayor número de adeptos entre socialistas, anarquistas y comunistas expulsados o no del PCE, y cuando consiguieran una fuerza respetable presentarse como un partido. Acordaron también trasladar la dirección del periódico a Toulouse. Allí existía un núcleo fuerte de la emigración y, de cara a una posible incidencia en el interior, estaban más cerca de España, lo que adquiría gran importancia si, como apuntaba Hernández, Tito reconocía al gobierno de Franco, lo que “sería muy bueno (…) porque así nos permitiría trabajar en el interior del país a través de las delegaciones yugoslavas” .
Los informes del “topo” infiltrado por el PCE, que resultó ser Cuello, terminan aquí. Sabemos que el partido de Hernández y Del Barrio fracasó al no poder abrirse un espacio propio entre la dividida familia socialista y el comunismo hegemónico del PCE. A mediados de los años cincuenta Del Barrio intentó impulsar una Comisión Central Pro-Congreso de todos los comunistas españoles, con base en Toulouse y el periódico “La Verdad” como portavoz, cuyo objetivo era convocar un congreso extraordinario que revisara la actuación del partido desde el final de la guerra civil . De Hernández, por su parte, tenemos referencias dispersas de que impartió conferencias en Yugoslavia y que en 1953 fundó en Belgrado un Partido Comunista Español (independiente) . Grupo de vida efímera, pues la muerte de Stalin y la visita de Jruschev a Belgrado el 27 de mayo de 1955 pusieron fin a cinco años de cisma y sentaron las bases de la reconciliación entre Yugoslavia y el bloque soviético. Cuando Álvarez del Vayo pensó unir, en 1956, el grupo socialista expulsado de su partido con el grupo de Hernández, llegó demasiado tarde . En el mundo de la coexistencia pacífica no habría cabida, por el momento, para experimentos alternativos.

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